25 febrero 2014

Martes VII del Tiempo Ordinario

Hoy es martes, 25 de febrero.
Marcos, hoy nos cuenta que Jesús va instruyendo a sus discípulos mientras atraviesa Galilea. Dejo que él me enseñe en esta oración. Jesús también me instruye a mí, me forma, me convierte en su discípulo. Aprendo de sus criterios, me dejo tocar por su palabra.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 9, 30-37):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: -«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. » Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: -«¿De qué discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»  Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mi no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. »
Jesús, mientras camina hacia Jerusalén, sigue preparando a los discípulos para lo que se avecina. Por segunda vez les habla de su Pasión, Muerte y Resurrección. Pero ellos siguen sin entender ni aceptar que su Maestro pueda morir como un fracasado. Y es que siguen anclados en su mentalidad competitiva y de prestigio, pensando en un mesianismo de triunfos terrenos y de poder político. De ahí que discutan sobre quién será el más importante cuando Jesús establezca su Reino. ¡Cuánto debió entristecerte, Señor, esta actitud de los tuyos! Tú les hablas de ser Mesías-Siervo, que se abaja y entrega en la cruz, y ellos siguen peleando por subir y ocupar los primeros puestos. Señor, ¿no es lo que me pasa a mí? Cuánto tiempo escuchando tu mensaje de amor y entrega y abajamiento y servicio… y yo –en mi corazón- ¿qué ambiciono, qué busco?  ¿Cuándo me veré libre de mi ridícula egolatría y orgullo? Perdóname, Señor. Sigue adoctrinándome y dándome tu gracia hasta que este corazón duro se enternezca ante tu amor y vea claro.
Jesús sale al paso de su ambición y les dice. -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En la comunidad de Jesús, para ser primero hay que hacerse servidor y último. Ese fue el camino de Jesús: entregarse, hacerse servidor de todos, y por eso fue exaltado por Dios y constituido Señor de todo. Esta es la actitud que hemos de tener nosotros, si queremos ser de los suyos y estar cerca de él… ¡Cuánto me cuesta aceptarlo, Señor, y hacerlo vida! ¡Qué difícil se me hace ser servidor y estar a disposición de los demás, y ser el último! Cambia, Señor, este corazón egoísta y orgulloso, que no me busque a mí mismo, sino que busque servir a los demás, sin esperar nada a cambio. Que comprenda que la única manera de ser importante a los ojos de Dios es hacerse el último y servidor de todos.
Después, “acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. El niño, en aquella sociedad, era lo menos importante, lo que menos contaba. Y con el gesto de ponerlo en medio, Jesús les dice que en su comunidad precisamente los que menos cuentan son los que hay que poner en el centro, y servirlos y honrarlos. Más: Jesús se identifica con ellos. De modo que, cuando acogemos y servimos a los menos importantes, a los que menos cuentan en la sociedad, -ancianos, enfermos, pobres, emigrantes, etc.-, acogemos y servimos al propio Jesús y al Padre que lo ha enviado. Señor, haz que lo comprenda de una vez por todas. Ayúdame. Porque me cuesta servir en general; pero servir a los más débiles, a los menos valorados por la sociedad…  ¡cómo lo rehúyo, Señor!
Gracias Señor por tratarme con tanto cariño. Porque siento que tengo valor para ti, que soy importante en tu reino. Tú me tomas en cuenta y me invitas a compartir tu misión. Necesito sentirme importante para los demás. Regálame la gracia de encontrar en el servicio mi valor personal, en la entrega el sentido de mi vida.

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