14 enero 2014

Reflexión del día


Una de las maravillas del primitivo hecho cristiano es que, como lo muestra la abundante correspondencia de Pablo con las comunidades cristianas de Corinto, la fe en Jesús arraigara en una ciudad marcada por la inmoralidad (“vivir a la corintia”), por la desigualdad social (más de tres cuartas partes de la ciudad eran esclavos), por el lucro y el comercio despiadado (ciudad de dos puertos marítimos). En ese ambiente brotó la propuesta de Jesús.

Esas limitaciones estaban en las comunidades. Pablo sufrió mucho a causa de ellas. Pero se mezclaban con un indudable amor al Maestro. Como dicen los poetas, Pablo llegó a amar la “limitada perfección” de aquellas comunidades. Efectivamente, el amor al otro se sustenta en la capacidad de ver que su material, débil, poca cosa, está animada por un soplo, una fuerza de vida, que suscita en esa realidad un dinamismo que le mueve a uno mismo, que crea orden en el desorden de la propia existencia. De tal manera que se puede amar “su limitada perfección”, aunque parezca una paradoja. Ese amor enraizado en la debilidad, contando con ella, pero superándola, percibiendo el horizonte al que apunta es el amor fiel, aquel que entiende que hay vida en quien se ama y que esa vida se trasvasa al otro.

Esta espiritualidad se halla ya nada más abrir la carta, en su protocolo. Cuando Pablo se denomina “apóstol de Jesucristo” quiere poner el peso de la argumentación, del mensaje que les quiere escribir, en Jesucristo. El ánimo que se va a dar es el de Jesucristo; los caminos que se quieren sugerir son los de Jesucristo; las censuras que se va a ver obligado a hacer son las de Jesucristo. Ahí hay que buscar la razón última, no en el peso moral o ideológico de Pablo.

La comunidad de Corinto, más allá de su limitación es una comunidad de “consagrados...pueblo santo”. Es decir, la posibilidad de vivir el mensaje con intensidad ha de ser compatible con la indudable debilidad. Ésta no hace desaparecer lo que hay en el fondo de la convocación cristiana: la santidad de vivir en la línea del mensaje de Jesús. Un gran presupuesto espiritual se apunta aquí: seguimiento de Jesús y debilidad tienen que ser necesariamente compatibles, por más que ese seguimiento lleve a hacer que vaya menguando la debilidad moral.

Y si este planteamiento es para las comunidades de Corinto y “para todos los demás que en cualquier lugar
invoquen el nombre de Jesucristo”, quiere decirse que el principio es válido para el seguidor de cualquier comunidad y de cualquier época: si el seguimiento es propuesto a personas débiles, éste ha de ser susceptible de poderse mezclar con la debilidad en procesos de crecimiento que incluyan la pobreza del camino humano. Esto habría de ser un ánimo para el seguidor.

La “gracia y la paz” (jaris y shalom), los componentes básicos de toda la sociedad, el mundo judío y el mundo pagano, pueden unirse en este empeño. La propuesta de un seguimiento que incluya la debilidad y la vaya superando es una propuesta común y universal, tan amplia como sean los deseos de identificarse con los valores básicos del Evangelio.

Fidel Aizpurúa Donázar

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