21 marzo 2014

Homilías 3-IV Domingo Cuaresma, 30 marzo

1.- NUESTRA CONDICIÓN DE POBRECITOS CIEGOS
Por Antonio García-Moreno
1.- LAS APARIENCIAS.- Samuel es el profeta de Israel, el intermediario entre Dios y su pueblo. Él presenta a Dios las peticiones de los hijos de Jacob y transmite a éstos los deseos de Yahvé. Samuel designó como rey a Saúl y, por voluntad de Dios, nombró luego al sucesor de ese rey. En este pasaje lo vemos caminar hacia la casa de Jesé, en Belén, donde está el futuro rey. Será uno de los hijos de Jesé.
Van presentándose ante el profeta aquellos hombres fuertes y jóvenes, avezados a la lucha y al trabajo. Cuando se presenta Eliab, Samuel, viéndolo tan alto y aguerrido, piensa para sí que éste es el elegido. Pero el Señor corta sus pensamientos: "No mires su apariencia ni su estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira sólo las apariencias, pero el Señor mira el corazón".

Efectivamente, para Dios no valen nada las apariencias. Lo único realmente valioso es lo que el hombre lleva dentro, lo que piensa, lo que intenta, lo que realmente es. Lo demás no sirve para nada. A lo más valdrá para engañar a los hombres, pero de ninguna manera para engañar a Dios.
Siete muchachos llenos de ilusión y de juventud, de valor y de empuje. Pero ninguno era el elegido. Samuel -dice el texto-, pregunta a Jesé: "¿No quedan ya más muchachos?". Él respondió: "Todavía falta el más pequeño, que está guardando el ganado". Dijo entonces Samuel a Jesé: "Manda que lo traigan... Era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia".
Se llamaba David y se dedicaba a guardar el ganado. Un zagal que cantaba y componía versos, un muchacho más a propósito para paje que para rey. Pero Dios se había fijado en él. Y cuando llegue el momento se despertará el fiero guerrero que duerme en sus dulces ojos. Y confiando en el poder de Dios, él, un zagalillo, lanzará con rabia su onda contra el temible Goliat, aquel gigante filisteo que tenía amedrentados a los guerreros de Israel.
Y David, persuadido de la ayuda divina, le clavará un redondo guijarro entre ceja y ceja, haciendo rodar por tierra al poderoso enemigo, vencido, muerto... Dios es así. De un pastorcillo olvidado de todos hace el más grande rey de la historia de Israel. Y es que su mirada es diferente de la nuestra, totalmente distinta. Él no se fija en lo que externamente aparece. Dios ve y valora lo que hay dentro del hombre.
2.- CIEGOS INCURABLES.- Un hombre ciego de nacimiento. Nunca había contemplado el prodigio de la luz de cada día que, después de la oscuridad de la noche, da forma y color a todo lo que nos rodea. San Juan recordaba aquel hecho y nos lo narró para enseñarnos que, frente a la tenebrosa oscuridad del pecado, está la claridad esplendente que es Cristo, Luz del mundo. Con ello nos anima a huir del pecado, a salir de la noche y venir al día, a romper con el príncipe de las tinieblas y vivir como hijos de la luz, limpios de pecado, encendidos con el fuego que la Iglesia ha puesto en nuestras manos el día de nuestro Bautismo.
En la escena aparecen otros personajes, los fariseos. Ellos no podían creer que Cristo hubiera dado luz a los ojos ciegos del mendigo. Y, sin embargo, la evidencia era manifiesta, ya que aquel hombre era un pordiosero conocido de todos por su ceguera. Pero ellos indagan, preguntan a unos y a otros, acuden a los padres del ciego... Cuando uno se empeña en cerrar los ojos a la luz, ésta no podrá romper el muro de nuestra obstinación y orgullo. Es un fenómeno que se repite hoy también. Algunos de los que dicen no tener fe, en el fondo no son otra cosa que unos pobres soberbios, ciegos incurables que nunca gozarán de la suave claridad de la luz. Sólo el que es humilde y limpio de corazón puede ver a Dios.
Jesús expone la tremenda paradoja que se da entre los hombres. Los que dicen ver están en realidad ciegos, mientras que los que reconocen su ceguera alcanzan a ver la luz. Reconozcamos, por tanto, nuestra condición de pobrecitos ciegos que no acaban de vislumbrar la luz, acerquémonos con humildad a Cristo y roguémosle que nos abra los ojos a la luz, que desgarre el tupido velo que forma nuestro orgullo y nuestra sensualidad, que nos ilumine con su poder y consigamos contemplar gozosos el esplendor de su gloria, la claridad de su amable mirar.

