08 marzo 2014

Homilías II Domingo Cuaresma, 16 marzo

1.- DESDE ADENTRO HACIA AFUERA
Por Gustavo Vélez, mxy
“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a un monte alto y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”. San Marcos, cap. 9.
1.- Un pintor contemporáneo realizó un estudio sobre la Madre Teresa de Calcuta. Esos ojos marchitos, esas arrugas de su rostro no coinciden en nada con los rasgos de tantas divas, que se exhiben diariamente en los Medios. Pero descubrió en aquel semblante una sonrisa, una luz, un misterio que no puede explicarse sino desde aquello que llamamos santidad: La presencia de Dios que se trasluce, de forma radiante, en ciertos momentos de la vida.

En el caso del Señor Jesús, san Pablo escribe a los colosenses: “En él reside corporalmente la plenitud de la divinidad”. No extraña entonces que un día, en la cima de un monte alto, tres discípulos, invitados de honor contemplaran a Jesús transfigurado. “Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”, nos dice san Marcos. “Su rostro se puso brillante como el sol”, escribe san Mateo. Y san Lucas apunta: “El aspecto de su rostro se mudó”. Los evangelistas señalan además que allí se hicieron visibles Moisés y Elías. Dos personajes sobre los cuales se afirmaba toda la historia judía: El caudillo que liberó de Egipto al pueblo escogido y un profeta de tiempos difíciles, cuando se forjó la identidad de Israel. Ellos, como nos dice el texto, hablaban con Jesús, dando a entender que los tres hacían parte de un mismo proyecto de salvación.
2.- Ciertos autores recriminan a san Pedro por su espontánea intervención de entonces: “Maestro, qué bien se está aquí. Vamos a hacer tres chozas. Una para ti, una para Moisés y otra para Elías”. En asunto de albergue los judíos no eran muy exigentes. Y además el apóstol fue generoso, al no preocuparse de sí mismo ni de sus compañeros. No sabemos cuanto tiempo duro tal maravilla. Pero luego una nube, que en sentido bíblico significa la intervención de Dios, borró la escena. Aunque una voz se escuchó desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
Recordemos que esta página, igual que muchas otras se escribieron años después de la resurrección del Señor. San Marcos nos presenta este relato, igual que una acuarela inspirada de los relatos de Pedro, para ratificar que Jesús, el crucificado cinco décadas atrás, sí en verdad el Hijo de Dios. Los peregrinos que visitan el Tabor, donde tradicionalmente se ha ubicado la transfiguración del Señor, avanzan siete kilómetros desde Nazaret por la llanura de Esdrelón, lugar de batallas en el Antiguo Testamento. Sobre un monte aislado, de 562 metros de altura, se alza una basílica no muy grande, erigida en 1924, con dos capillas laterales dedicadas una a Moisés y otra a Elías.
3.- También en cada uno de nosotros se esconde un misterio luminoso, que en ciertas ocasiones se manifiesta: Somos hijos de Dios muy amados, creados a su imagen y semejanza. La tarea del cristiano sería transfigurarse a cada instante. Lograr que se trasluzca su maravilla interior. Y esto se alcanza por la oración, pero ante todo por la caridad fraterna, por el servicio generoso a los más débiles. En tales circunstancias la gente nos verá transfigurados y el Señor podrá certificar: Este es mi Hijo predilecto.

2.- MÁS ALLÁ DEL APEADERO DE LA MUERTE
Por José María Maruri, SJ
1.- Cuanto más corto es el camino de la vida que nos queda por recorrer, más nos volvemos a mirar atrás y los viejos nos identificamos con aquellos versos:
“Cómo a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado
fue mejor…
Es la añoranza de una vida que se nos escapa como anguila entre las manos. Es la tristeza del crepúsculo y, en el fondo, una gran falta de fe.
2.- La transfiguración es un fogonazo hacia el futuro para fortalecer la fe vacilante de los discípulos. Es mostrarles que más allá del apeadero de la muerte espera al Señor Jesús un futuro grandioso y esplendoroso del que todos participamos porque en Cristo todos hemos resucitado.
Sobre nuestra fe actúa –o debería de actuar—un fogonazo mayor que la Transfiguración, porque lo que fue anticipo en ella, en nosotros ya es realidad. Cristo ya ha vencido a la muerte y en Él nosotros.
