31 marzo 2014

Sólo se ve bien con el corazón

Uno de los rasgos de la cultura contemporánea es el culto a la imagen, a tener en cuenta principalmente y a veces exclusivamente la apariencia de las personas y cosas. A la hora de adquirir determinados productos se valora el diseño por encima de la utilidad. En las personas la atención se dirige a la ropa, calzado, peinado, aspecto físico… Crece la demanda de operaciones de estética, se siguen dietas o se acude a gimnasios de manera casi obsesiva… porque “queremos tener una buena imagen”. Como ha llegado a afirmarse: “La estética ha sustituido a la ética”. Sin embargo, en el libro “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, que ya mencionamos la semana pasada, cuando el protagonista se encuentra con el zorro, éste le dice una gran verdad: Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.


En este cuarto Domingo de Cuaresma, tiempo de conversión, la Palabra de Dios nos invita a eso mismo: a convertir nuestra mirada, a ver con el corazón para ver el corazón de las personas. Porque como hemos escuchado en la 1ª lectura: La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.

Y el Evangelio nos muestra las diferencias y las consecuencias que tiene fijarse sólo en las apariencias o aprender a ver con el corazón, como Dios.

Los que se fijan en las apariencias, al ver al ciego de nacimiento preguntan: ¿quién pecó: éste o sus padres? Pero Jesús, que ve con el corazón, dice: Ni éste pecó, ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios.

Los fariseos, que se fijan en las apariencias, comentan respecto a Jesús: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Pero otros fariseos, que sí están empezando a ver con el corazón, replican: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Los que se fijan en las apariencias afirman tajantemente de Jesús: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. Pero el que había sido ciego, que empieza a ver con el corazón, contesta: Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.

Los que se fijan en las apariencias llenaron de improperios al que había sido ciego y le dijeron de Jesús: ése no sabemos de dónde viene. Pero el que había sido ciego, que cada vez ve más con el corazón, les replica: Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento: si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.

Los que se fijan en las apariencias le replicaron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron.

Pero el que había sido ciego, que ya ve con el corazón, reconoce a Jesús como el Hijo del hombre, y afirma: Creo, Señor. Y se postró ante Él. No sólo ha recuperado el sentido de la vista, sino que al aprender a ver con el corazón se ha encontrado con el Señor. El que había sido ciego nos muestra que sólo se ve bien con el corazón, porque ése es el modo de mirar que tiene Dios hacia nosotros.

En el Evangelio Jesús ha dicho: soy la luz del mundo. Por eso, aprender de Él a ver bien con el corazón implica practicar lo que san Pablo ha dicho en la 2ª lectura: Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz). ¿Cómo es mi mirada, me fijo en las apariencias, o sé mirar el corazón? ¿Reconozco al Señor en el otro, en los acontecimientos al mirar con el corazón? ¿En qué se nota que camino como hijo de la luz, qué frutos de la luz ofrezco?

El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a ver con el corazón, como Dios, para no quedarnos en las apariencias sino poner de manifiesto lo esencial, que es invisible a los ojos. Que como el ciego de nacimiento reconozcamos a Jesús como nuestra luz, para que pueda iluminar nuestro espíritu y aprendamos a amarle de todo corazón, y podamos decir: Creo, Señor. Y [postrarnos] ante Él.

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