2.- ES NUESTRA LUZ
Por José María Martín OSA
1.- Renovar nuestro compromiso bautismal. Hoy es el domingo “laetare”. Dios nos dice: “alegraos”. Toda la liturgia nos invita a experimentar una alegría profunda, un gran gozo por la proximidad de la Pascua. Las lecturas de los domingos de Cuaresma del ciclo A tienen un marcado carácter bautismal. Nosotros somos consagrados, ungidos como lo fue el rey David. Debemos abandonar las tinieblas y vivir como hijos de la luz, nos pide la segunda lectura de la Carta a los Efesios. Las palabras del apóstol san Pablo nos estimulan a recorrer este camino de conversión y renovación espiritual. En virtud del bautismo, los cristianos somos «iluminados»; ya hemos recibido la luz de Cristo. Por tanto, estamos llamados a conformar su existencia con el don de Dios: ¡a ser hijos de la luz! Abandonar las obras estériles es producir frutos de luz.
2.- Cristo es nuestra luz. Como ocurrió el domingo pasado con la samaritana, el ciego de nacimiento nos representa a todos. Jesús fue causa de una gran alegría para aquel ciego a quien otorgó la vista corporal y la luz espiritual. El ciego creyó y recibió la luz de Cristo. En cambio, aquellos fariseos, que se creían en la sabiduría y en la luz, permanecieron ciegos por su dureza de corazón y por su pecado. Cristo es nuestra luz. ¡Qué necesaria nos es la luz de Cristo para ver la realidad en su verdadera dimensión! Sin la luz de la fe seríamos prácticamente ciegos. Nosotros hemos recibido la luz de Jesucristo y hace falta que toda nuestra vida sea iluminada por esta luz. Más aun, esta luz ha de resplandecer en la santidad de la vida para que atraiga a muchos que todavía la desconocen. Todo eso supone conversión y crecimiento en el amor, especialmente en este tiempo de Cuaresma.
3.- Es necesario, en primer lugar, querer ver. Sólo una cosa nos puede apartar de la luz y de la alegría que nos da Jesucristo, es el desamor, el querer vivir lejos de la luz del Señor. La Pascua está cerca y el Señor quiere comunicarnos toda la alegría de la Resurrección. Dispongámonos para acogerla y celebrarla. Jesucristo nos da su medicina, el barro de su gracia, pero necesita nuestra colaboración: «Vete, lávate», nos dice Jesús…Nos invita a lavarnos en las aguas purificadoras del sacramento de la Reconciliación. Ahí encontraremos la luz y la alegría, y realizaremos la mejor preparación para la Pascua. “Al hombre que busca la vida, Cristo -nos dice San Agustín- se le presenta como verdad y vida; y una vida que conseguiremos en plenitud cuando le veamos cara a cara. Hasta entonces, Cristo es el camino; por esa senda todos podemos caminar y él mismo está dispuesto a ayudarnos de mil maneras. Hemos sido creados para la vida y todos, de un modo u otro, la buscamos. Pero, en medio de esa búsqueda, podemos equivocar la senda, equivocar la libertad. Y en esta situación de posible ruina, él se nos propone como camino. Nos corresponde a nosotros emplear «el colirio de la fe» para no equivocar la senda. Sin ella nos hallaremos habitualmente inmersos en nuestros planes de ciudadanos de la torre de Babel”. La Cuaresma es un tiempo idóneo para renovar nuestra condición de ciudadanos del cielo. Reconozcamos nuestra ceguera y dejémonos guiar por “el Buen Pastor”, que nos lleva por sendas de luz y de vida.

3.- “¿ACASO TAMBIÉN NOSOTROS ESTAMOS CIEGOS?”
Por José María Maruri, SJ
1.- No basta tener ojos para ver. El ojo necesita luz para ver. Hay que recibir la luz para ver. Y esa es la lección que da Juan en este evangelio. El que quiera creer tiene que aceptar con agradecimiento la luz de Dios. Un mismo hecho excepcional, milagroso, sirve de luz para unos y de tinieblas para otros.
