Hoy es viernes, 14 de febrero.
Hoy contemplaremos a Jesús sanando a un sordomudo. Hago silencio interior y preparo mi alma para dejarme tocar por Jesús. Siento su voz que le dice a mi corazón “effetá”, ábrete. Experimento su amor que me hace tanto bien. Comienzo esta oración, recordando también a tantas personas que conozco y que sé que necesitan que Jesús las toque con su mano sanadora y liberadora. Las nombro y las hago presente en mi oración.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 7, 31-37):
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", esto es: "Ábrete". Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
Sigue Jesús recorriendo caminos y aldeas, ahora por tierras paganas. Las gentes - como en tierras de Israel- le salen al encuentro, trayéndole los enfermos que están hundidos en el sufrimiento. Y él les entrega su Palabra y su acción salvadora, según la profecía de Isaías sobre la era mesiánica: “Entonces se despegarán los ojos del ciego y los oídos del sordo se abrirán....” Y es que Jesús se toma muy en serio la miseria humana. Como la del sordomudo de hoy. Se lo presentan y le piden que le imponga las manos. Jesús se lo lleva consigo y realiza un ritual que debió ser común entre aquellos pueblos: mete los dedos en los oídos y toca con la saliva su lengua. Y dice su palabra de poder, que sana: “Effetá”, ábrete. Y los oídos del enfermo se abren y la lengua se desata. Y aquel hombre marginado, condenado al silencio y al aislamiento por su mudez y sordera, se siente reintegrado a la comunidad..
¿Nosotros no estamos a veces sordos y mudos? Sordos para su Palabra: oímos, pero apenas la escuchamos y acogemos. El mensaje de Jesús nos resbala, apenas roza nuestros corazones. Y sordos también para escuchar el grito de los que sufren. Y además, mudos. No sabemos hablar al Señor, orar, alabarle, darle gracias. Y tampoco, hablar a los hermanos. ¡Cuántos esperan una palabra de cariño, de comprensión, de ánimo, de simpatía…, y nosotros pasamos de largo, ensimismados, ocupados sólo en lo nuestro! Dinos, Señor, tu “effetá” poderoso. Ábrenos el oído, que te escuchemos a ti, que acojamos tu Palabra que nos salva, y que escuchemos a los demás, que nos acerquemos a ellos, como tú, y que “curemos”, sino su enfermedad, sí su soledad y su necesidad de comprensión y cariño. Y desátanos también la lengua para que podamos alabarte a ti y decir a los demás la palabra que esperan de nosotros.
La gente, en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos." Y es que quien tiene experiencia de Jesús y se siente sanado por él, no puede callarlo, siente la necesidad de contarlo a los demás. La expresión “todo lo ha hecho bien”, que decía aquella gente recuerda aquella otra del Génesis cuando Dios mira complacido su creación: …”y vio Dios que todo era bueno”, o sea, que todo estaba bien hecho. Así Jesús. Anda por la vida haciéndolo todo bien, “re-creando” -diríamos- lo que Dios hizo bien en el origen, pero el pecado ha-bía estropeado. Señor, ven hoy a nuestras vidas, en las que hay tanto estropeado por el pecado, y recréalo, hazlo nuevo: que todo vuelva a estar bien hecho, que todo sea bueno, agradable a tus ojos y al de los hombres.
Vuelve a leer el texto e imagínate la alegría del sordomudo que ha sido sanado. Enseguida, imagina el sentimiento de Jesús al ver esa alegría del sordomudo que ahora puede hablar y oír. Imagina que ambos ríen juntos en medio del asombro de la gente.
Habla con Jesús e invítale a hacer milagros a través de ti. Ponte con él al servicio del Padre rezando la oración de Charles de Foucault:
Padre me pongo en tus manos,
haz de mi lo que quieras,
sea lo que sea,
te doy las gracias,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy
con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú,
eres mi Padre.
haz de mi lo que quieras,
sea lo que sea,
te doy las gracias,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy
con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú,
eres mi Padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario