12 marzo 2014

Homilías (4), II Domingo Cuaresma, 16 marzo

1.- ADELANTO DE LA "VISIÓN BEATÍFICA"
Por Antonio García-Moreno
1.- SAL DE TU TIERRA.- Los hombres han pasado por la prueba del diluvio. Nuevamente la tierra se ha ido poblando. Y una vez más los hombres se apartan de los caminos de Dios. Un nuevo pecado va a dividir a la Humanidad. Babel, el deseo de llegar hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo Dios. Al fin y al cabo, lo mismo que ocurrió con Adán. El deseo de independizarse de Dios, de ser como Él. El hombre no acaba de entender que sólo apoyándose en Dios, podrá llegar a su capacidad máxima de grandeza y de dignidad. No entiende que al prescindir de Dios se hunde, se empequeñece, se aniquila.

Pero la terquedad humana en apartarse del Señor no logra ahogar el afán divino de atraer al hombre. Y para mantener viva la promesa de una liberación final, escoge a un personaje originario de la tierra de los caldeos, Abrahán. Un hombre que oye la llamada de Dios y responde incondicionalmente, con fe absoluta, con una gran generosidad. Y, fiado en las palabras divinas, sale de su tierra, rumbo a los confines que Yahveh le señala. Soñando con ese hijo que Dios le promete, esperando a pesar de la esterilidad y vejez de su esposa Sara.
Desde ese momento se entabla una honda amistad entre Yahvé y Abrahán. Muchas veces nos narra el libro sagrado cómo este hombre llega a intimar con Dios, cómo habla con Él confiadamente, con la misma ingenuidad y sencillez, con el mismo atrevimiento que un hijo pequeño tiene al hablar con su padre.
Abrahán creyó en Yahvé siempre. También cuando su palabra le exigía sacrificios tan grandes como abandonar su patria o sacrificar a su hijo único. Abrahán dijo siempre que sí. Y Dios le premió su fidelidad con creces, mucho más de lo que aquel viejo patriarca pudiera soñar.
Creer en Dios, decir que sí a sus exigencias de amor, entregarse incondicionalmente, abandonarse y abandonarlo todo en manos del Señor... Quisiéramos, Señor, ser tan fieles como Abrahán, tan generosos como él lo fue. Salir de nuestra tierra, abandonar esta casa de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, de nuestra ambición, de nuestro sensualismo. Y caminar con paso decidido hacia la Tierra Prometida, unido estrechamente a Ti, tratándote con el cariño, la ternura y la audacia del hijo más pequeño.
2.- LA GLORIA DEL DOLOR.- Jesús, como en otras ocasiones, se queda sólo con Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles serán testigos cualificados de su gloria en la Transfiguración del Tabor y también de su poder cuando resucitó a la hija de aquel personaje principal en Israel. Pero lo mismo que estos tres apóstoles contemplaron el esplendor de su gloria, también estos tres predilectos de Cristo contemplarán la humillación extrema del Maestro en Getsemaní. En efecto, verán cómo el Señor será abatido por el temor, escucharán su oración dolorida, descubrirán cómo su humanidad se quebranta ante el peso aplastante de la pasión.
El Señor los había elegido con el fin de fortalecer su fe, pues había de ser fundamento para la fe de los demás. Ellos podrían decir, cuando llegase el momento de la prueba y del abandono de Jesucristo, que habían contemplado el esplendor de su poder y de su gloria. Cuando Jesús quedara atravesado en la cruz, colgado entre el cielo y la tierra, ellos podrían confesar que a pesar de todo, aquel condenado a muerte era el mismo Hijo de Dios.
La de ellos es una situación que se puede repetir en nuestras vidas. A veces la prueba es dura, insoportable. Entonces hay que recordar los momentos en los que Dios ha estado cerca de nosotros, mostrándonos en cierto modo el fulgor de su grandeza. Podemos afirmar que también nosotros hemos sido testigos del poder y la gloria de Dios, y sentirnos fuertes cuando llegue el momento del dolor y de la contradicción.