El ciego salta del hecho de que antes no veía y ahora sí, al admitir que quien lo hizo tiene que ser un hombre de Dios, un profeta porque Dios no escucha a los pecadores. Y se esa vaga fe en el que le ha curado salta a aquel “Creo, Señor”, en el último y definitivo encuentro con Jesús. Sus ojos al fin aceptaron en plenitud la luz de Dios que pasa de sus pupilas a lo más hondo del corazón.
2.- Ese mismo hecho se convierte en densa tiniebla para los que por sus conocimientos, sus lecturas y sus doctorados lo saben todo. Y que saber demasiado es tremendo. Esa sabiduría humana produce una costra, unas cataratas verdaderas sobre las pupilas que no dejan ver.
San Pablo tan convencido de la verdad que creía vino a Damasco a encarcelar a los cristianos. Y sólo cuando se le cayeron de los ojos aquellas como escamas que tenía, pudo saber de verdad. Acepta la luz de Jesús, al que perseguía, y empezó a creer
Y los fariseos, en el mismo hecho milagroso de la curación de un ciego, donde el ciego encontró la fe, no supieron encontrar más que nuevos motivos de mucho engreimiento en su mucho saber.
“Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado estas cosas a los sencillos y humildes y se las ha ocultado a los sabio y entendidos de este mundo”… son palabras terribles del Señor.
Cuando uno oye por la televisión a uno de esos representantes del nacional-agnosticismo hablando con tanta seguridad, contra Dios y contra la religión, siente un escalofrío, porque no es que no cree, es que no puede creer. Dios le ha cerrado la puerta por su soberbia. El profesor dijo una vez que le gustaría tener fe en lo que en medio de su seguridad agnóstica dejaba un resquicio abierto a la luz.
3.- “¿Acaso también nosotros estamos ciegos?” es el grito de soberbia de los fariseos que debería convertirse en humilde reflexión para cada uno de nosotros. Hemos querido huir de la fe del carbonero y nos hemos lanzado a la fe ilustrada. Tanto curso, cursillo, conferencia teológica, sólo tendrá un buen efecto si no olvidamos que no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir internamente de las cosas de Dios.
Si nos olvidamos que la ciencia de Dios (que eso es la teología) sólo Dios la puede enseñar al corazón, lo único que vamos a conseguir es una indigestión teológica, como la que tenían los fariseos y de la indigestión se pasa a la ceguera con toda facilidad.
¿Acaso también nosotros estamos ciegos? ¿Aceptamos la luz del Señor con agradecimiento y humildad? ¿Ven nuestros ojos mejor la luz de Dios? ¿Transparentamos a Dios o tantas capas de pintura teológica nos han hecho opacos al Señor y somos más un obstáculo entre los hombres y Dios que un cristal transparente que deje ver a Dios? ¿Somos ciegos y cegamos, o dejamos pasar a otros la luz del Señor?

4.- EL CIEGO DE NACIMIENTO
Por Gabriel González del Estal
1. Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Los judíos pensaban que toda desgracia física era consecuencia de un pecado. Cuando el pueblo de Israel pecaba, Dios le retiraba su favor y los enemigos le vencían. La penitencia era una condición necesaria para volver a obtener el favor y la protección de Yahvé. Lo mismo ocurría con las personas individuales: cuando una persona tenía una enfermedad, o le sobrevenía una desgracia, era por haber pecado contra Dios. Así pensaban los judíos del tiempo de Jesús, pero Jesús no pensaba así, sino que interpretaba de una manera muy distinta las desgracias, las enfermedades, y todos los acontecimientos que acompañan a la vida de una persona. Todo lo que nos ocurre está permitido por Dios, para su mayor gloria. Así debió entenderlo también San Ignacio de Loyola, cuando recomendaba a sus frailes que todo lo hicieran “ad mayorem Dei gloriam”, a la mayor gloria de Dios. La enfermedad del ciego de nacimiento no era, pues, según nos enseña Jesús, consecuencia de algún pecado, sino para que en él se manifestara la obra de Dios. Me parece maravillosa y llena de buenas consecuencias esta enseñanza del Maestro. Dios nos ha regalado la vida para que, con nuestra vida, glorifiquemos a Dios, para que nuestra vida sea un reflejo de la gloria de Dios. Debemos intentar ser espejos donde se refleje la bondad y el amor de Dios. No sólo nuestras buenas obras, sino hasta nuestros defectos y nuestras enfermedades deben hacer visible la grandeza de Dios en nosotros. El que lucha con humildad para corregir sus defectos y el que no se deja abatir por sus debilidades físicas y espirituales, si lo hace con el alma llena de confianza en Dios, está dando gloria a Dios, está permitiendo que la obra de Dios se manifieste en él.
