06 febrero 2014

Homilía para el 9 de febrero

El lenguaje del testimonio
En la llamada sociedad de la comunicación el canal más nítido para expresarnos, comunicarnos y relacionarnos sigue siendo el testimonio cotidiano. No hay discurso más claro y elocuente. No existe investigación más contundente y fundamentada que el testimonio de las personas y comunidades que se gastan y desgastan en comprometerse con los hermanos y hermanas.

Ser la” sal y la luz del mundo” no significa una llamada a la presencia social poderosa de los cristianos, ni a una Iglesia omnipresente en todos los vericuetos de la vida social y política. Es una llamada al “testimonio” comprometido con las profundas roturas de este mundo. Es una invitación provocadora a comprometernos con la justicia (1ª lectura) desde la elocuencia de la cruz y los crucificados (2ª lectura) para ser verdadero testimonio luminoso del Amor de Dios desde nuestras buenas obras (Evangelio).
Comprometernos con la justicia
La injusticia es de tal profundidad y extensión en nuestro mundo que nos aprisiona y paraliza. El hambre en el mundo (hoy celebramos la Campaña de Manos Unidas que nos pone encima del altar los gritos y lamentos de este mundo desangrado), la violencia irracional, la exclusión de los derechos más elementales de nuestros hermanos y hermanas más frágiles... La inmensidad y fuerza de la injusticia más que una llamada al compromiso parece ser una razón para la indiferencia. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cómo voy yo a remediar algo tan grande? ¿No es esto una cuestión de los poderosos: políticos, intelectuales, empresarios...?. Dios te está llamando a ti, en tu grandeza y debilidad a construir justicia. Como dice la primera lectura, cumples con la justicia “cuando alejas de ti la opresión... y ofreces al hambriento de lo tuyo”. Los pequeños gestos son tan necesarios como las grandes gestas, las opciones familiares son tan importantes como las grandes movilizaciones.
La fuerza de la cruz
Pero no debemos olvidar que nuestra “elocuencia”, como nos dice San Pablo, no es más que la fuerza de nuestra debilidad y compasión. Nuestra claridad, nues- tra capacidad de comunicarnos con el mundo surge de nuestra identificación con la cruz y nuestra compasión con los crucificados (excluidos, oprimidos, empobrecidos...) de este mundo. Nuestra gramática, como cristianos, se articula desde la debilidad y la fragilidad de lo humano. Somos irreconocibles e incomprendidos cuando nos alejamos del compromiso con el sufrimiento; sin embargo, somos perfectamente entendidos desde el testimonio de la Caridad.
Las buenas obras
El testimonio con los empobrecidos nos hace ser advertidos por la sociedad como una comunidad a ser tenida en cuenta. Pero no por su fuerza sino por su debilidad. Muchas veces los cristianos con nuestra vida y palabras parece que queremos decirle al mundo: “somos los mejores pero nos caracteriza la humildad”. Nuestra energía viene del compromiso firme con la fragilidad humana y no por una “competición ética” con otros grupos, asociaciones o comunidades. Comprometernos con el mundo de la injusticia significa convertirnos en “linternas de Dios” (luz del mundo) que van señalando los lados oscuros de nuestra densa realidad para “aliñarlos” (sal del mundo), como dice el Salmo, con “la justicia que dura por siempre”.
Sebastián Mora Rosado

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