Qué hermoso es estar aquí, exclama Pedro en la cima del Tabor, con la espontaneidad que le caracteriza. El resplandor de la figura de Jesucristo le embarga el corazón, le embelesa los sentidos. Aquello fue un pequeño adelanto de la "visión beatífica" que gozan los que ya están en el Cielo, visión que colma todos los deseos y anhelos del hombre y lo hace intensamente feliz. Es ese bien sin sombra de mal alguno que constituye la posesión de Dios, esa dicha inefable que el Señor tiene preparada para quienes sean fieles hasta el fin. Ojalá que el convencimiento de que vale la pena alcanzar ese bien, sostenga nuestra esperanza y estimule nuestro afán de lucha.

2.- UNIR FE Y VIDA
Por José María Martín OSA
1.- La confianza de Abram. Dios hace a Abram una petición y dos promesas. La petición: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre". Históricamente, podemos ver en esta frase una explicación del paso del nomadismo al sedentarismo. Todo cambio, no cabe duda, supone esfuerzo, desarraigo y miedo a una nueva realidad. Personalmente, no le sería fácil a Abram aceptar esta indicación del Señor. Mesopotamia era tierra rica fértil y generosa. Pero Abram acepta el reto, nada pregunta y nada responde, y se pone en camino... Subraya este texto la confianza del patriarca que "marchó, como le había dicho el Señor". Hoy debo preguntarme, ¿mi confianza en Dios es tal que estoy dispuesto a salir de mí mismo, de mi tierra, de mis seguridades, para ponerme en camino guiado por Dios? Las dos promesas son los dones que Dios concede a aquél que en El ha confiado: una tierra y una descendencia (un gran pueblo). Ahora ya no se llamará Abram, sino Abrahán, "padre de multitudes".
2.- El Señor es nuestro auxilio. En el patriarca Abrahán y en todo aquel que toma parte en los duros trabajos del Evangelio la gracia de Dios se desborda a raudales. Ante las dificultades que pueden surgir por ser coherentes en el seguimiento del camino que Cristo nos traza, tenemos la seguridad de que nunca nos va a faltar la ayuda del Señor, nuestro auxilio y escudo (salmo). Una segunda pregunta he de plantearme, ¿siento en mí la gracia que Dios me regala gratuitamente, soy capaz de agradecer todo lo que de Él he recibido? Todo lo que tenemos es gracia, todo es don...
3.- “Escuchadle”. La transfiguración en los sinópticos está relacionada estrechamente con la Pascua, el triunfo de Jesús sobre la muerte. Pero para llegar a la luz hay que pasar por la cruz. La pasión es el paso previo a la resurrección. También el pueblo de Israel tuvo que realizar ese "paso" de la esclavitud a la libertad. La teofanía de la transfiguración presenta una serie de elementos simbólicos que evocan la experiencia del Éxodo: el lugar de la revelación de Dios (montaña), su presencia en medio del pueblo (nube), la mediación de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Haremos tres chozas, sugiere Pedro, porque allí se estaba muy bien. Pero se oye una voz: "Este es mi Hijo, escuchadle". Quizá lo que nos ocurre muchas veces a nosotros es que no estamos dispuestos a escuchar su Palabra; quizá por eso vivimos una fe desencarnada de la realidad y nos cuesta tanto unir fe y vida. Es la gran asignatura pendiente del cristiano.
4.- Dar razón de mi fe. Meditando este texto, en el Sermón 78, San Agustín nos dice: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor". Tercera pregunta que me planteo: ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de dar razón de mi fe?

3.- NO HAY PASCUA CRISTIANA SIN CUARESMA, NI CUARESMA SIN PASCUA.