2. Este no viene de Dios, porque no guarda el sábado. El que no quiere ver, encuentra siempre razones para no ver. Los fariseos no querían ver a Jesús como Mesías y Maestro y, por eso, buscaban cualquier razón, o pretexto, para desacreditarle. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! A los fariseos no les interesaba ver la verdad, porque la Verdad de Dios, su Mesías, dejaba al descubierto sus hipocresías y falsedades. Lo mismo nos pasa a cada uno de nosotros en la vida ordinaria: cuando no nos interesa que una cosa sea como es, buscamos mil razones para verla de otra manera. La verdad de la política, el deporte, y la misma religión, es vista por cada uno de nosotros según el color del cristal con que miramos. Por eso, es necesario siempre hacer un gran ejercicio de sinceridad para purificar nuestra mirada. Hasta nuestros intereses más egoístas y recónditos pueden servirnos de cristal para desfigurar la realidad. El ciego de nacimiento quería ver y no ocultó la verdad de lo que veía, a pesar de lo difícil que se lo estaban poniendo los fariseos. Hagamos nosotros lo mismo: purifiquemos nuestra mirada para ver la verdad tal como es, y no como a nuestros intereses les interesa que sea.
3. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón. ¡Las apariencias engañan!, decimos frecuentemente nosotros, y es verdad. Si uno es buen actor puede aparentar fácilmente que es lo que no es. Por eso es tan difícil juzgar y entender a los demás: porque todos somos un poco actores de nuestra propia vida, ante los demás. Pero ante Dios no es así: Dios mira a nuestro corazón y escudriña todas nuestras acciones. Esto debe ser un consuelo para nosotros, cuando obramos con un corazón puro. Los demás podrán juzgarnos por las apariencias, o por sus intereses, pero Dios siempre nos juzgará por la bondad o maldad de nuestro corazón. Pidámosle hoy al Señor, con humildad: dame, Señor, un corazón puro, que nunca me falte tu santo Espíritu.

5.- JESÚS NOS ABRE LOS OJOS, NOS LIMPIA LA MIRADA
Por Pedro Juan Díaz
1.- La Palabra de Dios siempre es muy rica, pero en este tiempo de Cuaresma está llena de imágenes que nos ayudan a relacionarla con nuestra vida. El primer domingo era la imagen del desierto como lugar de revisión, el segundo domingo la montaña como lugar de oración, la semana pasada el agua como símbolo de una vida llena de sentido que da Dios, y hoy la luz, ese “abrir los ojos” que Dios nos propone siempre para descubrirle cerca de nosotros, pero con otros parámetros distintos a los que rigen nuestra sociedad.
2.- Desde siempre Dios se ha manifestado a las personas de manera sencilla, callada, muy respetuosa, casi sin hacer ruido, pero ha provocado en esas personas el testimonio, el júbilo, la alegría, la acción. Y si no fijaos en David, todo un rey de Israel, recordado, admirado, elogiado, pero para llegar ahí comenzó siendo un humilde pastor, el más pequeño de todos sus hermanos, el de apariencia más débil. En él se fijo Dios, porque “daba el perfil”, el de Dios, claro, no el nuestro, porque como bien le dice el Señor a Samuel: “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.
3.- Otro que se convirtió en TESTIGO y se postró a los pies de Jesús fue aquel ciego de nacimiento del que nos habla el Evangelio. Un hombre incapacitado por la sociedad en la que vivía para cualquier cosa, por ser enfermo (ciego) y pecador, pero al que Jesús se acerca “para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Jesús se fija en él, lo elige, lo llama y le encomienda una misión. Y el ciego empezó a dar testimonio, pero le pasa un poco como a la Samaritana, que al principio no sabe quién es el que tiene delante, pero poco a poco se va dando cuenta, hasta que acaba reconociéndole como Mesías.
4.- Primero da testimonio entre sus paisanos: “ese hombre que se llama Jesús…”. Después ante los fariseos, obsesionados con el cumplimiento milimétrico de la ley, y que buscaban acusar a Jesús porque había curado en sábado. Delante de ellos reconoce a Jesús como “un profeta”. De nuevo otra vez ante los fariseos, pero ya se reconoce como “discípulo” de Jesús, y les propone serlo a los fariseos (“¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?”), cosa que estos rechazan y acaban expulsando al ciego de la sinagoga. Y finalmente ante Jesús, que le hace la pregunta definitiva: “¿Crees tú en el hijo del hombre? ¿Y quién es? Lo estás viendo (porque ya no eres ciego, ni física ni espiritualmente), el que te está hablando. Creo, Señor”.
