18 julio 2014

Hoy es 18 de julio, viernes de la XV semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 18 de julio, viernes de la XV semana de Tiempo Ordinario.
El deseo de encontrarme con Dios, me trae de nuevo aquí, a este espacio de silencio interior y oración. Un tiempo para dejar que él sea el protagonista. El que le hable a mi vida. Este es el tiempo de ponerme a la escucha y dejar que él tome la iniciativa. Tiempo para ponerme en disposición de escuchar su palabra siempre nueva. De intentar descubrir que puede decir su palabra hoy a mi vida.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 12, 1-8):
Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.»
Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa "quiero misericordia y no sacrificio", no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.»
Los fariseos –celosos cumplidores de la ley del descanso sabático-  se escandalizan, porque ven que los discípulos, hambrientos, arrancan espigas en sábado para comerlas. Se lo dicen a Jesús para que los corrija, y Jesús lo que hace es defenderlos recordándoles algunos casos en los que, por necesidad, se quebrantó el sábado. Y les recomienda que piensen en el sentido de la frase de Oseas 9,13: “quiero misericordia y no sacrificio.” A Dios lo que de verdad le interesa es el corazón, es decir, la bondad y la misericordia. El sacrificio, el culto, agrada a Dios, no cabe duda,  pero no por encima del amor al prójimo y menos, contra el prójimo. Como escribe Atilano Alaiz, “Dios sólo quiere los sacrificios fecundos a favor de nuestros hermanos: sacrificar tiempo, bienes, comodidad, intereses a favor de los que nos necesitan, dejar la piel por el otro,  compartir.” Señor, ¡cuántas veces caigo en el legalismo vacío! Parece que sólo me importa cumplir lo mandado. Si quebranto alguna norma, me remuerde la conciencia. Pero si, por ejemplo, no ayudo al hermano necesitado, tranquilizo mi conciencia pensando que, al fin y al cabo, eso “no me toca a mí”, o que “no puedo yo solucionar todos los problemas”… Señor, que comprenda que, para ti, el cumplimiento sin misericordia de nada vale: a ti no te complace.
Este era el fallo de los fariseos: cumplían celosamente la ley, pero descuidaban el amor a Dios y al prójimo, e iban por la vida condenando inmisericordemente a los que no cumplían. Y no sólo exigían el cumplimiento de lo mandado en la Biblia, sino también de una serie de preceptos que ellos añadían. Como en el caso que nos presenta el evangelio de hoy: lo prohibido en sábado era la recolección; pero ellos extendían la prohibición a arrancar unas espigas para comerlas. Podríamos decir de ellos que cumplían lo mandado y... un algo más; pero, mientras tanto, “fusilaban” la misericordia y el amor. Precisamente, el celo por el cumplimiento de la ley es el que llevó a los sacerdotes a condenar a muerte a Jesucristo, el amor de Dios encarnado. Señor, ¡qué fácilmente juzgo y condeno a los que no cumplen, sin darme cuenta de que, con ello, estoy haciendo pedazos la misericordia y la caridad. Señor, llena mi corazón de tu amor,  para que sea menos legalista, menos “juez”, y más compresivo y tolerante.
Jesús nos ha librado de la esclavitud de la ley y nos ha trasladado al reino de la libertad de los hijos de Dios, al reino del amor. No es que él despreciara la ley; Jesús la cumplía. Pero no era un cumplimiento vacío, él ha llenado de amor la ley y la ha hecho “nueva”. Es la lección que quiero aprender hoy, Señor: cumplir, pero amando;  cumplir, pero por amor y con amor. Señor, líbrame del legalismo frío y del ritualismo vacío. Que tu Espíritu ponga en mi corazón el fuego del amor, para que el amor impregne cuanto haga; sobre todo, mis relaciones con los demás.
Lee de nuevo el texto fijándote en aquello en lo que te sientes más reflejado. En aquello, que durante este tiempo de silencio, te halla cuestionado o alegrado más. intenta hacer consciente que Dios, hoy te está hablando a través de ello.
Puedes traer, en este momento a tu oración, todo aquello que hay en tu vida, que te impide ser más cercano a Dios o a los otros. Lo que te impide mirar cara a cara a Dios, y descubrir a los otros lo que son y necesitan. Ponlo delante de Dios y recuérdale que potencie en ti todo eso que te hace más fiel al evangelio.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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