15 marzo 2014

Homilías (4)-III Domingo Cuaresma, 23 marzo

 Y YO QUIERO SER EL CÁNTARO, SEÑOR…
1.- Y el Señor se sentó cansado en el brocal del pozo, como si hubiera sentado cansado en el bordillo de la fuente de la Puerta del Sol, junto a un barbudo vagabundo, y tal vez una pobre mujer de las que se pasean por la calle Montera… o por Carretas.
**Cansado, abrumado por toda esa multitud que pasa deprisa o vende chucherías o compra lotería.
**Abrumado porque esa multitud anónima para nosotros tiene cara, tiene rasgos muy conocidos, tiene su propia historia para Él, abrumado por el cariño hacia cada uno.

**Cansado porque quisiera tener una conversación individual con cada uno y cada una, como con la samaritana, samaritanas muchas de esas que se sientan junto a Jesús en la fuente de la Puerta del Sol
¿Cansado porque no llega a todo? ¿Porque es demasiado trabajo para uno solo? No. Cansado porque la mayoría de ellos y ellas llevan tapados los oídos, por la necesidad de ganarse el pan día a día, por no tener más expansión que tomar el sol en plena plaza, al lado de la fuente, destrozados por la droga o el alcohol y viviendo sin rumbo en la vida.
Y sin embargo el Señor sabe que mientras queda un poco de lucidez en aquellas cabezas que se agitan hay esperanza de que se den cuenta de su presencia allí sentado en la fuente.
--Él sabe que esos ellos y ellas que alardean, tal vez, de no creer en sus soledades acuden a un Dios… por si acaso.
--Él sabe que en esa multitud anónima para nosotros, pero con cara para Él hay rincones de cariño y bondad hacia los demás, que son otras tantas lucecitas de esperanza, son muestras de la presencia del Dios del amor.
2.- ¿Con cuántas samaritanas y samaritanos de nuestros días quisiera el Señor tener una larga conversación? Ellos y ellas que han visto roto su primer matrimonio más o menos culpablemente por su parte. Hombres y mujeres a los que Él tendría que decir: “bien dices que no tienes marido o mujer… porque con quien ahora vives no lo es”.
--Samaritanas y samaritanos aprehendidos en las redes de la vida, a los que Jesús no les negaría el agua que salta hasta la vida eterna, como no se la negó a la del Evangelio.
--Samaritanas y samaritanos que no han podido continuar un camino imposible de espinas y han rehecho sus vidas, doliéndoles el alma porque les dicen que su cantarillo ya no recoge el agua viva.
Y Jesús les diría, les pediría por favor, que sea como sea no rompan el cántaro contra el suelo, sino que sigan viniendo al pozo cada día, que allí estará siempre Él… abrumando y esperando. Todos somos samaritanos o samaritanas ante el Señor, pase lo que pase, vengamos al pozo con el cántaro entero por si algún día el Señor nos lo llena.
3.- En la escena hay cuatro personajes: Jesús, la samaritana, los apóstoles y el cántaro. Y yo quiero ser el cántaro, Señor, un cántaro de arcilla humana con corazón, de arcilla enrojecida por la vergüenza de lo que de mi se podría decir y si no se dice. Cántaro que traen a Ti vacío de buenas obras, traído y llevado cada día por la inseguridad de mis propósitos, pero sobre todo quiero que mi dueña se olvide de mí, dejándome a tus pies junto al brocal del pozo.

