10 febrero 2014

Hoy es lunes 10 febrero

Hoy es lunes, 10 de febrero
Al tiempo de entrar en esta tierra sagrada que es el encuentro con Dios, me santiguo y sereno mi corazón, mi mente, mi cuerpo. En su nombre y porque él así lo desea siempre, voy a abrirle las puertas de mi vida y a estar con él. Contigo, Señor, contigo. En silencio o en diálogo. En acción de gracias o en súplica. En adoración o en lucha. Pero siempre contigo.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos ( Mc 6, 53-56):
En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
San Marcos continúa presentándonos a Jesús como el Salvador, que no sólo habla de Dios y su Reino, sino que lo hace presente con su vida y con sus obras. Jesús es testimonio vivo del Reino. Por donde pasa él da vida, sana y libera a los que acuden a él de los malos espíritus y de las enfermedades. Esto sorprende a la gente y la atrae. Hoy vemos que apenas atraca con sus discípulos en Genesaret, la gente se entera y corren a él. Tal vez  muchos lo buscan sin que en sus corazones haya germinado aún una fe profunda y no buscan tanto el encontrarse con él como Mesías Salvador, cuanto que sane a sus enfermos. Yo ¿qué busco cuando voy a Jesús?, ¿le busco a él, estar con él y gozar de su amistad, o busco lo que puede darme? A veces también yo te busco, Señor, con una actitud egoísta, interesada. Concédeme la gracia de buscarte por ti, y no por lo que me puedes dar
Jesús, aunque no terminan de creer, siempre atiende a los que acuden a él. Sobre todo, a los enfermos y lisiados que se le acercan: los acoge y los sana. Nosotros ¿acogemos a los necesitados que nos buscan, o los rehuimos? ¿Cómo atendemos a los ancianos, a los enfermos, a los marginados? ¿Con qué “cara” los recibimos y atendemos: con cara de gozo, o de disgusto? Nosotros no podremos curar sus enfermedades o solucionar muchos de sus problemas, pero sí podemos hacerles más llevadera la cruz de su sufrimiento, dándoles una palabra de aliento, una sonrisa, un rato de compañía, de escucha, etc. A veces cuesta, Señor, pero, si ellos eran tus  preferidos, a quienes más atención dedicaste,  ¿cómo no lo van a ser para nosotros? Que no nos duela, Señor, dedicarles tiempo y atención. Danos un corazón siempre abierto a las necesidades de los demás; que nunca les neguemos nuestra atención, aunque ello nos complique la vida.
 “En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.” La gente le lleva a Jesús sus enfermos, y le ruegan que les deje tocar al menos el borde del manto. Los que lo tocaban curaban. Nosotros también andamos por la vida “enfermos”; pero ¿sentimos necesidad de ser curados? Preguntémonos hoy qué “enfermedad” nos impide vivir más generosamente para Dios y para los demás. Y vayamos a Jesús, no como iban aquellos galileos, sólo impulsados por el interés de ser curados de sus enfermedades, sino buscando algo más profundo: creer en él que es el Mesías prometido, el verdadero Hijo de Dios, que nos trae la salvación integral… Señor, que cada día busquemos “tocarte” en la eucaristía, en la escucha y meditación de tu Palabra, en la oración. Ahí nos esperas para  llenarnos de tu vida, para hacernos recobrar las fuerzas y la ilusión para seguir caminando por los caminos de la voluntad del Padre y de la entrega y servicio a los demás.
Al leer de nuevo el texto, voy a reavivar en mí el deseo de tocar el mando de Jesús. Sin miedos ni complejos de ningún tipo. Y con ese deseo voy a reavivar la confianza en que basta ese pequeño roce para que en mí se derrame su gracia  de salud, de vida, de salvación.
Al terminar mi oración intento recoger en diálogo con Dios esos dos o tres empujones que su palabra me ha dado en este rato. Le pido  valentía o decisión para llevarlos a cabo, si es su voluntad. Y rezando un padrenuestro, me hago consciente de la complacencia con la que Dios me mira y me agradece estos minutos de mutuo encuentro.

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