Y cuando renqueamos con la vejez, cuando nos empeñamos en volver a energías pasadas a fuerza de vitaminas, cuando se nos agría el rostro como si comiéramos limón, o perdemos la sonrisa, es porque nos consideramos proyectiles de cañón lanzados contra el inexorable muro de la muerte contra el que vamos a saltar en pedazos irreconocibles.
Nunca nos hemos considerado montados en la nave espacial de la vida que pasará de largo, como Cristo, sobre el apeadero de la muerte para continuar un maravilloso viaje por la eternidad de Dios, por la siempre nueva y cambiante belleza de Dios, por un mundo de amor siempre antiguo y siempre nuevo del que ya tuvimos prueba en esta vida.
3.- ¿No os habéis extasiado ante algunas de las viejas casas de las calles de Almagro, Fortuny o Monte Esquinza o las del Madrid de los Austrias? Exponente de una estética, de un señorío o de una elegancia que ya hay que buscar en las ruinas de la democracia.
a) Pues para la mirada de Dios todos son construcciones de papel con las que construíamos de niños el Monasterio de El Escorial.
b) Chafarrinones de Dios son esos pinos que adornan con perlas de hielo como pinos de cristal. O esos riachuelos que con el deshielo bajan ahora trotando de roca a roca llenando el aire con su sonido de paz.
c) Chafarrinones de Dios son esas puestas de sol en que el rojizo del cielo pone en llamas los arbustos de la colina o los árboles del jardín.
d) O ese mar bravío rompiendo contra la roca en lucha consigo mismo al regresar sobre sus propias olas, todo chafarrinones de Dios. Goterón de óleo caído de la paleta del eterno artista, pura mancha, puro borrón, comparado con lo que la eterna e infinita belleza y amor de Dios puede hacer.
¿Por qué tenemos que mirar atrás a estas maravillas del mundo cuando nos queda ante nosotros la verdadera obra de arte de Dios? Ya lo tenemos al alcance de la mano, ¿por qué aferrarnos a la sucia silla de la sala de espera de este mundo?
4.- Ahora nos sentimos cobijados, abrigados por el cariño de familiares y amigos. Y hasta del Señor hemos sentido a veces, más o menos, su presencia discreta y escondida, siempre cariñosa y cercana, con su mano extendida.
Pues más allá del apeadero de la muerte nos zambulliremos en el Amor de nuestro Padre Dios, amor antiguo y siempre nuevo, sintiéndonos amigos de siempre y al tiempo gozando cada instante de nuevas facetas de su cariñoso calor.
Pues esta Transfiguración del Dios de belleza y amor deben ser los prismáticos con los que debemos mirar al futuro cercano que nos espera, en lugar de mirar hacia atrás con nostalgia, nos haga mirar adelante con ansía de vivir lo que jamás hemos soñado.
No necesitamos las tres tiendas de Pedro que nos atan a este mundo. Somos caminantes a los que el camino acerca día a día a la patria de la que somos ciudadanos.

3.- POR LA CRUZ A LA LUZ
Por Gabriel González del Estal
1.- Sí, es una frase antigua y hay hasta un libro de 1983 con este título. Pero es una frase que expresa bastante bien el mensaje del evangelio de este domingo. El domingo anterior habíamos visto a Jesús en el desierto, azuzado por los demonios y viviendo entre alimañas. ¡Cuarenta días de auténtica cruz! Hoy le vemos en lo alto del monte Tabor, inundado de luz y arrullado por la voz acariciante de su Padre, que lo llama Hijo amado. La vida humana de Jesús de Nazaret, aquí en la tierra, fue toda ella un camino lleno de cruces, con pequeños oasis de oración, de éxtasis y de amor. Sólo a partir del momento mismo de la resurrección, Jesús de Nazaret deja de ser el siervo sufriente y pasa a ser, ya para siempre, el Señor de la gloria, el que vive a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros. La mayor parte de la vida del hombre, dice el salmo, es trabajo y dolor. Pero, hablando y viviendo en cristiano, sabemos que la cruz de la vida, cuando está iluminada por la luz de la resurrección, es una cruz llevadera y hasta una carga ligera. ¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…! No hablamos aquí exclusivamente de las cruces creadas por nuestros desafueros y por nuestras pasiones, que son muchas, sino de la cruz de cada día, de ese dolor y trabajo ininterrumpido que la vida misma nos exige, si queremos mantenernos fieles a nuestra vocación cristiana. Vivir en cristiano no se consigue a través de un camino fácil y muelle, exige derribar cada día montañas de egoísmo y de orgullo, y elevar valles de cansancio y desánimo. Para conseguir esto se necesita que la Luz del Resucitado esté siempre iluminando nuestras pequeñas cruces de cada día. De lo que se trata es de no perder nunca de vista la Luz grande y salvadora que brilla al final del camino. Pedro, Santiago y Juan quisieron plantar las tres tiendas en el monte Tabor, pero Jesús les dijo que primero tenían que bajar al llano y andar un camino, lleno de cruces, que les llevaría hasta Jerusalén. Sólo allí comprenderían que el monte Calvario era un camino necesario para llegar al monte Tabor.
