23 febrero 2014

Coaching espiritual

Desde hace un tiempo está de moda, en ámbitos empresariales, en concursos de televisión, etc., hablar del “coaching”, que es un anglicismo que procede del verbo inglés “to coach”, que significa “entrenar”; y al entrenador personal se le llama “el coach”.
El “coaching” consiste en acompañar, formar y entrenar a una persona o a un grupo de ellas para que alcancen alguna meta o para que desarrollen algunas habilidades concretas. Para ello, ese “coaching” se lleva a cabo a lo largo del tiempo, e incluye diversos métodos, exigencias, renuncias… que quienes lo siguen deben estar dispuestos a asumir para alcanzar su objetivo.La Palabra de Dios de este domingo, sobre todo el Evangelio, siguiendo la línea del domingo pasado, sigue enseñándonos a “saber vivir”, y parece que nos está sometiendo a un “coaching” espiritual. Y el objetivo de este “coaching” espiritual lo hemos escuchado en la 1ª lectura: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Nuestro objetivo, lo que Dios espera de nosotros, es que seamos santos; un objetivo que así, de entrada, nos puede parecer inalcanzable.
Pero como buen entrenador, Dios nos va indicando los sucesivos pasos que debemos ir dando para alcanzar ese objetivo, por dónde debemos empezar. Y así, también en la 1ª lectura, nos ha dicho: No odiarás de corazón a tu hermano… no te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes… Para avanzar hacia nuestro objetivo de ser santos, debemos empezar por lo más cercano, por lo más asequible, en este caso, la familia, amigos, etc. Pero también, como buen entrenador, no deja que nos quedemos simplemente en eso, y aumenta el nivel de exigencia: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Para ser santos, no debemos quedarnos sólo en lo cómodo, en lo fácil, en los de nuestro círculo cercano… debemos pasar al “prójimo”, en general. Y éste es un paso fundamental, necesario; ya es mucho si amamos al prójimo como a nosotros mismos, pero que aún no es suficiente, porque “¿quién es mi prójimo?”
Para ser santos hay que dar un salto cualitativo. Y para que podamos dar ese salto cualitativo, Dios se hizo hombre en Jesús, que es nuestro “coach”, nuestro “entrenador personal”, que hoy nos ofrece un buen curso de “coaching” que debemos estar dispuestos a asumir para ser santos.
Ante nuestro prójimo, Jesús nos marca la diferencia: Sabéis que está mandado: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: no hagas frente al que te agravia…. Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa… No nos quedemos en la literalidad sino en el sentido de las palabras de Jesús, y encontraremos múltiples ocasiones en nuestra vida cotidiana en las que podremos “entrenarnos” para ser santos.
Pero nuestro entrenador personal, en su “coaching” espiritual, sigue aumentando el nivel de exigencia, porque el objetivo lo merece. Y sube el listón: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian… Y al escuchar esto, seguramente nos sentiremos incapaces de llegar a tanto, quizá incluso nos escandalicemos, y nos rebelemos. Pero nuestro entrenador personal quiere lo mejor para nosotros y sigue insistiendo en que lleguemos al objetivo de ser santos, y por eso nos hace reflexionar: si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?¿Me siento llamado por Dios a ser santo? ¿Lo veo posible o inalcanzable? ¿Confío en Jesús como mi “entrenador personal”? ¿Estoy dispuesto a seguir su “coaching”? ¿Qué me cuesta más? Como cristiano, ¿hago algo “extraordinario”, o mi comportamiento no se diferencia de los no cristianos? ¿Con qué personas concretas y en qué situaciones puedo “entrenarme” para “ser santo?
Dios no nos pide imposibles, pero como sabe que ese objetivo de ser santos lo vemos fuera de nuestro alcance, en la 2ª lectura nos ha recordado: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? No estamos solos en nuestro objetivo: en todo momento llevamos en nosotros a nuestro entrenador personal. Invoquemos al Espíritu Santo para que, con su luz y su fuerza, cumplamos de palabra y obra lo que a Dios le complace y así podamos llegar a ser santos.

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