17 julio 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 17 julio

José María VEGAS, cmf
El yugo llevadero y la carga ligera 
Somos muy proclives a las divisiones rígidas: los justos y los pecadores, las víctimas y los verdugos, los buenos y los malos… De múltiples formas tendemos a dividir a los seres humanos en categorías según diversos criterios, de modo que nosotros y los nuestros caigamos en el bando de los buenos, mientras que nuestros rivales o enemigos (por los más diversos motivos: sociales, políticos, religiosos, raciales…) queden agrupados en la lista negra correspondiente. Podemos caer en la tentación de entender de este modo la distinción que ayer hacía Jesús entre los sabios y entendidos, y, por el otro lado, la gente sencilla. Pero no es esto lo que HACE Jesús.
Sus distinciones no son rígidas e inamovibles, sino elásticas, mudables. Él sabe que todos oscilamos continuamente entre uno y otro grupo: el pecador se convierte, mientras que el justo cae, los verdugos de ayer se convierten en víctimas de hoy, con frecuencia a manos de los que fueron sus víctimas. De ahí que, tras establecer aquella distinción, Jesús llama a “todos” los que están cansados y agobiados, pues ¿quién no lo está de un modo u otro? Jesús no ha venido a establecer nuevas fronteras y divisiones, sino a llamar a todos, pues todos necesitan alivio, misericordia, perdón y salvación. La suya es una llamada a la confianza en Dios Padre, que se preocupa por todos y quiere nuestro bien, incluso en la adversidad, como bellamente lo expresa el profeta Isaías. Pero es también una exhortación a la responsabilidad. Jesús llama pero no impone, sino que espera con respeto nuestra respuesta libre. La total gratuidad de la salvación no nos convierte en marionetas, ni nos coloca en una situación de infantilismo espiritual. Tenemos que tomar una decisión, lo que significa cargar sobre sí un yugo. Podemos entender este cargar el yugo de Jesús como tomar la decisión de “hacernos cargo” de los demás, de convertirnos en humildes servidores, de renunciar a la imposición y la violencia a favor de la mansedumbre. En una palabra, se trata de tomar la decisión de amar hasta dar la vida. Es el amor lo que nos salva, porque es el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, el que nos ha salvado en la cruz. La opción por el odio y la violencia, que se nos antojan con frecuencia como la elección ligera y liberadora (dar rienda suelta a nuestros peores sentimientos), se acaba convirtiendo siempre en un peso insoportable, no sólo para los que la padecen, sino también para los que la ejercen. Mientras que el peso del amor (como ya dijo san Agustín: “amor meus, pondus meum”, mi amor y mi peso) resulta a la larga ligero y llevadero, primero porque es el amor y no el odio lo que es acorde con la naturaleza de nuestro ser, pero también, y sobre todo, porque ese yugo lo ha tomado Jesús sobre sí: Él lo lleva por nosotros, Él lo está llevando cada día con cada uno de nosotros. 

José M. VEGAS cmf

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