2.- Abrahán respondió: aquí me tienes. El tema central de este relato del Génesis no es ver si, al final, Abrahán mataría a su hijo o no, sino ver si Abrahán tenía fe suficiente en Dios y le obedecía, o no. Que Dios no iba a permitir que Abrahán matara a su hijo estaba claro, aunque, en aquel momento, Abrahán no lo supiera. En la Biblia se nos dice, en más de una ocasión, que Yahvé no quería que su pueblo le ofreciera sacrificios humanos, como estaban haciendo otros pueblos idolátricos que ofrecían a sus dioses el sacrificio de niños inocentes, para obtener favores de lo alto. Lo que aquí le interesa resaltar al autor del relato es la gran fe que el patriarca Abrahán tenía en Yahvé. Esta gran fe de Abrahán es la que admiramos aún hoy, judíos, cristianos y musulmanes para considerar al patriarca como el gran padre de nuestra fe. “Aquí me tienes, Señor, haz de mí lo que quieras” es la frase que siempre dijeron los grandes santos. Es la frase que dijo María de Nazaret, ante el misterio de la encarnación, y es la frase que dijo el mismo Cristo, al venir al mundo: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Es la frase que debemos decir cada uno de nosotros en los grandes y en los pequeños momentos de nuestra vida.
3.- Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; con la paciencia todo se alcanza; quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta”. Así se atrevió a decirlo también Santa Teresa.

4.- “¡ESTE ES MI HIJO AMADO, ESCUCHADLE!”
Por Antonio García-Moreno
Si al menos una lágrima... -"Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?". Estas palabras son como un desafío, un reto audaz que San Pablo lanza a la cara de sus enemigos. Un grito de guerra, un grito de victoria. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? -se pregunta-. ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada...?".
Pablo es consciente de las dificultades que hay en su vida, de las persecuciones que sufre, de las calumnias que han propagado contra él, de la incomprensión de los que podían y debían haberle comprendido. Él sabe que hay muchos que desean su muerte, está seguro de que terminará sus días en la cárcel, condenado injustamente a muerte, a una muerte violenta, al martirio.
Y sin embargo, se siente seguro, tranquilo, sereno, decidido, audaz, contento, feliz. Él sabe que vive entregado a la muerte cada día, todo el día, como oveja de degüello. Pero él dice: "En todas estas cosas vencemos por aquél que nos amó. Porque persuadido estoy de que ni la muerte, ni la vida, ni poder alguno por grande que sea, podrá separarnos del amor que Dios nos tiene y que nos ha manifestado en Cristo Jesús".
"El que no perdonó a su Hijo, -sigue el Apóstol-, sino que lo entregó a la muerte por nosotros..." Ahí está la clave de ese optimismo desaforado. Haber creído en clamor de Dios, este es el secreto de esa esperanza siempre viva, de esa audacia sin límites, de esa personalidad arrolladora. Dios nos amó hasta el extremo del amor. Lo dijo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por el amado". Y Dios entregó su vida por los hombres. El Padre Eterno no escuchó la súplica del Hijo que pedía, con lágrimas y sudor de sangre, que pasara aquel terrible cáliz, aquella dolorosa pasión. Y el Hijo aceptó los planes del Padre y caminó decidido, sin resistencia alguna, hacia el tormento supremo del abandono y del dolor.
