07 febrero 2014

Llamados a salir

A pesar de todo lo que nuestra cultura ofrece, llena de estímulos y posibilidades, el corazón de muchas personas está como apagado y oscuro. Hay mucho vacío de fondo. Un mundo “sin hogar” (Berger), una sociedad “líquida” (Bauman), de “lo efímero” (Lipovetsky), de “los ídolos” (Marion), de la “corrosión del carácter” (Sennett), un mundo en una “edad secular” (Taylor)... La llamada que nos hace Jesús es para dar “otro sabor” a la vida porque llevamos dentro un tesoro de sal y luz que comunicar. Es la persistente llamada del papa Francisco: “¡salir!”, no al apocamiento vergonzante ni a la arrogancia prepotente. Salir con la sencilla actitud de la oferta libre de cuanto somos y tenemos, como una real buena noticia para el mundo y la sociedad.

UN TEXTO
“Más allá de los números, los cristianos tenemos que preguntarnos si tenemos algo positivo e insustituible que aportar al mundo en que vivimos y si vamos a tener el coraje de realizarlo y ofrecerlo a todos nuestros contemporáneos aunque sea acogido sólo por una minoría.
(...) La [segunda] característica común a la sal, la luz, la semilla y la levadura es que necesitan mezclarse con otros elementos para poder cumplir con su finalidad. Si no se da esta mezcla, no hay fecundidad posible. La sal tiene sentido con el alimento, la luz sin objetos que iluminar permanece oscura como ocurre en el espacio, la semilla necesita introducirse en la tierra para generar una nueva planta, y la levadura sin la masa de harina no puede producir el pan. La enseñanza es clara: los cristianos tienen que juntarse con todos -superando toda tentación elitista o sectaria- si quieren aportar sabor y color a la vida común; si quieren ofrecer desarrollo y alimento para una sociedad mejor” (Pedro José Gómez Serrano, “Comentario a la Carta a Diogneto en un mundo laico” en Misión Joven, junio 2010, pág. 27).
UN POEMA
En un mundo desabrido,
nos dices que no seamos sal sin sabor,
que sólo sirve
para ser pisada,
como octavillas publicitarias
repartidas por la calle,
que se miran un segundo
y se caen de las manos
porque no interesan a nadie,
basura por las aceras
bajo los pies que siguen
la rutina cotidiana.
Sal sin exceso:
sin ser protagonistas
que secuestran las miradas,
sin imposiciones
que abruman con suficiencia,
sin perseguir a la gente
con poder y con astucia.
Sal sin defecto:
que no se esconda
por miedo a perderse,
ni se deja devaluar
por la tibieza,
ni renuncie, por orgullo,
a mezclarse entre la gente
que traga sinsabores.
Nos invitas a ser
sal de la pascua,
que desaparece
en la comida humana,
que nadie la percibe
en su justa presencia,
y que sólo los despiertos
la descubren resucitada
en el sabor exacto
de cada existencia.
Benjamín González Buelta, S.J.,
En el aliento de Dios,
Ed. Sal Terrae, Santander 1995, págs. 76-77. 
UN SÍMBOLO
Un cuenco de sal y una candela.

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