22 abril 2014

Homilías 1, 2º Domingo de Pascua 27 abril

1.- UN SACRAMENTO QUE DEBE ILUMINAR NUESTRO ANOCHECER

Por José María Maruri, SJ

1.- Al anochecer de aquel día... Era de noche cuando Judas salió a traicionar a Jesús. Era de noche cuando Nicodemo fue a hablar con Jesús. Era de noche cuando José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo del Señor. Era anochecido cuando Jesús se aparece a sus discípulos juntos.


Al anochecer de aquel día, porque había anochecido en los corazones de los apóstoles por el miedo, la tristeza y sobre todo porque cuando Jesús mas los necesitaba “todos le abandonaron y huyeron”.

Al anochecer aquellos pobres hombres estaban encerrados, cabizbajos, paralizados, sin dar un paso en busca del Señor y es el Señor en el que los busca, entra, y se pone en medio de ellos, “que no es el hombre quien busca a Dios, es Dios el que anda siempre en busca del hombre.

Es el Señor el que entra, mira sus caras tristes, sondea sus corazones divididos y les ofrece su paz, la paz del perdón, la paz del olvido, la paz del reencuentro. Paz con Dios y paz consigo mismos. La paz de los hombres de buena voluntad aunque sean pecadores.

2.- Como el Padre me envió a hacer las paces entre el cielo y la tierra así os envío yo a dar a todos la paz del perdón: lo que desatéis quedará desatado. Y nace el sacramento de la penitencia, el Sacramento de la Paz. Un sacramento que debe iluminar nuestro anochecer.

¿Y por qué un sacramento instituido por Jesús como sacramento de paz, de alegría, del reencuentro, se ha convertido para muchos de nosotros en algo intranquilizador? Y a veces traba que nos separa por muchos años del reencuentro de Jesús en la Eucaristía, que nos mantiene en nuestro anochecer.

¿Por qué el Sacramento de la acogida cariñosa, de la alegría, se ha convertido en un potro, en una hoguera de la Inquisición y ha perdido toda alegre resonancia de Buena Nueva, de que Dios nos busca, olvida, perdona y nos quiere en paz?

¿Por qué los confesionarios son desagradables, cajas de resonancia de regañinas, amenazas, penitencias desproporcionadas, malos humores, caras de jueces avinagrados, donde se usa el sacacorchos o tiene uno la sensación de que le extraen una muela?

3.- Si los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor, es que la confesión debería ser:

-- Jesús mirando con simpatía y cariño al joven que quiere seguirle

--Jesús diciendo a la adúltera “tampoco yo te condeno”

--Jesús aprendiendo en la debilidad humana a comprender y a dar la comprensión de Dios.

--Debe ser el Señor siempre tendiendo la mano.

-- El Señor cerrando los ojos a todo, con tal de no apagar la mecha que aún humea, ni cobrar la caña que ya se dobla hacia el suelo

--Debe ser que Jesús que no ha venido a juzgar al mundo, sino a dar su vida por él.

--Jesús diciendo a los apóstoles que le han abandonado y traicionado “la paz sea con vosotros”

--Debe ser el Señor llenando de alegría el corazón de los suyos al verle.

En el sacramento de la penitencia se nos comunica el Espíritu Santo, ese que Jesús exhala sobre sus discípulos para que sepan perdonar, Espíritu que es por esencia AMOR. Que como dice la secuencia del día de Pentecostés es:

--brisa en las horas de fuego

--gozo que enjuga las lágrimas

--que riega la tierra en sequía

--sana el corazón enfermo.

Y los apóstoles se llenaron de alegría al ver al Señor: Y nosotros debemos de llenarnos de alegría al reencontrarnos con el Señor en la confesión, donde Jesús vuelve a decirnos a cada uno “la paz sea contigo, la paz del olvido, la paz del perdón”.

2.- "¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!"