Ante estos hechos, ¿cómo podemos permanecer insensibles, cómo podemos caminar de espaldas a Dios, cómo podemos vivir una vida tan mediocre y aburguesada, cómo podemos olvidar a quien tanto nos ama? No hay respuesta adecuada. Sólo cabría decir que somos unos pobres miserables, indignos de tanto amor. Y si al menos dijéramos eso, si al menos sintiéramos un poco de dolor de amor, si al menos derramáramos alguna lágrima de arrepentimiento...
2.- Transfiguración.- Jesús se retira con los más íntimos a la montaña. Lo más probable es que se tratara del monte Tabor, alta colina que destaca en las planicies de Galilea, atalaya desde la que se divisa a lo lejos el reflejo azul del lago de Genesaret y el verde valle de Yiztreel. Las cumbres, esto lo saben bien los montañeros, invitan a la contemplación: Allí el espíritu se eleva y Dios parece estar más cerca. Es lugar propicio para la oración, para comunicarse con el Creador, esplendente en la altura, visible casi en la grandeza majestuosa de los hondos abismos y de las escarpadas rocas.
La grandiosidad de la cima del Tabor se llenó con la luz que Cristo irradiaba. Toda la gloria que se ocultaba tras los velos de la humanidad se dejó ver por unos instantes. Fue tanto el resplandor de aquella transformación que los apóstoles quedaron extasiados, como fuera de sí, sin saber con certeza lo que pasaba. Un gozo inefable les colmaba por dentro, y a Pedro sólo se le ocurre decir que allí se estaba muy bien, y que lo mejor era hacer tres tiendas. Y no moverse de aquel lugar. Estaban en la antesala del Cielo, recibían una primicia de la visión beatífica. El recuerdo de aquello es siempre un estímulo para los momentos oscuros, cuando la esperanza haya muerto y necesitemos que florezca de nuevo.
Moisés y Elías acompañaban a Jesús glorioso y hablaban acerca de su pasión, muerte y resurrección. Un juego de luces y sombras hacía entrever el duro combate que el Rey mesiánico había de librar, y también su gran victoria sobre la muerte y el dolor, su definitivo triunfo que alcanzaría a quienes siguieran sus pisadas de sangre y de luz... La voz del Padre resuena desde la nube: Este es mi Hijo amado, escuchadle. El Amado, el Unigénito, la impronta radiante del Padre Eterno. Con razón se admiraba San Juan del grande amor que Dios tiene al mundo, cuando por él entregó a su mismo Hijo, aún sabiendo que lo clavarían en la Cruz. Pero aquella fue la inmolación que nos trajo la salvación y remisión de nuestros pecados.
Cómo no escuchar la voz de quien tanto nos amó, atender las palabras de quien murió por salvarnos. Oír su doctrina luminosa, hacerla vida de nuestra vida. Subir a la montaña escarpada de nuestros deberes de cada día, grandes o pequeños; escalar con ilusión los riscos de cada hora, con la esperanza cierta de llegar a la cumbre y contemplar extasiados la gloria del Señor.

5.- CONTEMPLACIÓN Y COMPROMISO
Por José María Martín OSA
1.- La prueba nos hace más fuertes. Aprendemos cómo triunfar cuando somos probados. Necesitamos obedecer a Dios. La orden de sacrificar a su hijo debe haber sido incomprensible y extremadamente traumática para Abraham. Y durante los tres días que duró el viaje hacia el lugar que Dios le había indicado seguro que aumentaba su dolor. En nuestro caminar hacia la montaña de la prueba, los días se hacen más largos, caóticos e insostenibles. Aunque no comprendamos lo que está sucediendo, y aunque nos duela, debemos obedecer. Para triunfar cuando somos probados, necesitamos confiar en Dios. Al tercer día de viaje, Abraham “Alzo sus ojos y divisó el lugar de lejos” A pesar de todo, tuvo confianza. Los tres días implica la prolongación de la prueba pero también una obediencia y una confianza sostenida. Así debemos confiar nosotros alzando los ojos de la fe y divisar de lejos el propósito de Dios, debemos creer que nos ama y todas las cosas nos ayudan a bien, esto es a los que conforme a sus propósitos somos llamados. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Aprendemos que las pruebas tienen una salida de parte de Dios. Dios proveerá, fue un lema de toda la vida de este patriarca Abraham, y desde entonces lo ha sido en la vida de muchos cristianos en el mundo.
