02 abril 2014

Hoy es 2 de abril, miércoles IV de Cuaresma.

Hoy es 2 de abril, miércoles IV de Cuaresma.
En este día de Cuaresma, quiero prepararme interiormente para recibir al Señor de la Pascua. Sé que la oración me prepara para acoger al Mesías. Hoy quiero rezar para escuchar su promesa. Hoy quiero hacer silencio para recibir su invitación. Hoy quiero estar un rato a solas con Dios para conocerle más, para conocer sus deseos y sus entrañas. En silencio lo escucho y en silencio lo espero.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 5, 17-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna...
En este tiempo de cuaresma la Palabra de Dios, sigue recordándonos cómo Dios es fiel en su amor a nosotros, su pueblo. Como el viejo Israel, también nosotros hemos sido infieles al amor de Dios muchas veces; pero su alianza de amor con nosotros no la han podido romper ni nuestros pecados. El sigue amándonos, esperando que nos convirtamos, que volvamos a él. Lo recuerda Isaías y nos invita al gozo: “Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré .(1ª lectura) ¡Qué palabra tan consoladora, Señor! ¡Cómo necesitamos escarcharla una y otra vez los que somos débiles y traicionamos tu amor! Difícil es que una madre olvide al hijo de sus entrañas; pero, aunque eso ocurra, el Dios Padre-Madre que se nos revelado en Jesús, ¡nunca nos olvidará! ¿Cómo no convertirnos a él, cómo no prepararnos para acudir gozosos a la fiesta de la Pascua a  la que nos convida?
Ayer veíamos que, después de curar al paralítico de la piscina, algunos, como siempre, se escandalizan porque lo ha curado en sábado. Entonces Jesús les dice por qué lo ha hecho: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo… Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere”. Es el Padre el que actúa en Jesús y por Jesús. En él se nos manifiesta Dios. Y Dios es Amor, siempre está amando y actuando en favor del hombre, especialmente del que sufre. ¿Cómo Jesús iba a pasar de largo ante la angustia y desesperanza de aquel pobre lisiado de la piscina, sin arrancarlo de su  sufrimiento y soledad?... Ahora somos nosotros –miembros del Cuerpo místico de Cristo- los que tenemos que ser manifestación de cómo obra Dios: nuestra vida y nuestras obras deben reflejar cómo es y actúa el Dios en el que creemos. ¿Es así? ¿Nuestra vida  y acciones son reflejo del ser y actuar de Dios, porque amamos y nos preocupamos de los demás como él? ¿Por qué no? ¿En qué ocasiones y con quiénes veo que fallo más?
Para ir al Padre no hay más camino que Cristo, su Enviado. La Palabra de Cristo no es sólo palabra de un gran maestro; es Palabra del Padre, Palabra que da Vida. Escuchar a Cristo y creer en el Padre es pasar de la muerte del pecado a la vida, participar ya de la vida eterna: “Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna...” Creer no es aceptar un manojo de dogmas; es aceptar a Cristo, que es la Vida y da vida, es dejar que Cristo nos viva. Señor, en esta etapa final de la Cuaresma deseo y te pido escuchar tu Palabra,  meditarla, guardarla en el corazón, dejarme transformar por ella…, y así prepararme a vivir en verdad la Pascua. María, Madre, tú que con tanta docilidad escuchaste la Palabra de Dios y tan fielmente la pusiste por obra, ruega por mí.
Dios no se olvida de nadie y me invita a que yo tampoco me olvide de nadie. Al leer de nuevo el texto de Isaías, traigo a la memoria y pido por aquellas personas que no debo olvidar. Aquellos hombres y mujeres a los que Dios me envía para consolar, acompañar y restaurar.
Me despido del Señor con profundo agradecimiento. Con ese gozo exultante que vivió su madre María, la llena de gracia. Con ella digo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su santa alianza,
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

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