Por José María Martín OSA

1.- En el relato que describe la vida de la primera comunidad cristiana se cumple lo que afirma el salmo 132: "¡Ved qué bueno y deleitoso es convivir los hermanos unidos!". La bondad y la delicia de la vida en común despertaron el deseo de muchas personas, que dejándolo todo, decidieron buscar juntos a Dios. Ahí está el origen del monacato y de la vida religiosa. Pero el texto de los Hechos no hay que verlo desde la óptica meramente histórica, pues no cabe duda de que nos muestra una comunidad "idealizada". Lo que expresa es aquello a lo que aspiraban, no sin dificultades, como podemos observar por ciertos conflictos que surgieron desde los primeros tiempos.

2.- Las claves de la vida comunitaria cristina son: la enseñanza --catequesis-- de los apóstoles, la vida en común, la comunión de bienes, la fracción del pan -eucaristía- y la oración. Todos necesitamos estos puntos de apoyo, sin los cuales nuestro seguimiento de Jesús se debilita. Llama la atención que "eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo a los que se iban salvando". Contrasta esta situación con la realidad actual que vivimos los cristianos del siglo XXI en ciertos países de la vieja Europa: descristianización, religión a la carta, indiferencia religiosa, ateísmo... Muchos abandonan la nave de la Iglesia porque para ellos es un contrasigno de lo que Jesús predicó. ¿Qué hacer?

Vive tu fe, sé testigo de la resurrección de Cristo, manifiesta la alegría de sentirte habitado y transformado por Él y serás signo y luz en medio de las tinieblas.

3.- Tomás es una figura simpática y actual. Como él, muchos dudan, también los santos han dudado, buscan y no encuentran.... La Iglesia debe acoger a todos, sobre todo a tantos "tomases" que sinceramente buscan la verdad. Caminando con ellos nosotros podemos ayudarles a descubrir que el sentido de la vida está en lo profundo y en lo oculto, en las llagas de las manos y el costado. Jesús asumió el sufrimiento del hombre para levantarle del abismo. Nos regala la paz interior, el mayor de los dones que el hombre puede tener.

4.- Que en este tiempo pascual nos dirijamos a Jesucristo glorificado y le pidamos que aumente nuestra fe, que intentemos ilustrar y formar nuestra fe para responder a los interrogantes de nuestro tiempo. Que seamos capaces de decir con Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!".

3.- NO QUEREMOS QUE LA PASCUA TERMINE

Por Antonio Díaz Tortajada

1. - Hoy celebramos la octava de Pascua. No queremos que la Pascua termine. Es un misterio que no se agota. Es el deseo de eternizar la fiesta. Algo más que un deseo. Cristo es la fiesta, Cristo es el día que no pasa.

Todas las oraciones y lecturas de la celebración de este domingo siguen teniendo un sentido bautismal-penitencial, y de resurrección.

La resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo (la difusión de la fuerza que mueve a Dios) se celebraban, originalmente, el mismo domingo de resurrección; sólo el deseo de ir desenvolviendo todo el misterio, todo el contenido teológico, involucrado en el acontecimiento de la resurrección de Cristo, fue creando las distintas celebraciones que ahora tenemos. Fue una forma de llenar con un nuevo sentido, adquirido en Cristo, fiestas judías y paganas de la época. La primera mitad del Evangelio de este domingo es un recuerdo de la época en que la resurrección, la ascensión-exaltación de Jesús como Señor y la difusión del Espíritu Santo se celebraban en la misma fecha.

El Bautismo era el único recurso que la primera comunidad cristiana tenía para el perdón sacramental de los pecados. Es a ese perdón al que se refiere la primera parte del Evangelio de la celebración dominical de hoy. La difusión del Espíritu Santo de la que también se habla allí se refiere a la que iba unida al Bautismo-Confirmación-perdón de pecados y renacimiento a una vida que conllevaba lo que se llamaba en ese tiempo la iniciación cristiana.