2.- ¿La montaña como “lugar” de encuentro con Dios? Cristo sube a una montaña. ¿Qué montaña? No sabemos. Algunos señalan que es el monte Tabor. Pero es más que ese monte en concreto. Se trata de un monte simbólico, por eso se omite el nombre. No es solamente un lugar físico, sino que tiene que ver con las realidades y con las concepciones que del mundo se tenían en esa época. El mundo era visto como una superficie cuadrada que flotaba sobre las aguas inferiores, en cuyo centro se elevaba una montaña que con su cima se acercaba a la parte más alta de la bóveda del cielo, sobre la cual Dios tenía su trono. Son muchas las montañas en la vida del Señor A la montaña se sube con cierta dificultad, es la dificultad de la vía para el encuentro con Dios, que requiere la constancia y la paciencia en la oración y en la búsqueda de Dios. A una montaña no se sube por un camino recto ni asfaltado, sino por senderos con altos y bajos, con caídas, rasguños, heridas y dolor. Pero cuando se llega a la cima se contempla el mundo, el paisaje con otros ojos, unos ojos más cercanos a los de Dios. Una vez que se ha llegado a la cima, se sabe también que el encuentro con Dios ya no depende de que uno pueda seguir escalando, se ha llegado a la cumbre; desde allí es Dios quien tiene que bajar para hacer posible el encuentro con el hombre.
3.- Hay que saber bajar al llano. Nuestra actitud tiende a ser el quedarse en la cima de la montaña contemplando el espectáculo que significa el descenso de Dios, por eso Pedro propone hacer tres tiendas: “¡Qué bueno es estar aquí! El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar de ella para bien de sus hermanos, así lo hizo Moisés cuando recibió las tablas de la Ley, y así lo hicieron los discípulos del Señor después de su Transfiguración, porque es necesario contar a los hermanos la gloria de Dios que se ha visto en la cima del monte, para que sean muchos más los que se atrevan a escalar hasta la cima para contemplar a Dios. Simbólicamente Jesucristo se transfiguró en presencia de sus discípulos. Pero hoy el Señor sigue transfigurándose para nosotros. Cada vez que asistimos a la Eucaristía revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y a quien nosotros podemos contemplar. Pero la Eucaristía no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso.

6.- ANTE LA DESFIGURACIÓN… LA TRANSFIGURACIÓN
Por Javier Leoz
Hambre, miseria, tortura, luchas ideológicas, violencia, dolor, muerte….son, entre otras cosas, notas que marcan la situación totalmente desfigurada y complicada del mundo. Ante ello, el Señor nos ofrece unas pistas: no hay que desfallecer, hay que seguir hasta el final aunque, el camino, sea duro e incluso con sufrimiento.
1.- Mirar a nuestro alrededor es caer en la cuenta de muchos rostros desfigurados o deprimidos porque tal vez, hace tiempo, dejaron de sentir y de escuchar aquello de “tú eres mi hijo amado”.
De nuevo, en este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos invita a reemprender el camino junto con El. No será una senda fácil ni de respuestas a la carta. Pero, como siempre, nos lanzará a la cruda realidad, ayudados de su mano, y sobrecogidos si, de verdad, hemos intentado tener una experiencia profunda de El y con El.
A nadie nos gusta la cruz pesada; a ninguno nos seduce el final de un camino dibujado con el horizonte de las espinas o del dolor. Preferimos, y hasta echamos en falta, una vida más merengada y con éxitos, sin llantos ni pruebas, sin lamentos ni zancadillas, tranquila y sin sobresaltos. Todos sabemos…que no siempre es así.
Ante la desfiguración a la que se siente sometida la humanidad, los hombres, las mujeres de nuestro tiempo, hay que refugiarse en la Transfiguración del Señor. Entre otras cosas porque, en ese estado, uno se encuentra muy bien; adquiere la vitalidad y el impulso necesario para descender al llano de cada día y enfrentarnos a los crudos escenarios en los que nos toca actuar desde la sinceridad o desde la falsedad.
