31 enero 2014

Reflexión, hoy es viernes día 31 enero

Hoy es viernes, 31 de enero.
Jesús vive y habla en el camino y dice palabras sencillas para que todos podamos entenderle. Habla de vida que se siembra, que se cuida con paciencia y florece. De cosas pequeñas que creen hasta poder acoger y cobijar ellas mismas la vida. Habla de cosas sencillas, que encierran en ellas cuanto merece la pena. Jesús nos habla de las cosas que sembramos y que crecen mientras dormimos, sin que sepamos como. Nosotros sembramos quizá y las cosas  creen según él lo determina, sin que comprendamos el misterio que encierra. Como un maestro trata a los niños pequeños, Jesús nos enseña con parábolas y lo que no entendemos nos los explica al oído suavemente.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 4, 26-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Hay un tiempo para sembrar, para germinar. Hay un tiempo  para crecer y un tiempo para dar fruto. Un tiempo para la cosecha. Todos pasamos por estos momentos a lo largo de nuestra vida, una y otra vez. A veces somos una semilla pequeña, a veces echamos ramas en las que se cobijan los pájaros. A la luz del evangelio intentamos reconocer el momento que vivimos. Intentamos saber si somos semillas o para nosotros ya es tiempo de dar fruto.
La vida nos envuelve con su misterio. La semilla se siembra en nosotros y a nuestro alrededor. Y crecen sin saber nosotros cómo. Nosotros mismos somos semillas que crecen y se preparan para dar fruto. Nos alimentamos de nuestras raíces, tenemos nuestras ramas para acoger la vida que nos reclama. Nos fundimos con el misterio del Reino de Dios, mientras Jesús nos explica todo con  palabras que podemos entender, acomodándose a nosotros.
¿Cómo enterrar los sueños, los deseos, las metas, en la tierra de lo concreto, donde acaso nada brote? ¿Cómo  sepultar la voz que lucha por hacerse oír? ¿Cómo encarnar sin sucumbir al miedo? Verbos difíciles que hablan de renuncia, de sacrificio, de entrega. ¿Cómo cargar con la cruz ingrata, austera, desnuda, que a veces te sepulta bajo su peso insoportable? Pero tú vuelves fecundo el suelo antes estéril. Contigo y a tu manera, echan raíz las historias enterradas y brota un árbol frondoso, cuyos frutos saciarán mil hambres. Tu verbo habla de amor, de encuentro, de una alianza indestructible. Y aunque no siempre se vea, los crucificados dejarán las cruces, vencedores, al fin, en esa batalla que es la vida.
Jesús nos busca y se encuentra con nosotros en el camino. Nos habla en el camino con palabras que podemos entender. Y caminamos junto a él, esperando, deseando que llegue para nosotros el tiempo de cosecha.
Tú has abierto nuestra tierra a tu siembra.
Cada uno de nosotros somos el surco
en el que siembras el excelente grano de tu Eucaristía.
Gracias te sean dadas:
¡nace el trigo de tu recolección,
crece tu mies!
¡Serán hermosos tus graneros
en la eternidad!