2. - Tomás nos representa a todos nosotros, porque o le creemos a los testigos primeros de la resurrección, la primera comunidad cristiana, o nos quedaremos sin creer, si exigimos experiencias personales nuestras para creer. No es que Tomás no creyera y los otros sí; el Evangelio nos dice claramente que ninguno de los doce apóstoles creía en la resurrección.

Según Lucas, los otros diez no creyeron ni siquiera después de haber visto y tocado a Jesús resucitado. El pecado de Tomás está no en no creer en Jesús o en su resurrección, sino en no creer a los otros diez apóstoles, que constituían la primera comunidad de seguidores inmediatos de Jesús. Aunque todos ustedes hayan visto, si yo no veo, no creo; aunque todos ustedes hayan tocado, si yo no toco, no creo, viene a decir Tomás.

La frase final de Jesús: "Bienaventurados los que sin ver creyeren", es una verdadera descalificación, por parte del mismo Jesucristo, a todo nuestro afán moderno de andar creyendo en apariciones extraordinarias. Una vez más, Jesús nos repite en la liturgia de este domingo: "Bienaventurados los que sin ver creyeren".

3.- La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos señala cómo debieran vivir los que dicen que han sido con-resucitados con Cristo por el bautismo. Los hermanos, los creyentes –aún no se ha acuñado el nombre de cristiano-- están empezando a vivir una vida nueva, la de Cristo resucitado. El ideal es que los cristianos compartamos, por amor, cuanto tenemos y somos.

Entonces, como los primeros cristianos, como nos cuenta esa lectura primera, seremos bien vistos por todo el pueblo, porque nuestra vida será un testimonio, claramente visible, de lo que decimos creer. Decimos que somos una "comunidad", pero no ponemos ni tenemos nada en común cuando por amor lo compartamos todo se superará esa incoherencia que existe entre nuestra vida diaria y la fe que decimos profesar. ¿Cómo podríamos padecer de racismo, de xenofobia, de segregacionismo o de machismo, si creyéramos eficazmente en que en Cristo Jesús no hay hombre ni mujer, judío o griego, esclavo o libre, porque todos somos uno en Cristo Jesús? Porque Cristo no está dividido y todos somos miembros de su único cuerpo.

4. En la segunda lectura, san Pedro nos habla de cómo, por el bautismo-resurrección, hemos nacido de nuevo. Esta vida nueva se desarrolla en la esperanza, con metas e ideales elevados; en la fe que se prueba en las dificultades de cada día. La pascua es, pues, nacer y crecer en la vida de la fe, la esperanza y el amor.

El trozo de la primera carta de Pedro acaba subrayando el que somos gente que ama y cree en Cristo “sin haberlo visto” físicamente y sin exigir verlo. ¿Somos, como lo quiere Cristo y como lo quiere Pedro, de los bienaventurados porque creen sin haber visto?, o ¿exigimos milagrerismo sensacional, apariciones, señales raras, para creer? Recordemos que el milagro no crea la fe, sino que la presupone sólo quien tiene fe ve, en algo milagro.

Cristo esta en medio de nosotros. No contempla la vida como espectadores, desde fuera. Cristo esta en el centro de nuestra vida, de nuestro dolor, de nuestra alegría y nuestra esperanza. Esta realidad es un estilo de vida

¿Es nuestra vida diaria una señal visible de nuestra fe, que hace a otros posible y deseable hacerse cristianos, o es un anti-testimonio que haría avergonzarse a los apóstoles y primeros cristianos? ¿Es mi vida una vida comunitaria o vivo en el más escandaloso individualismo que pone a Cristo como pretexto para no compartir nada con nadie?

4.- ¡HA RESUCITADO EL SEÑOR!

Por Javier Leoz

1.- En cierta ocasión un evangelizador llegó a una gran ciudad y dejó amarrado, en el exterior de sus murallas, a un caballo que llevaba para su misión apostólica.