2.- El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación- avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios para darle batalla y progresar hacia la victoria. Hoy, con su Transfiguración, da un paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo (por ejemplo la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El, meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la superficialidad han demolido.
También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso activo en el día a día.

7.- NO SEAMOS ATOLONDRADOS COMO PEDRO
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Es habitual sacar la consecuencia de que Pedro –el primer Papa—se comportó como un atolondrado ante el impresionante espectáculo de la Transfiguración. Y sin embargo, si nosotros nos ponemos en su piel, ¿sinceramente, qué hubiéramos hecho? Cada uno debería pensar en ello y dar una respuesta por lo menos para nuestros adentros. Esa posibilidad de ponernos en el lugar del apóstol Pedro reaviva –a mi juicio—una especie de lejanía, de aceptar lo fantástico o prodigioso que trae la Escritura como si no fuera posible hoy, o se tratase, ya, de un relato antiguo, respetable, y hasta muy bonito, pero antiguo e imposible. Algo parecido pasa con los milagros de Jesús, con, por ejemplo, la sanación de los enfermos. Sin embargo, cuando la enfermedad se acerca a nosotros o a nuestros familiares la cosa cambia. ¡Cuántas veces habremos deseado que el Maestro sanador de enfermos y hasta resucitador de muertos pasara por nuestro lado! Sinceramente, hemos de contemplar la Palabra de Dios como si acabara de ocurrir a nuestro lado, como si fuera parta de nuestra realidad cotidiana.
2.- Y siguiendo con este juego de las posibilidades, tal vez el atolondramiento de Pedro no fue tanto por el deseo de perpetuar la realidad de la Transfiguración en esos momentos, su “despiste” llegó por olvido. Jesús le dijo que no se lo contara a nadie y le hizo tanto caso que se le olvidó. Igualmente aconteció con Juan y Santiago lo olvidaron. El Maestro quiso mostrar su gloria antes sus apóstoles para ayudarles a pasar el trance de la Pasión y Muerte pero no ocurrió así. El despliegue del Monte Tabor parece que no sirvió para nada. ¿Y fue así? Aparentemente, si. Pero no del todo, porque cuando Jesús resucito y ascendió, después, al cielo la Transfiguración tomó un relieve extraordinario. Tal vez, la muy especial apariencia del Resucitado guardaría una cierta relación el Transfigurado y así la glorificación del cuerpo de Jesucristo se mostraba como algo previsto.
3.- En Cuaresma, el segundo domingo, siempre coloca a Abrahán y a la Transfiguración como “plato fuerte” de sus contenidos en los diferentes ciclos litúrgicos. Pero en el presente ciclo B hay –me parece a mí—un mayor dramatismo. El libro del Génesis nos presenta la escena dura, muy dura, de la orden de Dios a Abrahán para que sacrifique a su hijo. El epílogo del Evangelio de Marco nos deja a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan especulando sin comprender que era eso de la resurrección de los muertos. La obediencia de Abrahán a Dios es total. Y es totalmente ejemplar. Dios lo es todo para Abrahán y el hecho muy doloroso de perder un hijo a sus propias manos y por encargo de Dios pesa menos que los deseos del Señor. A nosotros, como en el caso de los apóstoles, nos resulta tan incomprensible como la posibilidad de resucitar. Dios sabemos que no nos puede pedir eso. ¿O sí? La verdad es que para Abrahán fue eso, sólo una prueba, y todo terminó bien. El misterio de la vida trae a veces la pérdida de hijos por parte de muchos padres. Y en cuanto a los apóstoles pues parece que la prueba de la Pasión de Jesús si les superó, aunque Dios no los abandonó. La resurrección de jesús y la venida del Espíritu Santo sirvieron para que, por fin, entendieran la magnitud de la obra del Mesías. Es difícil, muy difícil saber que puede pensarse en esos momentos y que es lo que habríamos hecho nosotros. Sabemos, sin embargo, que la prueba nunca nos superará. Eso es lo que desea Dios.
