27 marzo 2014

Reflexión: Recoger o desparramar?

LECTURA DEL DÍA
Jesús estaba echando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
«Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».
Lc 11, 14-23
REFLEXIÓN
Hace ya casi un mes que pasó, y todavía no me lo puedo quitar de la cabeza. El pasado 29 de diciembre nos fuimos los Hermanos de la comunidad a pasar dos días de retiro y descanso a la casa de los Hermanos en Mymensingh. Allí apareció un muchacho llamado Srabon, de 20 años, perteneciente a unas de las minorías étnicas de Bangladesh en Chittagong Hill Tracks, de religión budista. Nos enteramos de que había tenido serios problemas con su familia y que le habían expulsado de su pueblo. Entablé conversación con él; era la tristeza personificada. Me concentré en hacerle reír o por lo menos sonreír, cosa que conseguí al cabo de un buen rato.
Al día siguiente, una vez terminado nuestro retiro, nos volvimos a casa. Cuál no fue mi sorpresa cuando, al llegar a casa, me encuentro a Srabon sentado a mi puerta, descalzo. Había vendido sus zapatos y su camisa para pagar el autobús hasta Pirgacha. Trato de hacerle ver que debe volver a su pueblo e intentar reconciliarse con la familia. Trato de darle dinero para el viaje de vuelta. “No quiero tu dinero, quiero quedarme con vosotros, porque me habéis tratado bien y estoy a gusto con vosotros”, me dice. Qué hacer.
Discuto el asunto con los Hermanos. No puede quedarse aquí, esta no es la solución, tiene que volver y resolver su problema. Así que de nuevo hablo con el chico, y trato de convencerle. Srabon se da cuenta de que no puede quedarse, aunque le cueste aceptarlo. Le doy el dinero, le pongo en un autobús y se va. Todavía tengo grabada la expresión de infinita tristeza en su cara cuando el autobús se marchaba. No sé qué ha sido de él. Probablemente nunca más vuelva a verle. Ni siquiera sé si hice bien o no al mandarle de vuelta. Quizá no volvió a su casa y ahora esté rodando por ahí en cualquier rincón de Dhaka, la capital. No sé. Perdóname, Señor, si hice mal. Y sobre todo, cuida de Srabon.
ORACIÓN
Al salir de clase esta tarde había un grupo de muchachos sentados charlando y comiendo cacahuetes. Me llamaron desde lejos. “Eh, Hermano, siéntate con nosotros un rato”.
Me senté con ellos y uno me ofreció una bolsa con cacahuetes para mí solito. Me dio reparo aceptarlo, porque sé que no anda sobrado de dinero, y estuve a punto de rechazarlo y de decirle que se los comiera él. (En general, me cuesta aceptar regalos de gente más pobre que yo).
Entonces me acordé de la frase de Carlos Ruiz Zafón en “La sombra del viento”: “Los regalos se hacen por el gusto del que regala, no por mérito del que recibe”. Y vi ese gusto en los ojos del muchacho cuando acepté los cacahuetes y me los comí con él y sus amigos.
Era como una imagen de Dios, que nos da regalos todos los días, no porque los merezcamos, sino porque le encanta hacer regalos, porque le gusta querernos.
Gracias, Señor, por venir a mí hoy bajo la apariencia de un muchacho de 12 años.
ENTRA EN TU INTERIOR
Hoy he estado en un entierro y me ha llamado la atención cuando el cura ha dicho que tenemos fecha de caducidad, algo que normalmente aplicamos a los yogures y cosas por el estilo. He caído una vez más en la cuenta de que tengo los días contados y de que ya falta menos para el día más importante de mi vida, el día en que me muera. No quisiera llegar a ese día sin nada en las manos, con bagaje más o menos mediocre. Quizá por eso llevo toda mi vida intentando hacer cosas que valgan la pena, tratando de multiplicar las monedas que recibí al nacer y crecer, de ir por caminos poco transitados, de seguir a Quien susurra mi nombre con amor infinito cada mañana y cada noche.
¿Qué tienes tú en tus manos?
ORACIÓN FINAL
La cosecha está preparada. ¿A quién enviaré?
Envíame, Señor. Estoy dispuesto a servirte todos los días de mi vida.
El mundo está esperando. ¿A quién enviaré?
Envíame, Señor. Estoy dispuesto a hablar de ti todos los días de mi vida.
La viña está preparada. ¿A quién enviaré?
Envíame, Señor. Estoy dispuesto a trabajar por ti todos los días de mi vida. Amén.

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