José María Maruri, SJ


LA SED DE LA SAMARITANA
1.- Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed. San Juan, tratando de darnos a entender el valor del agua bautismal y, consecuentemente, el valor del agua de la vida que es Cristo, nos ha escrito esta bellísima página del encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Jesús ya estaba allí, junto al manantial de Jacob, cuando llegó la mujer de Samaría. Jesús la estaba esperando. El relato de San Juan lo conocemos perfectamente, lo que yo quiero recalcar ahora es la prontitud y avidez de la samaritana en darse cuenta de que en aquel hombre que tenía delante había un algo especial que no había encontrado en los hombres anteriores con los que ella había tratado. Ella no había sido afortunada en sus relaciones con los hombres y no tenía motivos para fiarse de ellos. Pero este era especial, su corazón le dijo inmediatamente que de este sí podía fiarse; este era un profeta de verdad. Y le entró una sed inmensa de saciarse del agua que este profeta le ofrecía. Hasta ahora, la pobre samaritana había querido saciar su sed de amor y de confianza en otros hombres. Pero, una y otra vez, estos la habían defraudado; en lugar de saciar su sed, su sed había aumentado hasta sentirse ella seca y exhausta. Ante la presencia de Jesús de Nazaret, esta mujer sintió que toda el agua que ella había bebido hasta entonces había sido un agua que nunca podría apagar su sed. El agua que este profeta judío le ofrecía ahora era un agua distinta, era el agua de la vida. Y con toda su alma, le pidió al profeta que le diera de esa agua, un agua que se convirtiera en ella en un surtidor que saltara hasta la vida eterna. Será bueno que, en este domingo, cada uno de nosotros examinemos los manantiales de agua en los que pretendemos cada día saciar nuestra sed: ¿salud corporal?, ¿dinero?, ¿éxito?... ¿Tenemos verdadera sed del agua de la vida, que cada día nos ofrece Cristo?
2.- Los que quieran dar culto verdadero adorarán al padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. La samaritana era creyente y creía en el mismo Dios que los judíos: en Yahvé. Pero los samaritanos adoraban a Yahvé en el templo que habían construido sobre el monte Garizín, mientras que los judíos adoraban a Yahvé en el templo de Jerusalén. La samaritana quiere que el profeta le diga dónde se debe adorar a Dios y la respuesta de Jesús es iluminadora: da igual adorar a Dios en un monte o en otro, lo importante es adorarle en espíritu y en verdad. A eso ha venido él al mundo, a enseñarnos el verdadero camino para adorar al Padre. Él es el camino, él es la verdad, él es el Espíritu en el que debemos adorar al Padre. Todos los que adoren al Padre en espíritu y en verdad adoran al verdadero Dios La samaritana quedó totalmente convencida de que este hombre era realmente el profeta de Dios, el Mesías, el Cristo. Y fue rápidamente a decírselo a sus paisanos, los samaritanos. La fe de la samaritana fue una fe contagiosa, evangelizadora. ¿Es así nuestra fe?
3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Los que tienen el amor de Dios en su corazón, los que viven siendo realmente templos del Espíritu, no pierden nunca la esperanza en Dios, a pesar de las muchas pruebas y dificultades que les ponga la vida. San Pablo lo sabía por propia experiencia: le habían atacado por todas las partes, pero nunca habían derribado su esperanza interior, porque vivía animado interiormente por el Espíritu de Cristo, porque su esperanza estaba en Cristo y Cristo le había dado pruebas suficientes de que le amaba. San Pablo, como la samaritana, había sido deslumbrado por la verdad de Cristo y, desde aquél mismo momento, se había convertido en apóstol del Resucitado ante todos los pueblos. Si nuestra fe y nuestra esperanza están fundadas en el amor y en el Espíritu de Cristo, nunca nos defraudarán.

Gabriel González del Estal


SIN AGUA NO HAY VIDA
Metidos de lleno en este ejercicio cuaresmal, nos vamos acercando hasta la Pascua del Señor. En estos próximos tres domingos, incluido el de hoy, vamos a escuchar tres sugerentes catequesis bautismales: la Samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro.
Con el Señor todo se renueva y todo recobra un nuevo espíritu. O, dicho de otra manera, donde está Jesús hay vida. Cuando el hombre se empeña en calmar la sequedad del paladar con la simpleza de la oportuna frescura del agua, tarde o temprano, vuelve a tener sed. Lo que ocurre es que, muchos de nuestros contemporáneos, prefieren el agua embotellada y segura, a ese otro agua que se extrae del gran pozo de salvación de Jesús. Vamos tan cargados de nuestras propias miserias que, lo último que se nos ocurre, es pararnos a pensar sobre ellas. Vamos tan llenos de todo que, como la Samaritana, necesitamos mostrar sin tapujos ni vergüenzas que la vida no es tan feliz como nosotros quisiéramos tenerla.
Hay una bonita leyenda que narra cómo una vez dos peregrinos iban buscando, en el horizonte, a Dios y que sintieron sed. Recorridos unos kilómetros se detuvieron ante un pequeño arroyo de aguas turbulentas y contaminadas. Uno de los peregrinos, impaciente y ansioso, sin pensarlo dos veces se lanzó sobre el río y bebió. El otro, con más precaución, se apartó del surco del río y excavó con sus propias manos un pequeño agujero donde, con un poco de esfuerzo y sudor, dio con unas aguas cristalinas, frescas y puras que le ayudaron a finalizar su aventura.
Jesús, como a la Samaritana, nos invita a no quedarnos en la superficie de las cosas. El agua, como alimento, es imprescindible para la salud y para el organismo. Pero, la mente y el corazón, sin ese vaso del agua de eternidad que nos ofrece Jesús ¿podrán resistir a tanta contradicción que nos sacude en una realidad donde todo se mide, menos la profundidad de las personas?
Ortega y Gasset llegó a decir: "Una buena parte de los hombres no tienen más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una expresión oral". Como la samaritana necesitamos llenar nuestra existencia con una nueva fuerza llamada Jesús. Hoy, en este maratón cuaresmal, la eucaristía y la oración, el sacramento de la penitencia, la contemplación o el ayuno, pueden ser unos milagrosos pozos donde Jesús se sienta para ofrecernos el agua de la paz y del amor, de la tranquilidad y de la fe, de la esperanza y de la conversión.
Para recoger el agua, que nos ofrece el Señor, es necesario primero vaciar el cántaro de esas aguas corrompidas fruto de vidas pasadas de las que, a veces, tanta cuenta nos lleva el mundo y los que nos rodean pero que quedaron en el olvido para Dios.
Cuaresma. Es bajar hasta el fondo del pozo (no del fango) donde Dios nos da sed de eternidad.

Javier Leoz

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