Por Gabriel González del Estal
1.- Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol. Para entender bien la intención y el mensaje de este relato de la transfiguración del Señor, según san Mateo, es necesario saber el contexto en el que está escrito. En versículos inmediatamente anteriores a este texto de Mateo podemos leer cómo Jesús les dice a sus discípulos que “él tiene que subir a Jerusalén y sufrir mucho por parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día”. Ante estas palabras, Pedro se atreve a reprender duramente a Jesús, diciéndole que eso es imposible. Jesús aparta de sí a Pedro y le llama Satanás, y continúa diciendo a sus discípulos: “si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Los discípulos quedaron desconcertados y deprimidos. “Seis días después”, continúa diciéndonos Mateo, ocurrió la teofanía, conocida como la transfiguración del Señor. La intención, pues, y el mensaje del relato de este hecho es animar a sus desorientados discípulos, mostrándoles sobre el monte Tabor la belleza divina de su alma, tal como la verán cuando, después de ser crucificado su cuerpo en el monte Calvario, resucite y ascienda al cielo. Ahora, también ellos deben estar dispuestos a sacrificar su cuerpo, si fuera preciso, para poder después acompañarle en la resurrección y en la gloria. Los discípulos deben tener muy claro que tendrán que vivir un tiempo de penitencia, mortificación y sacrificio, un tiempo de cuaresma, si quieren poder alcanzar después la Pascua de resurrección. Sabemos por los evangelios que los discípulos de Jesús siguieron sin entender del todo el mensaje de su Maestro, hasta algunos días después de la Resurrección. Yo creo que es bueno que nosotros, después de veinte siglos, nos apliquemos a nosotros mismos el texto y el contexto de este relato. No hay luz de Resurrección, sin cruz de Pasión, no hay Pascua sin Cuaresma, pero toda cuaresma cristiana termina en Pascua cristiana.
2.- Abrahán marchó, como le había dicho el Señor. La promesa que hace el Señor a Abrahán: tierra y descendencia innumerable, es maravillosa, pero, aparentemente imposible de cumplir. Abrahán es ya demasiado anciano para abandonar su tierra y ponerse en camino hacia una tierra desconocida y, además, no tiene hijos que le aseguren su descendencia. Pero el patriarca Abrahán se fía de Dios y se pone en camino hacia donde el Señor le indique. Esta es la razón por la que los judíos, los cristianos y los musulmanes consideramos al patriarca Abrahán como el padre de nuestra fe en Dios. La fe religiosa tiene siempre un componente grande de esperanza y confianza en Dios, que va mucho más allá de cálculos racionales, o probabilidades científicas. Nuestra fe en Dios no es fruto de un silogismo, o de una probabilidad científica; es, sobre todo, un acto voluntario y firme de confianza en Dios, de fiarnos de él, a pesar de todas las oscuridades racionales que la razón nos presente. Y fiarse de Dios es ser fiel a su palabra y actuar en consecuencia, con mucha humildad y con mucha fortaleza.
3.- Toma parte en los duros trabajos del evangelio, según las fuerzas que Dios te dé.Pablo está en la cárcel cuando da estos consejos a su discípulo Timoteo; le pide que se mantenga fiel en el ministerio que él mismo le ha encomendado y que conserve la sana doctrina que él le ha enseñado. Ante todo, debe llevar una vida santa y fiarse de Jesucristo, a través del cual Dios le dará toda la gracia que necesite para llevar a cabo la misión que tiene encomendada. Fiarse de Jesucristo es ser fiel a su evangelio y actuar de acuerdo con los valores que el mismo Cristo nos enseñó con su palabra y con toda su vida. La fidelidad al evangelio de Cristo debe ser también para nosotros la meta suprema de nuestro actuar, sin dejarnos engañar por otras ideas o normas sociales y religiosas que la sociedad de cada momento quiera imponernos. Procuremos ser siempre fieles al evangelio de Cristo, volvamos siempre a Cristo, intentemos ser siempre buenos discípulos suyos.

4.- EL RESPLANDOR DEL SEÑOR
Por José María Maruri, SJ
1.- Todo en principio es difícil. Todo tiene un tiempo de gestación dolorosa. Los estudios, un nuevo trabajo, los comienzos de un negocio hasta que se encarrila, cuesta y duele. Todo lo que es éxito y vida nace de una mezcla de dolor y muerte. Hasta la boda de dos jóvenes llenos de ilusión conlleva la separación de los padres, la acomodación a una nueva vida compartida que no es fácil. El nacimiento de una maravilla de niño es precedido de nueve meses de molestia de la madre.