4.- La vida de los humanos es muy compleja y en medio de ella está Dios. Hemos de entender lo que nos ocurre a la luz de la fe y del amor de Dios. Otra cosa sería muy incompleta y solitaria. Los prodigios, sin duda, nos ayudarían a convencernos de esa presencia cercana de Dios. Y, ciertamente, si ponemos atención a nuestra vida, podemos ver que no estamos solos. Es obvio que nosotros no hemos vivido la Transfiguración pero hay hechos a nuestro alrededor que indican la dirección mas adecuada para aceptar y entender que el poder omnímodo de Dios está cerca. Lo grave sería cerrarnos a esa posibilidad, teniendo siempre un mal calculado principio racionalista que viene a decirnos que “jamás pasa nada”.
5.- Faltaba para el diagnóstico de “difícil” para este segundo domingo de cuaresma del ciclo B, la breve lectura que hemos escuchado de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos. Pablo de Tarso dice que el mismo Dios no perdonó a su propio hijo –si perdonó al de Abrahán—por salvarnos a nosotros. A partir de ahí si Dios nos entregó la vida de su Hijo para salvarnos es difícil que nos pueda negar nada. El argumento es fuerte y convincente. Añade que el Hijo resucitó y que ahora intercede por nosotros. ¿Es todo esto fácilmente comprensible? Muchas veces más de un autor sagrado importante se ha preguntado si fue necesaria la muerte de Jesús para que se hiciera efectiva la redención. Ello, en general, llena de inquietud y la prueba se considera enorme. Hoy la exegesis bíblica y evangélica no expresa el hecho de la muerte de Jesús como un deseo del Padre. Realmente, una extraordinaria concatenación de fuerzas del mal, gobernaron las decisiones humanas en esas horas aciagas previas al sacrificio de Jesús. Y el Hombre Dios –que es el mismo Dios trinitario—decidió asumir en si el terrible sufrimiento físico y moral que contenía todo el pecado de la humanidad. Y el mal fue derrotado por la sobreabundancia de gracia y generosidad. A partir de ahí se abrió otra etapa de paz, justicia, amor y bondad, que, no obstante, es a veces derrotada, pero siempre parcialmente. Es posible que eso de la plenitud de los tiempos signifique también que el mal había crecido ya demasiado en la tierra y que Dios no lo podía tolerar.
Y ahora el epílogo a nuestro comentario no puede ser otro que el deseo de que no seamos atolondrados, que sepamos reconocer la cercanía constante de Dios vista en numerosos hechos y circunstancias que se presentan en nuestro alrededor. Hemos de saber leer la marcha de los tiempos en el lenguaje de Dios. No en nuestras apreciaciones siempre excesivamente temerosas y conservadoras. Dios nos muestra lo mejor a todas horas.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

TROFEO Y CORAJE
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Cuesta entender que celebremos la experiencia insólita de tres personas. La Transfiguración fue un hecho que les ocurrió a los predilectos de entre los discípulos del Señor y que nos lo contaron porque ellos quisieron. Algún valor verían en el acontecimiento los de la primera comunidad, y el Espíritu del Señor, que quiso que se relatara. De no ser así, como de tantas cosas, nada sabríamos. Os voy a contar, mis queridos jóvenes lectores, como pudiera ser una experiencia de este tipo, si los que la vivieran fuerais vosotros mismos, poniéndoos comparaciones paralelas y actuales, aunque reconozco que su valor sea muy inferior.
En primer lugar, por el tono de la narración, esto ocurrió en otoño, durante las fiestas de los Tabernáculos. Los israelitas salían, y aun ahora salen, a vivir al aire libre, en cabañas improvisadas, recordando su viaje de Egipto al Sinaí. Son días alegres. Acabada la siega, la trilla y la recolección del grano, dejado el mosto en las bodegas para que fermentase, gozaban de vacaciones tranquilas, ya que nada les urgía. Son jornadas estas de alegre convivencia. Por lo visto, en el caso que nos ocupa, no levantaron cabaña alguna. Dormían al raso, tal vez habían llegado ya de noche a la cima.
