06 febrero 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 6 febrero

Podríamos aferrarnos al esquema prefijado y detenernos hoy en una frase: "si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa". Pero sería demasiado rígida esa posición que no se sale del esquema de desencuentros seguido hasta ahora. Aquí, en cambio, se nos informa: los Doce salieron "a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban".

La buena noticia en este pasaje es doble. Primero: Jesús da a los Doce autoridad sobre los espíritus inmundos. No sólo quiere limpiar él la casa de Dios, este mundo nuestro en que había y hay tanto poder negativo que parece campar por sus respetos; incorpora a las labores de limpieza, magnífica limpieza, a sus acompañantes. Estos no son un simple coro de entusiastas, un grupito de fans y admiradores que jalean al ídolo, meras comparsas y figurantes. Forman con Jesús un coro en que también tienen, por don de Jesús, su voz y papel co-estelar. No para lucirse ellos, sino para que haya más luz en el mundo, en estos escenarios de dolor y en los patios de butacas, como en el teatro vivo en que se salta la barrera mágica de las candilejas y se incorpora a la escena a los que eran simples espectadores. Eso está llamada a ser la realidad nuestra de cada día: por todas partes, con una intensidad y unos ritmos mayores o menores, se está invitando a los laicos a entrar en la misión compartida. La autoridad de Jesús se difunde por todos los miembros y células de su cuerpo, la Iglesia. Descubre, pues, tu don y ponlo a servir. Trata de descubrir el don de los que están a tu lado, en tu casa, en tu parroquia, entre tus amigos, el don de la gente con que tratas, díselo y anímalos a que salgan a escena y se lancen al ruedo. Es lo que se está haciendo en las "misiones populares" gracias al trabajo de los equipos de evangelización misionera. Se crea un nuevo clima y uno empieza a sentirse Iglesia con una intensidad mucho mayor.
La buena noticia es, en segundo lugar, el texto que hemos citado: que los Doce se empeñaron en la misión recibida y realizaron una labor eficaz. Y esto sigue sucediendo. También ahora, para los que habitaban en una región de tinieblas, una luz les brilló. El evangelio sigue siendo fecundo, aunque el Sr. Sádaba no esté quizá muy al corriente de ello. Y quizá tampoco nosotros. Debiéramos contarnos relatos que muestran "si el mundo es o no tarea / de un Dios que sigue despierto". Contarnos más relatos, y contarlos más veces. La recuperación de la narrativa en nuestra Iglesia ha de crecer bastante más: historias de conversión, de desprendimiento y amor servicial, de sanación, de "increíble" aceptación de la enfermedad incurable, de reconciliaciones, de una alegría que no da "el mundo", de presencia en contextos de muerte (enfermos terminales de SIDA...), de múltiples servicios eficaces a la paz (reconocidos públicamente aunque el Sr. Sábaba, que él me perdone, no se haya enterado), de diálogo intelectual, social y religioso, de entrega martirial... y de los otros milagros. Decía Anatole France: "A no dudarlo, los cristianos son unos cretinos. Pero hay que reconocer que les suceden cosas extraordinarias a esos tipos". ¡Claro que hay deserciones que nos entristecen, envejecimiento, debilidad...! Pero conviene recordar las palabras de Pablo: "la fuerza (de Dios) se realiza en la debilidad". El Jesús de Marcos las suscribe sin reservas.
Pablo Largo, cmf

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