Comenzó su predicación sobre las verdades de la fe y, uno de los asistentes, le grito: “eso que Vd. dice no me lo creo”

Y el predicador añadió; esto que os enseño, es tan verdad como que hay un caballo detrás de aquellos muros al cual vosotros no veis, pero del cual os fiáis de que existe por mi palabra.

Santo Tomás, en este segundo Domingo de Pascua, representa a ese mundo nuestro que se fija y se deja llevar exclusivamente por lo palpable. Por aquello siente y bebe en su mano, se saborea en el paladar o se hace color frente a la mirada de los ojos. ¡Ha resucitado el Señor!

Y, como Santo Tomás, nos gustaría meter nuestras manos en su costado. Hurgar en los orificios que dejaron los clavos para, a continuación, salir corriendo y llevar la buena noticia de que Jesús no sólo murió sino que, además, sigue tan vivo como el primer día. ¡Ha resucitado el Señor!

2.- La mayor prueba de su triunfo sobre la muerte nos la dan aquellos que tuvieron la suerte de encararse frente a frente con aquel misterio que ha dado resplandor y un esplendor nuevo y alegre a nuestro futuro: aquellas mujeres que se acercaron temerosas al sepulcro.

El mayor respaldo a nuestra fe viene de aquellos hombres que, sin dudar un solo instante, lo dejaron todo para dispararse por los cuatro puntos cardinales pregonando aquella buena noticia: ¡es verdad…ha resucitado! ¡Ha resucitado el Señor!

3.- Y, muchos de nosotros, somos clonación de aquel Tomás que, no solamente no creía que Jesús había salido triunfante del sepulcro, sino que además no se fiaba ni un pelo de la palabra de sus amigos: “hemos visto al Señor”.

Ese Tomás se prolonga en nuestro tiempo y en el entorno que nos toca vivir y luchar, en aquellos/as que han tenido una experiencia religiosa pero que la dejaron ahogarse por el pragmatismo reinante o por pedir demasiadas razones al corazón.

Ese Tomás sigue exigiendo pruebas con tantos de nuestros hermanos que piden conversión a la Iglesia, signos de su fidelidad al Evangelio pero… que son incapaces de mirar por encima de sus debilidades, la grandeza que ella encierra, actualiza y conserva: ¡cristo muerto y resucitado! ¡Ha resucitado el Señor!

4.- Y muchos de nosotros, en medio de las sacudidas a las que estamos sometidos, seguimos creyendo en EL como valor supremo de nuestra vida cristiana, y como cumbre de todo lo que realizamos y celebramos en su nombre. No necesitamos ni queremos ecuaciones que nos lleven a una matemática exacta sobre la existencia de Dios. El corazón nos dice que Jesús está presente de una forma real y misteriosa en aquel que lo busca, lo vive, lo ama y se deja conquistar por El. ¡Ha resucitado el Señor!

5.- Como aquellos hombres y mujeres de entonces, seguimos siendo (con virtudes y defectos) los eternos entusiastas de la muerte y de la vida del Resucitado.

Hemos salido de una semana intensamente cristiana. Algunos nos dirán; eso que habéis vivido, si no lo vemos no lo creemos. No es cuestión de demostrar nada a nadie. Eso sí, leyendo la lectura de los Hechos de los Apóstoles de este día, hay una buena receta que, todo el que la llega a cocinar, a la fuerza ha de contar con muchos paladares bien dispuestos: constantes en el enseñar, vida de comunidad, un pan que se comparte, una oración que se vive, una unidad que se palpa y unos bienes que se ponen a disposición de los más necesitados. ¿Acaso esto no es la mejor manera de enseñar el costado, las manos y los pies de Cristo?

Y, si además lo sazonamos todo con mucha alegría, viviremos dando gloria y alabanza a Cristo porque --sin haber visto-- somos dichosos y privilegiados por creer en El.

Ante una realidad que invita a silenciar la persona y el mensaje de salvación de la Pascua, nosotros como cristianos, tenemos un gran cometido y es -ni más ni menos- gritar a los cuatro vientos: Jesús Resucitado: ¡PRESENTE!