La misma naturaleza irracional se desarrolla por caminos de muerte a vida. La flor vestida colores exige la muerte de la semilla. ¿Y os habéis imaginado alguna vez los dolores de parto de la tierra hasta formar los valles y montes del Guadarrama, de Gredos y de los Pirineos?
2.- No son más fáciles los caminos de Dios. Cuando el Señor quiere hacer de Abrahán un gran pueblo lo primero que le dice es “sal, arráncate de la casa de tu padre y de tu patria. Un arrancón doloroso fue el comienzo de su grandeza como pueblo elegido de Dios.
Y Jesús que días antes de la Transfiguración les ha anunciado a sus discípulos el mismo principio de muerte y vida, diciéndoles que Él mismo llegará a la Resurrección a través de la pasión y muerte, se ve en la precisión de desvelar un poco, ente los discípulos, cuál será su final glorioso.
El monte, la nube, el resplandor, la voz, todo son símbolos veterotestamentarios de la presencia del Dios veraz que viene a confirmar la veracidad de la afirmación de Jesús, que por su muerte llegará a la resurrección y a la vida. Un principio difícil y un fin glorioso.
3.- Y los apóstoles, muy humanos, como nosotros, que prefieren el éxito, la gloria, el final del camino sin andar el camino, responden por boca de Padre: “Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas...” Quedémonos en lo alto del monte, para que bajar a continuar el camino difícil. Quedémonos quietos aquí...
Sin darse cuenta de que sin hacer el camino no hay final del camino. El que se queda quieto no llega a la vida, el que se queda parado anquilosa sus miembros, paraliza su cuerpo y en lugar de llegar a la vida se atrae a la muerte
Hasta los terroristas saben esto y utilizan la teoría de la bicicleta. Promueven atentados sin sentido para mantener a su gente en acción, porque el que no pedalea se cae de la bicicleta.
4.- Y mientras nosotros decimos: “quedémonos aquí porque aquí se está muy bien”, el Señor le dice a Abrahán “sal de la casa de tu padre y de tu patria, desestabiliza tu vida y yo te bendeciré. Y a los apóstoles les dice “Levantaos, bajemos del monte, porque soy yo él se encuentra a gusto en el ruido de la calle, en los hogares de los hombres, en tu casa.
Y quizás es por esto por lo que queremos hacerle tres tiendas al Señor en el Monte, porque nos da miedo tenerle más cerca y menos en mi casa.
Los judíos relegaron al Señor al templo de Jerusalén. Y ellos iban a verle una vez al año, para que Él no se molestase y para que Dios no les molestase.
Nosotros somos más generosos, hemos relegado al Señor al templo, pero le venimos a ver todas las semanas y que tampoco se moleste Él en venir a nuestra casa.
-- ¿Qué tiene que ver el Señor con la televisión o los videos que se ven en mi casa?
-- ¿Qué tiene que ver el Señor con las ya enconadas desavenencias entre marido y mujer?
-- ¿Qué tiene que ver con la total incomprensión entre padre e hijos?
-- ¿Qué tiene que ver con nuestras cuentas corrientes?
-- ¿Qué tiene que ver con una mesa demasiado bien puesta o con armarios repletos de cosas demasiado lujosas?
Nos da miedo que el resplandor del Señor en nuestra casa nos haga a nosotros mismos ver demasiado claro, que el tenor de nuestra vida no es conforme a sus enseñanzas.
¡Quédate en el monte Señor, que nosotros vendremos a verte todas las semanas...!