5.- La Cuaresma es toda una catequesis que nos ha de llevar a “caminar como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor”, como dice San Pablo hoy a los cristianos de Éfeso. Jesús es la LUZ, con mayúsculas, esa que nos ayudará a verle a Él cerca de nosotros, y a vernos a nosotros mismos, y reconocernos como sus discípulos, invitados a dar testimonio de lo que Dios ha hecho con nosotros y en nuestras vidas. No somos “súper-hombres”, ni “súper-mujeres”, tampoco David y el ciego lo fueron, pero con la fuerza de Dios llegaron a ser “como una luz” en medio de las personas con las que convivían, y eso si que está a nuestro alcance.
6.- Cada vez que nos acercamos a la Eucaristía, Jesús nos abre los ojos, nos limpia la mirada, para que podamos descubrirle aquí, y también ahí fuera, en los hermanos, especialmente entre los que sufren, entre los necesitados, entre los pequeños, entre los abandonados, siempre entre los más pobres. Ojala que podamos abrir nuestro corazón para que Él sea nuestra LUZ. “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.

6.- LUZ Y MÁS LUZ
Por Javier Leoz
Agua, luz y vida son tres nos llevan hacia el Domingo de Ramos. El domingo, la Samaritana comenzó a caminar en su interior en espíritu y verdad y, hoy, con el ciego de nacimiento vemos que a pesar de la oscuridad se encontraba externamente, una luz imponente y poderosa brotaba desde lo más hondo de su humanidad. Supo reconocer al que era Luz sobre toda luz y… su vida cambió de color y mudó de la tiniebla a la claridad. ¡Creo, Señor! Supo ver, aún sin ver, en dónde estaba el remedio a su mal físico y también postrarse reconociendo el señorío de Dios. Por el contrario, muchos de los que asistían a aquel prodigio, veían con nitidez los acontecimientos pero por dentro seguían sin ver nada en absoluto. Sus corazones permanecían obstinados.
1.- En este domingo, las lecturas, nos invitan a tomar posiciones. ¿Estamos del lado de la tiniebla o de la luz? ¿Al lado de Jesús o en su contra? Como a los dos ladrones que serán clavados a la izquierda y a la derecha de Jesús, en medio de la ceguera física de un hombre, el Señor ofrece lo que tiene. Unos, los más pobres, lo descubrieron pronto. Otros, los más sabios, intentaron por todos los medios silenciarlo.
Al ciego, el Señor, le hace renacer en doble sentido: física y espiritualmente. Responderá, y no por egoísmo sino por convencimiento, con un límpido: ¡CREO, SEÑOR!
También a nosotros nos puede hacer falta ese último toque, esa última respuesta con la que descubrió sus entrañas el que hasta entonces no veía. ¿Creemos con todas las consecuencias que Jesús es el Señor? ¿Lo ponemos en el lugar que le corresponde? ¿No corremos muchas veces el riesgo de catalogarlo como un personaje histórico pero sin trascendencia en nuestro crecimiento y descubrimiento espiritual?
Qué bien ilustra, en este sentido, una anécdota ocurrida a un sacerdote. Se presentaron unos padres en su despacho con la intencionalidad de bautizar a su hijo recién nacido. El sacerdote les preguntaba: ¿Y sabéis lo qué significa estar bautizado? ¿Por qué pedís el bautismo para el niño? La respuesta, aún rápida, era sincera: bueno a nosotros nos importa muy poco la vida cristiana, pero queremos seguir la tradición familiar. Gran reto el que tenemos actualmente: que las nuevas generaciones descubran al Señor cara a cara. Que lo experimenten a flor de piel.
2.- Siglos después, ese mismo Cristo, sigue pasando a nuestro lado. Nos ve ciegos con muchas cosas. Tanto que, a veces, confundimos lo divino con lo humano, el ver con el tocar, el placer con el amor, el tener con la felicidad, el sensacionalismo con la verdad.
Necesitamos, siglos después, que Jesús nos toque por dentro. Que despierte nuestro apetito por El y por las cosas de su reino.
