17 marzo 2014

Reflexión: Esto (no) es un asco

Una de las peores consecuencias de la crisis económica ha sido que muchas personas, sobre todo de entre 40 y 60 años, por diferentes motivos han visto truncado su proyecto de vida, y han perdido toda ilusión y esperanza, porque no ven perspectivas de volver a recuperar su vida. Como decía una de estas personas: “Yo no quiero llegar a una edad avanzada, porque si ahora las cosas son así, dentro de unos años esto dará asco”.

Las dificultades de la vida, sean por el motivo que sean, pueden llevarnos a perder la esperanza y a pensar que “esto es un asco”. Esta experiencia es muy comprensible, como dice el Papa Francisco en Evangelii gaudium 6: Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir. Pero por eso mismo, en este Domingo II de Cuaresma contemplamos a Jesús, quien (como diremos después en el Prefacio) después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró… el esplendor de su gloria, para testimoniar… que la pasión es el camino de la resurrección. Esto no significa que padecer, por el motivo que sea, sea bueno, sino que ese padecimiento, vivido con Jesús, se convierte en camino de “resurrección”, no sólo al final de nuestra vida, sino también ahora, porque como decía la 2ª lectura, Él destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.
Hoy, como a Pedro, Santiago y Juan, el Padre también nos dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. La Cuaresma es un tiempo especial para ponernos a la escucha de Jesús y su Palabra: una escucha activa, orante, que alimente nuestro espíritu, como pedíamos en la oración colecta. Una escucha que nos hace sentir que Jesús también nos dice: Levantaos, no temáis. Como sigue diciendo el Papa Francisco, poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias. Necesitamos apoyarnos en Jesús, en su Palabra, para “levantarnos”, para recobrar la esperanza.
Ante nuestros proyectos de vida truncados, ante la desesperanza, ante las ganas de encerrarnos en nosotros mismos, Dios nos vuelve a invitar como a Abrahán: Sal de tu tierra… hacia la tierra que te mostraré. No está todo acabado, no es todo un asco, hay “otras tierras”, Dios sigue manteniendo su proyecto para nosotros y para la humanidad, un proyecto que se cumplirá no por nuestros méritos, sino porque desde el tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo. Por eso necesitamos contemplarle a Él, buscar esos momentos de transfiguración, pero no para instalarnos, para decir: haremos tres chozas, sino para volver con más fuerza y esperanza a las luchas cotidianas, como nos dice el Papa (20) para salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
¿He visto truncado mi proyecto de vida, o conozco a alguien que le haya sucedido? ¿Pienso que “esto es un asco”? ¿Creo a Jesús cuando nos dice que los padecimientos, con Él, son camino de resurrección? ¿Qué hago para escucharle? ¿Creo que Dios sigue teniendo un proyecto para mí?
Para ponernos en camino hacia la tierra que Dios nos muestra, aprovechemos el tiempo de Cuaresma. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé, decía san Pablo en la 2ª lectura. Pues cada uno según esas fuerzas, alimentemos nuestro espíritu con la Palabra de Dios para sabernos acompañados en todo momento por el Señor, para que con Él encontremos momentos de transfiguración y nuestros padecimientos se conviertan en camino de resurrección. Para ello, vivamos más intensamente la Eucaristía como ese momento privilegiado de transfiguración en medio de las luchas cotidianas. Aquí Él se hace comida y bebida espiritual para alimentarnos en nuestro viaje hacia la Pascua eterna (Prefacio III de la Santísima Eucaristía). Gracias a la presencia de Cristo en la Eucaristía, esta vida ya no es un asco, por duras que sean las circunstancias, porque como diremos en la última oración: al darnos en este sacramento el cuerpo glorioso de tu Hijo, nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino.

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