Con Jesús iban: Pedro, un hombre mayor, rudo y noble, Santiago, un joven que había encontrado en Él, el sentido de la vida, y Juan, hermano menor, que admiraba al Maestro con delirio. Diferentes, pues, los tres y de calidad humana, no es extraño que Jesús se sintiese bien en su compañía. Tenían cierto conocimiento de la ciencia del Maestro e imaginaban algo de sus proyectos. Las dos cosas les atraían. Pero estaban empezando a conocerle a fondo y Él pretendía que progresasen en este sentido. Y que nosotros ahora, al enterarnos, también aprendiésemos la lección
2.- Hago un paréntesis. Yo no sé si os ha ocurrido un día. Sin buscarlo expresamente, habéis conocido a alguien y os ha explicado sus aficiones y os ha invitado a su casa. En el domicilio habéis visto las paredes repletas de copas y otros trofeos conseguidos. Os lo cuento de otra manera. Podéis pensar que en su habitación colgaban discos de “platino”, posters y fotografías de festivales, en los que el artista, el mismo que os está hablando, ocupaba el lugar central. Contemplar el testimonio de sus éxitos os ha deslumbrado y habéis sentido dentro ganas de imitarlo o imitarla.
El triunfo de un amigo entusiasma y contagia. El Señor lo sabía y es lo que quería. Que el Maestro se codease con Moisés y Elías, era cosa que nunca hubieran podido imaginar y le confería a sus ojos la máxima categoría. Pedro impulsivo, no se le ocurre otra cosa que proponer levantar unas cabañas, como cualquier hijo de vecino hacía aquellos días. Dios-Padre debió sonreír en las alturas y acudió al encuentro. Se limitó a decir, vuestro amigo es mi Hijo amado, no lo abandonéis. Hacedle siempre caso. Y sanseacabó.
3.- Volvieron a estar solos. Mientras cada uno por su cuenta rumiaba dentro de sí lo oído, Jesús añade una advertencia: no habléis de esto con los demás, dejadlo para cuando resucite de entre los muertos. ¿A qué venía lo de morir y resucitar, pensaban? Mientras bajaban lo comentaban entre ellos, pero no supieron descubrir porque les había dicho esto. Mucho más tarde lo entendieron y lamentaron haberse olvidado de la lección y haber sido capaces de dejarlo solo e indefenso, los días de su Pasión. Pero, digo yo, ¿no hacemos lo mismo nosotros cuando nos dejamos arrastrar por la tentación, olvidamos lo que aprendimos, lo que experimentamos y nos dejamos arrebatar por el deseo de tener, de fardar, de conseguir? ¿O es que no tenemos experiencia de que Jesús nos ama apasionadamente y no podemos olvidarle y que es Él suficiente para llenarnos de gozo y hacernos felices?
4.- PRECISIONES MARGINALES
La escena, aunque el texto evangélico no lo diga, la tradición sí, se sitúa en un cerro que domina la llanura de Esdrelón, es el Tabor. Es tan bonito y característico, que cuando uno se desplaza por el norte de Israel y lo ve, está seguro de que ha penetrado en Galilea. No tiene más de 562 metros. En la actualidad se sube por una carretera de cerradas curvas, una tras otra, que no permite más que el tránsito de vehículos pequeños. A mucha gente joven les gusta subirla a pie y yo, siempre que les he visto hacerlo, he sentido envidia. En la cima, que es un largo y lomo un poco inclinado, quedan restos arqueológicos de primitivas culturas que dan prueba de que desde la antigüedad fue considerado una montaña sagrada. Sobresale un soberbio edificio, una gran basílica en honor de la Transfiguración. A su lado reside una comunidad que guarda el lugar y acoge en su hospedería a peregrinos. A un lado de la carretera yendo de oeste a este, a mediodía, se levanta una humilde ermita, que muchos no llegan a ver y que, precisamente, recuerda las enigmáticas palabras que oyeron al final, aquello de resucitar de entre los muertos. Son edificios católicos. Hacia el norte, de esta misma carretera, sale un camino que lleva a una iglesita ortodoxa. Casi siempre está cerrada y pocos se acercan a visitarla. Sólo una vez he podido entrar en ella.
También quiero recordar que la basílica del Sinaí, en la fortaleza de Santa Catalina, al pie del monte de Moisés, está dedicada a la Transfiguración del Señor, para que se vea la importancia que la primitiva comunidad dio al misterio que hoy ocupa nuestra atención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario