30 enero 2014

Reflexión: Hoy es jueves 30 de enero

Hoy es jueves, 30 de enero.
Este rato que te dispones a pasar en oración, no es un momento cualquiera del día. Esta oración es un regalo, una oportunidad. Jesús te está esperando. Y a través del evangelio de hoy, te invita a la misión, a confiar en él, a participar desde ya en el anuncio y realización del Reino. ¿Quién puede resistirse a participar, si es Jesús el que lo pide?

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 4, 21-25):
«Dijo Jesús a la gente: ¿Acaso se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo de la cama? ¿No se pone en el candelero? Pues no hay cosa escondida que no haya de saberse, ni hecho oculto que no haya de ser manifiesto. Si alguno tiene oídos para oír, que oiga. Y les decía: Prestad atención a lo que oís. Con la medida con que midáis, se os medirá, y aún se os añadirá. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará.»
La Palabra de Dios, la buena noticia del Reino, se nos ha entregado gratuitamente. Pero no para guardarla cuidadosamente para nosotros solos, y salvarnos. Eso sería poner la lámpara debajo del celemín, un comportamiento estúpido y egoísta. La buena noticia del reino se nos ha entregado para proclamarla a los cuatro vientos, para levantarla en alto, como lámpara encendida para que alumbre a todos los hombres. La fe ha de tener fuerza misionera. Y no la ha recibido de verdad, quien no siente la necesidad y urgencia de transmitirla. En el bautismo Dios nos iluminó con la fe y nos hizo luz para iluminar a los demás. “Vosotros sois la luz del mundo”, dijo Jesús. No lo olvidemos: lo nuestro es iluminar, expandir la fuerza salvadora de la Palabra recibida. Juan Pablo II, recordaba a los jóvenes, lo de santa Catalina de Siena: “si sois lo que debéis ser prenderéis fuego al mundo entero”. Señor, que lo seamos todos los cristianos. Que lo sea yo.
Los Apóstoles -y tantos cristianos que vinieron después- no escondieron la lámpara “debajo del celemín”. Y porque la transmitieron de generación en generación, la luz de Cristo -Luz del mundo- ha llegado hasta nosotros. Ahora nos toca a nosotros pasarla. Me toca a mí. ¿Lo hago? ¡Cuántos cristianos andan con la luz apagada o escondida! Y después nos sorprendemos de la descristianización de la gente de nuestro tiempo… ¿Qué hago con la fe, con la buena noticia del reino que se me ha regalado: la transmito, soy testigo de la Luz para los que conviven conmigo, me tratan y conocen?; ¿vivo yo como hijo de la luz?; ¿es la mía  una  vida iluminada por Cristo: una vida de  amor a Dios y amor a los demás,  de entrega, de servicio…? “Si alguno tiene oídos para oír que oiga.” Señor, que los cristianos de este generación prestemos oído al encargo que nos has hecho. Que lo escuche yo.
 “Y les decía: Prestad atención a lo que oís. Con la medida con que midáis, se os medirá, y aún se os añadirá. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará.»”. Escuchar la Palabra. Meditarla, rumiarla. Guardarla en el corazón. Dejar que la Palabra tome posesión de nosotros y nos habite. Quien esto hace, experimenta que su fe crece y madura, que su vida va cambiando, que cada vez más –y con menos esfuerzo- brotan en ella las buenas obras del Reino, convirtiéndose así en auténtico y luminoso testigo de Cristo. Pero quien no se abre a la Palabra, quien no la acoge y la lleva a la práctica, experimentará que hasta la fe lánguida y rutinaria que vive se le irá muriendo, y, al final, se encontrará con las manos vacías ante Dios. Señor, dame cada vez más hambre de ti, de tu palabra, de tu amor. Que descubra, por fin, que la medida del amor es amar sin medida.
Ahora que vas a volver a leer el evangelio, presta atención a las palabras que Jesús te dirige a ti, a lo que te invita hoy que hagas con su Palabra.
A la hora de lanzarse a construir y anunciar el Reino, no valen falsas seguridades ni miedos. Lo principal es la confianza en Jesús. Repasa con el Señor todo aquello que debes ofrecer al andar por el camino. Aquello que no te permite ponerte por entero a su servicio. Finaliza esta oración rezando el Padre nuestro, deteniéndote en el punto aquel en el que decimos: venga  nosotros tu Reino.
Reflejo de la Gloria de Dios,
Señor Jesús, ten piedad de nosotros
y revélanos su rostro.
Camino real que conduce al Padre,
sé tú nuestro camino
y ten piedad de nosotros.
Verbo eterno que expresas la ternura de Dios,
sé tú nuestra oración
y ten piedad de nosotros.