Hoy muchos de nuestros contemporáneos, muchos niños que nacen a este mundo, vienen “ciegos de nacimiento” para la fe. Nacen en un mundo donde los valores eternos son puestos en jaque; en unas familias donde rezar, bendecir la mesa o llevar una vida medianamente cristiana es lo excepcional. ¿Y eso no produce ceguera espiritual? ¿Cómo van a ver si nadie les enseña? ¿Cómo van a descubrir si nadie les abre a otras realidades invisibles pero reales?
4.- Que el Señor, en esta Santa Cuaresma, nos ayude a recuperar la vista espiritual. Que nos empuje a reflexionar sobre esa penumbra que se abre como un inmenso paraguas sobre tantas almas (a veces sobre la nuestra). Que no deje de pasar por nuestro lado, para que cuando lo escuchemos, sepamos reconocerle y recuperar la luz por el don de la fe en Cristo: es la LUZ sobre toda luz.
Pidamos al Señor que la percepción de todo lo que acontece a nuestro alrededor no sea causa de nuestro abandono y de nuestra ceguera espiritual, de tiniebla en nuestra vida interior.

7.- ALEGRÍA EN LA CUARESMA
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Hoy es el domingo de la alegría. El domingo “laetare”. Se nos ha pedido al principio de la Eucaristía que nos alegremos. Y eso parece chocar un poco con el carácter austero de la cuaresma. Esta petición de alegría viene de la monición de entrada de la misa, de la primera oración que el sacerdote ha pronunciado desde el altar. Os la repito porque es muy bella. Dice así: “Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos”. Y esta bella y sencilla antífona es patrimonio de la Iglesia desde hace muchos, pero que muchos años. La frase “alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto” tiene mucho sentido con nuestra cuaresma. Realmente, la cuaresma no puede ser triste. El esfuerzo de conversión que estamos haciendo, incluso nuestras penitencias, no deben llevar impregnada tristeza alguna. Nos estamos preparando para asistir al misterio más grande de nuestra fe: la Redención. Pensar, además, que la Pasión y Muerte del Señor Jesús no es un final. Es sólo un paso hacia la Resurrección que trajo algo muy grande para nosotros, que pudieron ver nuestros hermanos y “colegas” de raza y condición humana, los apóstoles. Comprendieron ya sin duda alguna que el Señor Jesús era el Hijo de Dios, que Él mismo era Dios y que mostraba un mundo en el que jamás se morirá. Entiendo que tanto se han repetido estas cuestiones que podemos asumirlas en parte, como un reflejo histórico, sin duda entrañable, pero que no se corresponde con nuestras vivencias. Y, sin embargo, en nuestro corazón arde el rescoldo de que todo puede ser así y que la fe –que es luz—quiere crecer dentro de nosotros. En fin, que es para alegarse saber –porque nos lo ha dicho el Resucitado—que no moriremos definitivamente.
2.- El relato de Juan Evangelista en torno al episodio del ciego de nacimiento es, sin duda, una narración fuerte, plena, cargada de tensión escénica, que diría un aficionado al teatro. Es obvio que nosotros esperamos aprender de tal narración. Las lecturas de cada misa dominical –y, por supuesto de toda Eucaristía—son una catequesis completa a la que se puede llegar incluso en solitario, si nos aplicamos a su estudio y contemplación. Y nos va a hacer mucho bien, si llegados a casa, en un momento tranquilo, releemos este evangelio de hoy que es sencillamente magistral. Veámoslo ahora aquí. En primer lugar los discípulos preguntan a Jesús por el origen del mal físico del ciego de nacimiento. ¿Había pecado él o lo habían hecho sus padres? Jesús rompe de una vez con la injusta creencia judía del pecado como causante de desgracias y, además, con un componente hereditario. Obsérvese que si el pecado traía desgracias y enfermedades, la riqueza era un don de Dios, según ellos. Y así, entonces, el especulador era un hijo predilecto de la divinidad. Jesús de Nazaret nos mostró la verdadera imagen de Dios Padre, el Dios Amor, que no pretende vengarse de ninguna criatura. Y que la riqueza es, muchas veces, camino de perdición y no de salvación. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo en otra ocasión.
3.- El ciego de nacimiento recupera la vista y como es lógico el hecho llena de admiración a todo el entorno cercano al templo de Jerusalén, porque el mendigo ciego era muy conocido. Él mismo, cuando alguien señala que puede ser otro que se le parece, dice tajantemente que se trata de él, del ciego de siempre. Y a partir de ahí se inicia un ir y venir, un preguntar y responder, que termina teniendo a los fariseos como protagonistas muy activos. Incrédulos por un lado, pero también preocupados por que no se haya cumplido el precepto del sábado… La investigación de los fariseos es exhaustiva, policial, llegan a preguntar a los padres del ciego. Y, finalmente, el antiguo ciego termina enfrentándose con quienes le agobian a preguntas sin importarles la importancia de la curación, que un ciego vea. Sin solidarizarse con él ante el enorme don recibido.