5.- JESÚS, NUEVO ABRAHÁN
Por Pedro Juan Díaz
1.- Seguimos avanzando en este camino de la Cuaresma que se parece mucho a ese camino que hizo Jesús de subida a Jerusalén. En el fondo, la meta es la misma: su pasión, muerte y resurrección. Lo de “caminar” está muy relacionado con nuestra fe. Al principio, en los primero siglos posteriores a Jesús, a los cristianos nos conocían como a “los del camino”. El “camino” tiene que ver con los procesos interiores que vivimos las personas y que nos hacen crecer y madurar, también en la fe. Lo nuestro es caminar, salir, ir, buscar… Todo empezó con Abrahán, como hemos escuchado en la primera lectura. Dios está empezando con Abrahán un proyecto de salvación para toda la humanidad. Ese proyecto implica una descendencia innumerable (más grande que las estrellas del cielo) y una tierra nueva, la tierra prometida. Y Dios bendice ese proyecto en la persona de Abrahán, un hombre anciano y frágil, pero con una confianza grandísima que lo ha convertido, con el paso de la historia, en modelo de creyente que se pone en camino fiándose de Dios.
3.- ¿Por qué? ¿Qué tiene Abrahán? ¿Qué le une también a Jesús? La clave, para mí, está en la capacidad de ESCUCHAR. Cuando Abrahán se pone en camino lo hace porque primero ha sido capaz de escuchar y reconocer la voz de Dios, en su corazón y en su vida, que le ha dicho: “Sal de tu tierra… hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo… Abrahán marchó como le había dicho el Señor”. Y eso mismo es lo que Jesús hace. “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Jesús primero ha escuchado y después se ha puesto en camino, en acción. ¿Qué les dice Dios a los discípulos que están con Jesús en el monte Tabor? “Este es mi Hijo… ESCUCHADLE”. Igual que en el Bautismo. ¡Escuchadle! En este sentido, podríamos decir que Jesús es un “nuevo Abrahán”, porque nos enseña a poner toda nuestra confianza en Dios y en su Palabra.
4.- La Transfiguración es una gran revelación que confirma quién es Jesús, que es el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Y en ese camino hacia Jerusalén que está recorriendo Jesús con sus discípulos, es un alto para coger fuerzas, para recuperar la esperanza. Lo de Jerusalén va a ser duro, pero el final va a ser bueno. Jesús anticipa su gloria. Y esa experiencia de Dios y de su gloria es lo único que nos puede ayudar a acompañar a Jesús en su pasión y muerte en cruz. Las palabras que salen de aquella “nube luminosa” y que vienen de parte de Dios son la clave para ponernos en camino, en salida, como dice el Papa Francisco (una Iglesia en salida misionera). Cuando Dios dice “este es mi Hijo”, está corroborando lo que los discípulos están viendo, ese cambio de apariencia de Jesús, que se transfigura y aparece glorioso y resplandeciente ante ellos, anunciando su resurrección final. Pero, a continuación, viene la tarea: “escuchadle”. El mensaje que nos trae Jesús es Palabra de Dios. Es Dios mismo el que se quiere comunicar con nosotros, como lo hizo con Abrahán. Y lo hace a través de Jesús, que es “la Palabra hecha carne”.
5.- Hoy nos podemos preguntar: ¿Cuándo y cómo escucho yo la Palabra de Dios? Para nuestra fe, la Palabra es el oxígeno que respiramos y que nos mantiene con vida. Sin oxígeno, una vela se apaga. Y la fe, sin la Palabra, también se puede apagar. La Palabra es Dios que nos habla al corazón. ¿Cuánto tiempo le dedico a esta Palabra cada día? ¿En qué condiciones lo hago? ¿Me preocupo por entender el mensaje?
6.- Será importante también tener los oídos atentos, ya que Dios puede hablarnos a través de cualquier mediación, y preparar nuestro corazón para saber escucharle, como Abrahán, como Jesús, y como tantos otros, que han hecho de la Palabra de Dios la norma de su vida. Aquí está Jesús, aquí está su Palabra, escuchémosla para andar con fidelidad este camino cuaresmal.

6.- PIES EN LA TIERRA
Por Javier Leoz
1.- No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales, se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz: cuando su largo madero se reparte sobre cientos de hombros: resulta menos pesado y más solidario.
Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, se agarra a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.
Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Cuando uno sale de sus obligaciones, del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego, por supuesto con los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso. Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy. Eso que el Papa Francisco reclama por activa y por pasiva: hay que salir a las periferias. ¡Cuánto cuesta el hacerlo!
2. El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con cualquier otro acto de piedad podemos expresar.
Nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos, millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.
3. Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?

7.- NUESTRA META ES LA LUZ
Por Ángel Gómez Escorial
1.- La Transfiguración contrasta con la humildad habitual en la vida de Jesús. Es un hombre del pueblo que se acerca a los enfermos, a los pecadores a los marginados de entonces para darles consuelo y paz. Y un día en lo alto de un monte muestra la Gloria a sus discípulos. Quiere decir, entonces, que esa felicidad es también insoslayable, que mensaje no es solo de humildad, sufrimiento y dificultades. La meta está junto a esa luz que blanqueaba los vestidos.
2.- Todo parece indicar que los Apóstoles no se enteraban "ni de la Misa la media" Tuvo que llegar la Resurrección del Señor y la venida del Espíritu Santo para que se dieran cuenta de quien habían tenido al lado. Es cuando comienzan a llamar a Jesús: el Señor; término que se utilizaba para referirse a Dios. De todas formas, la escena de la Transfiguración situada en un contexto de realidad corriente es terrible. Hay ingredientes de gloria y de eternidad en ella y se produce, precisamente, para que Pedro, Santiago y Juan vayan recibiendo datos sobre la divinidad de Cristo. Se ha dicho también que fue el "refuerzo" para que ellos asumieran mejor los tiempos duros de la Pasión. Aparentemente, no sirvió para nada y en esos citados días difíciles los Apóstoles huyeron y dejaron a Jesús completamente solo. Pero su misión no comenzaba entonces, se iniciaba tras la Resurrección y Ascensión del Señor y sería, entonces, cuando todos los signos realizados por Jesús darían su fruto. Ocurre algo parecido con nosotros, así como con la mayoría de los creyentes. Hay situaciones incompresibles que toman su exacto significado después, cuando posterior un hecho no las aclara.
3.- El relato de San Mateo, del capítulo 17 de su Evangelio, narra con gracia y precisión el aturdimiento voluntarista de Pedro y finalmente el miedo de los tres: Santiago, Juan y Pedro. Y no es para menos: si nosotros mismos, aquí y ahora, nos imaginamos como protagonistas de la escena. Se cumple, además, el deseo del Maestro de no anticipar acontecimientos. No quiere que cuenten el prodigio. Solo desea que quede en su memoria para cuando sea necesario. Y Pablo cuenta en su Segunda Carta Timoteo, el resultado de la transfiguración. Dice: “Al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio”. Es la vida inmortal para todos lo que Jesús quiso mostrar a los tres apóstoles en el Monte de la Transfiguración. Y la primera lectura, del capítulo del Libro del Génesis, nos cuenta como Dios nos muestra nuestra misión. Abrahán, ya no muy joven recibió el encargo dejarlo todo e iniciar una nueva vida en otro lugar. Tal vez, hoy Dios, en este Tiempo de Cuaresma, se nos quiere mostrar para enseñarnos el camino. Tengámoslo en cuenta.

LA HOMILIA MÁS JOVEN

LA TRANSFIGURACIÓN
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Este episodio evangélico nos lo encontramos, mis queridos jóvenes lectores, ahora en Cuaresma y en una fiesta propia, durante el año litúrgico. Comentarlo tantas veces, me da la sensación de lo que antiguamente llamábamos un disco rayado. Pero, evidentemente, sería temeridad creerme que habéis ido leyendo con anterioridad todos los comentarios que en mi vida he escrito. Espero entendáis mi desasosiego. Os confieso que no era un pasaje que me entusiasmase especialmente y que, para más inri, el saber que la gran fortaleza-basílica edificada al pie del monte Sinaí estaba dedicada a este misterio, me desconcertaba aún más. Pero al día siguiente de llegar a Jerusalén en mi primer viaje comprobé la fastuosidad con que los cristianos de la Ciudad Santa la celebraban, pues, precisamente coincidía con ella. Debía ser, pues, algo importante lo que en la Transfiguración se encerraba.
