02 febrero 2014

Reflexión: Buenos representantes

Los actores, escritores, artistas, deportistas, personajes televisivos, etc. suelen tener a su lado un representante, una persona que se encarga de gestionar los contratos y en general todos sus asuntos profesionales. El representante es el que se encarga también de darlos a conocer, de presentarles a personas, de ponerles en contacto con entidades que tienen que ver con el desarrollo de su actividad, a veces recomendándolos personalmente. Por eso un buen representante debe conocer muy bien a su representado, y a su vez, tener una serie de recursos y capacidades para que su representación consiga el éxito buscado.

Hoy estamos celebrando la Fiesta de la Presentación del Señor, que sustituye al Domingo IV del Tiempo Ordinario. Cuarenta días después de haber celebrado la Navidad, Jesús es presentado en el templo para cumplir la Ley de Moisés, pero sobre todo, para encontrarse con el pueblo creyente.
Pero Jesús no se presenta a sí mismo, puesto que es sólo un niño como tantos. En el Evangelio hemos encontrado varios “representantes”, y contemplándolos a ellos, vamos a ver cuáles son las características que debe tener un buen representante de Jesús.
Los primeros representantes son sus padres, José y María, que lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor. Un buen representante debe conocer la Ley del Señor, debe tener una formación en la fe.
Sus padres, además, entregaron la oblación, como dice la Ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» (cfr. Lv 12, 8). Los padres de Jesús entregan la oblación de los pobres, por tanto, un buen representante debe vivir el espíritu de humildad, pobreza y austeridad.
El siguiente representante es Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel. Y el Espíritu Santo moraba en él. Un buen representante ha de tener esas cualidades: ser una persona justa, piadosa y esperanzada. Y de profunda espiritualidad, que se sepa habitada por el Espíritu.
Simeón, cuando entraban con el niño Jesús sus padres… lo tomó en brazos y bendijo a Dios. Simeón reconoce, en esa familia aparentemente ordinaria, la presencia del Salvador. Un buen representante debe tener una mirada que vaya más allá de las apariencias para descubrir la presencia de Dios en las personas y en los acontecimientos ordinarios de la vida.
Simeón, además, dijo a María: «Mira, éste… será como una bandera discutida… Y a ti, una espada te traspasará el alma.» Simeón no oculta a María los sufrimientos que le va a acarrear su hijo. Un buen representante tampoco oculta las dificultades que conlleva el seguimiento de Jesucristo.
Y la última representante es Ana, una profetisa. Un buen representante ejerce su dimensión profética, comunica las palabras de Dios.
Además, era una mujer muy anciana. Un buen representante necesita experiencia, y debe aprender de “los ancianos”, de quienes por su edad o por su trayectoria creyente tienen más experiencia.
Ana no se apartaba del templo día y noche, sirviendo al Señor con ayunos y oraciones. Un buen representante es alguien integrado en la comunidad parroquial, que tiene asumido algún compromiso evangelizador, personal y comunitario para servir al Señor y a los demás.
Y Ana hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Un buen representante, cuando llega el momento, habla explícitamente de Cristo, y da testimonio personal de Él.
Celebrar la Fiesta de la Presentación del Señor nos debe recordar que nosotros somos hoy sus representantes. Contemplando a José, a María, a Simeón, a Ana… ¿Con cuál de ellos me identifico más? ¿Tengo yo las cualidades de un buen representante de Jesús? ¿Qué necesito reforzar para que mi representación de Jesucristo sea creíble, para dar buen testimonio de Él ante los demás?
El Señor cuenta con nosotros, en este tiempo de nueva evangelización, para que seamos buenos representantes suyos ante los demás. Gestionemos del mejor modo que sepamos los asuntos del Señor, para que un día sea Él quien nos represente ante el Padre y se cumpla lo que hemos pedido en la oración colecta: la gracia de ser presentados delante de Ti con el alma limpia.

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