A mi juicio la primera enseñaza que podemos obtener del relato es precisamente esa: los fariseos bloqueados por el obligatorio cumplimiento de sus normas no ven la bendición inherente en que un ciego de nacimiento recupere la vista. Y llevados de esa locura pretenden que una cosa así sea obra del diablo, cuando éste no trae bendición alguna, sino mentira y mal por doquier. La radicalización de los fariseos es tanta que llegan a expulsar de la sinagoga al ciego. Y esa expulsión era como la muerte civil del implicado, algo así como la pérdida de la nacionalidad y, por tanto, de todos los derechos. Siguen sin ver la importancia positiva de un milagro. Lo lógico, dentro aún de su severidad, es que se hubiesen alegrado con la recuperación de la vista del ciego de nacimiento y luego hubieran seguido su investigación. Pero no es así. Están irritados, iracundos… tal vez, los milagros de Jesús son para ellos como lluvia en tierra embarrada. La importancia del Maestro de Nazaret va creciendo y ellos siguen quedando en evidencia.
4.- El ciego, evidentemente, no sabe quien le ha curado, pero intuye que quien lo ha hecho tiene que venir de Dios. Un bien tan grande no puede venir de otro lado. Y por eso manifiesta que es profeta –enviado de Dios—quien lo ha hecho. Y ese reconocimiento, que responde a una lógica sencilla, produce al ciego, por la maldad y cerrazón de los fariseos, que sea objeto de un mal grande: su expulsión de la sociedad. Ello, incluso, le impediría hasta pedir limosna si lo necesitase. Tendría incluso que huir a otros lugares. Jesús no es ajeno a toda esa presión y busca ayudar al antiguo mendigo ciego. Se le presenta como lo que es, como el Mesías. Y ante ello, con la vista limpia y recién estrenada por la generosidad de Jesús alcanza a ver más de lo puramente humano. Y, sin duda, el portento de recuperar la luz, de ver todo con extraordinaria limpieza queda presente ante la tiniebla y ceguera de los fariseos que asisten a la conversión del ciego. Jesús les llamará ciegos porque persisten en su pecado. No es Dios quien les nubla la vista. Es su cerrazón y su falta de amor. El pecado ensombrece, ciega y, de persistir, rompe cualquier posibilidad de vuelta hacia el bien. La luz desaparece y se abre una vida de caminar a tientas y sin saber donde se va.
Pues que ojalá al término de esta cuaresma, en la noche sagrada de la luz, cuando la resurrección de Cristo encienda el cirio pascual, miremos aquello con la mirada limpia de quien acaba de abrir los ojos por primera vez, sin el empecinamiento por las cosas viejas o de cuestiones que, como a los fariseos del relato de hoy, ciegan los ojos de la cara y del corazón.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

¿QUIEN TIENE LA CULPA?
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Cuando ocurre algo desagradable y que no hemos podido controlar, siempre queremos dar la culpa a alguien, o dárnosla a nosotros mismos. Y tal vez nadie la tenga. Admitir nuestra ignorancia, aceptar el misterio, es imposible para algunos. Uno de los motivos que se aducen para justificar el propio ateísmo, es el de no haber encontrado ninguna religión, que dé una explicación al mal. ¿No sería más correcto, en todo caso, que nos preguntásemos la causa de lo ocurrido? Ciertamente que cuesta aceptar el sufrimiento atroz de un niño, Albert Camus atribuía a esto su falta de Fe (en La peste). Pero Enmanuel Mounier, decía que nada se parece tanto a Cristo crucificado, como la inocencia sufriente (y él tenía en su familia un hijo que le interrogaba con su desgracia). Los animales no se hacen preguntas, los hombres sí y exigen respuestas inmediatas. Lo primero es prueba de humanidad, lo segundo de orgullo.