4.- LA ORACIÓN DE TOMÁS

Por Ángel Gómez Escorial

1.- La respuesta de Tomás a Jesús resucitado --tras verlo-- iba a dar origen a una de las hermosas y breves oraciones de la cristiandad. La jaculatoria "¡Señor Mío y Dios Mío!" la repetirían después miles y miles de hermanos en el momento de recibir la Sagrada Comunión. Y este hecho, no por muy repetido, pierde su sublime aroma. La creencia fuerte del descreído es a veces más importante que el sentimiento regular de seguimiento de muchos "creyentes de toda la vida". Sin duda, esa fue la segunda conversión de Santo Tomás.

Y es, asimismo, ese efecto importante de la "segunda conversión" lo que nos lanza a lo más alto. Hay, sin duda, que esperar la segunda conversión y no conformarse con la primera, aunque aquella tenga mucho de bella y entrañable. Después de muchos años de seguimiento hay un momento en el que todo se ilumina, crece y se perfila. Tomás tuvo la suerte de ver al Resucitado. Pero nosotros lo sentimos, lo tenemos cerca y la alegría de la Pascua inunda nuestros corazones en busca --sin duda-- de la segunda conversión.

2.- El relato de Juan --como todos los del Discípulo amado-- esta pleno de detalles y datos. Estaban las puertas cerradas, entro y se puso en medio. ¿Os lo imagináis? Puertas bien seguras por miedo a quienes habían matado a Jesús. Y entra. ¿Suponéis, amigos, el grado de sorpresa de los discípulos allí presentes? No es fácil. Pero el mensaje de paz del rostro querido del Maestro comunicó esperanza y alegría. La contemplación se hace difícil. Nos gustaría asistir a la escena, pero no es fácil. Les ofrece la paz y les envía a convertir al mundo. En esa escena se consolida la Iglesia de Dios con la llegada del Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados. Junto a la capacidad detallista de Juan, está su profundidad dogmática. Todo lo que necesitaba la Iglesia para su trabajo corredentor aparece en este trozo del Evangelio. Es, desde luego, la última pagina del evangelio de Juan y es el resumen de toda una narración, plena y profunda, escrita ya muchos años después del resto de los textos evangélicos. Juan quiere perfilar muchas circunstancias y planteamientos que habían sido atacados por las herejías, por las más tempranas herejías. La fe de Tomás, el mandato de evangelización, la capacidad de perdonar los pecados y sobre todo el epílogo sobre las muchas cosas que Jesús hizo. Es lógico, entonces, que dicho texto tenga tanta profundidad e, incluso, complejidad.

3.- En los Hechos de los Apóstoles se narra el ambiente de los primeros cristianos. Etapa deseada por todos y que a muchos nos gustaría que, en cierto modo, volviera. Los creyentes vivían unidos "y eran bien vistos por todo el pueblo". Hay un tiempo de fuerza pascual en esos primeros momentos que nos tiene que servir de ejemplo. Nosotros recorremos en estos días las primeras jornadas de la Pascua, ya con Jesús resucitado, llegamos a este II domingo de Pascua, y hemos construir nuestro "tempo" de paz y concordia, en el templo y en la calle. Hemos de actuar, en la medida, de lo posible como lo hacían los primeros cristianos de Jerusalén.

3.- San Pedro, en su carta, habla de que no hemos visto a Jesús y lo amamos. Y así es. La enseñanza trasmitida por los Apóstoles y sus herederos nos ha dado el conocimiento emocionante de Jesús. Y los elementos para reforzar una fe que, sin duda viene de la profundidad del Espíritu. Hay gracias especiales en estos tiempos de Pascua. Debemos aprovecharlas. Hemos de poner nuestra mirada espiritual en estos textos que tanto nos ofrecen. No podemos perder la oportunidad. Hemos de leerlos y meditarlos con entrega y esperanza.

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