2.- Os contaré lo que últimamente me ha ofrecido su contenido a mí, pero que tal vez a vosotros no os interese mucho, pero es mi realidad sincera. Antes de compartirlo, os facilitaré algunos datos. El texto evangélico no dice el lugar preciso donde sucedió, pero la tradición, casi unánimemente, está de acuerdo que se trata del monte Tabor. Probablemente nosotros le llamaríamos colina o cerro, ya que su altura no excede los 400 metros sobre su entorno (575 respecto al nivel del Mediterráneo). Se eleva elegantemente sobre la llanura de Esdrelón, granero de siempre de Israel. Es la señal, una especie de faro, que nos indica que hemos entrado en Galilea, cuando de Jerusalén nos dirigimos a Nazaret. He estado en bastantes ocasiones, me han subido en taxi y he llegado yo conduciendo un vehículo. Parece arriesgada aventura por sus cerradas curvas y empinada subida, pero no lo es. La cima es alargada. El peregrino, generalmente, se limita a entrar en la basílica, leer el texto, asombrarse del precioso mosaico situado en el ábside, tal vez celebrar misa y bajar, para ir a otra población.
3.- En una ocasión, al llegar pocos segundos después de las 17h, no pudimos entrar en la iglesia. No dudo decir que fue una suerte. Nos dedicamos a recorrer la planicie, empaparnos del espeso entorno de encinas peculiares, el “quercus itaburensis” del que tengo unos cuantos arbolitos en casa, que regalo a quien es sensible a estos símbolos. Se levantan por el entorno de entre los vestigios de primitivas culturas, algunas iglesitas. Una de ellas, ortodoxa, se dice que está en el lugar del encuentro de Abraham con Melquisedec. Solo en una ocasión he podido entrar. Otra, diminuta, conmemora la conversación de “no lo contéis hasta que resucite” cosa que no entendieron los discípulos. Y recuerdo otra ermita, que no se significado pueda tener. Seguramente ocurrió el hecho en los días que el pueblo judío celebra la fiesta de los tabernáculos, en otoño. Pero los amigos predilectos del Señor, olvidaron levantar las preceptivas cabañas y, por lo que cuentan, durmieron al raso, grave error. Les despertó lo que nos cuenta el texto. Tal como os decía anteriormente, mis queridos jóvenes lectores, os explico lo que he aprendido últimamente de este hecho. No dudo que el Maestro quiso prepararlos para los días aciagos de su Pasión. Ahora bien ¿qué me enseña a mí concretamente y ahora?
4.- Hace tiempo me preocupa la resurrección del cuerpo humano, que la Fe cristiana nos afirma. De ninguna manera dudo de la perduración de lo que llamamos alma. Pero, ¿qué es el cuerpo? En primer lugar, y una buena parte de él, simplemente agua, que continuamente se incorpora bebiendo y se expulsa de diversas maneras, supliéndose con otras aportaciones. De manera semejante los demás compuestos químicos. Que los espacios intraatómicos sean muy superiores a las cargas, algunas sin masa, nos lo aseguran los físicos. Materia y energía, energía y materia, no son cosas tan dispares. Por este camino se vislumbra alguna posible solución. Tal vez, dicho de algún modo, lo que vieron fue el cuerpo energético del Maestro.
5.- De los cuerpos de Moisés y Elías, quedarían en algún lugar, cenizas residuales. ¿Qué es lo que vieron los apóstoles? Imagino que algo así como energías corporales, por llamarlo de alguna manera. No continúo. Pero os advierto que pensar así, me ayuda en mis dudas. Y me cuesta menos creer en la otra existencia, íntimamente unido a Dios, pero sin perder individualidad. Pedro es un individuo espontáneamente generoso e ingenioso. No se queda impávido. Dios Padre aprovecha la ocasión para enseñarles: este es mi Hijo predilecto y en su categoría único, hacedle caso. Y sanseacabó. Pero no, aquellas palabras las recordaron y nos han llegado hasta nosotros.
No gozaremos de una Transfiguración a nuestro antojo. Pero sí mediante catequistas o lecturas, habremos sido aleccionados. No nos quedemos para nosotros solos esta riqueza. Es un deber explicarlo, es decir, evangelizar, no lo olvidéis.

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