2.- Se encuentran por Jerusalén a un pobre hombre ciego de nacimiento y de inmediato surge la pregunta: ¿Quién pecó, él o su padre? La respuesta de Jesús no es sencilla, exige la aceptación humilde del misterio, los animales no son capaces de ello. Dios es misterio, decía Einstein, pero no engaña. Añadiría yo, que no nos toma el pelo. La culpa de la desgracia de aquel hombre, no es el pecado de alguien, si le ocurre esta desgracia, es para que se manifiesten las obras de Dios, afirma Jesús. De tantos hijos de vecino que por entonces pululaban por la ciudad y que mirarían, correrían y trabajarían, nada sabemos. De este buen hombre, sí. Su ceguera permitió que se manifestase el poder del Señor, fue un colaborador directo suyo. Y esta fue su gran suerte. Añádase que al recobrar posteriormente la visión, pudo gozar de ella en este mundo y en la Eternidad sería recibido con gozo. El buen hombre no era un desconfiado, como entre nosotros abundan. Embadurnar los ojos con barro, parece aberrante, pero él lo acepto sin recelo. Se encontraba al borde, en el inicio, de la Fe y se puso en sus manos. Y se fue sin pereza a lavarse al lugar que el Señor le indicaba, pudiendo hacerlo más cerca.
3.- (Siloé era un gran depósito de agua, que se alimentaba del manantial del Guijon, a través del prodigioso túnel de Ezequías, que aún hoy admiramos. Me comunica un amigo, que no hace mucho se han encontrado restos arqueológicos de lo que fue esta gran piscina, de la que se aprovechaban los servidores del Templo y la misma población. Hasta ahora lo que creíamos lo era, y que he visitado bastantes veces, no se trataba más que de un remanso de la corriente que se deslizaba, ya al aire libre, hasta descansar un centenar de metros más abajo, en este depósito llamado justamente “del enviado”. Si el encuentro con el Señor fue por el centro de la ciudad, le tocaría caminar un buen trecho, ya que Siloé está a las afueras del núcleo, próximo a la muralla).
4.- Mis queridos jóvenes lectores, nos toca ahora observar las reacciones personales de los diferentes actuantes. El grupo fariseo se fija únicamente que el milagro se ha realizado en sábado y ellos se consideran custodios de las tradicionales leyes, sin tener en cuenta que las reveló Dios y el que tienen allí, es su Hijo Unigénito. Pero hay gente que esta inclinada a considerar que todos son malos, excepto ellos, sea cual sea su comportamiento.
Que nazca un hijo ciego, no es ninguna bicoca y la desgracia la sufrirían los padres cuando era niño. De mayor no podrían aprovecharse de él que no contribuiría a mejorar la economía familiar. Seguramente estaban hartos. Escurren el bulto, son cobardes. No quieren dar gloria a Dios, pese a que les ha favorecido al curarlo. Que se lo pregunten a él mismo, que ya es mayorcito, contestan. El buen hombre, pese a que su desgracia no le hubiese permitido tener estudios teológicos como los de sus interlocutores, es valiente y lo dice con sinceridad: le ha curado Jesús, que deduzcan ellos la respuesta, si es que están tan interesados. Vistas las buenas consecuencias que ha tenido su encuentro con Él, piensa y se lo dice, que debe tratarse de un profeta…
Eso si que no, de ninguna manera le contestan, vomitando de inmediato, su intencionado acervo cultural. Carece el que fue ciego de erudición, pero no de sentido de la ironía, una buena ayuda dialéctica, y les dice a bocajarro: ¿queréis vosotros también ser seguidores suyos?
5.- ¡Buena la ha hecho! Acuden entonces a un arma que todavía usan los que son tan pobres, tan pobres, que no tienen más que poder de prohibir, y le insultan y marginan. Queda excluido de la sinagoga. Excomulgado, diríamos hoy.
Es muy posible que si en vuestra vida sois leales a Jesús, por parte de los que detentan el poder, mis queridos jóvenes lectores, a vosotros también os marginen. Escuece sufrirlo, pero hay que aceptarlo con serenidad. Comprobaréis que Dios no os ha marginado y si, como los discípulos continuáis con Él, os daréis cuenta de que uno puede vivir felizmente, pese a ser ignorado por los que mandan.
Pero tened en cuenta que la fidelidad no consiste en renunciar a interrogarse. Quien abandona la inquietud, es señal de que empieza a morir, dijo algo así, el presidente Franklin, y estoy totalmente de acuerdo. Los apóstoles le siguieron, pero no como mansos e insulsos borregos. El que nos relata esta escena, es el mismo que al final de su evangelio, junto a las aguas de Genesaret, después de escuchar lo que el Maestro dice a Pedro, le pregunta por su futuro.

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