19 enero 2014

Reflexión: Dejarnos bautizar por el Espíritu

De José Antonio Pagola.

Los evangelistas se esfuerzan por diferenciar bien el bautismo de Jesús del bautismo de Juan. No hay que confundirlos. El bautismo de Jesús no consiste en sumergir a sus seguidores en las aguas de un río. Jesús sumerge a los suyos en el Espíritu Santo.
El evangelio de Juan lo dice de manera clara. Jesús posee la plenitud del Espíritu de Dios y, por eso, puede comunicar a los suyos de esa plenitud. La gran novedad de Jesús consiste en que Jesús es «el Hijo de Dios» que puede «bautizar con Espíritu Santo».
Este bautismo de Jesús no es un baño externo, parecido al que algunos han podido conocer tal vez en las aguas del Jordán. Es un «baño interior». La metáfora sugiere que Jesús comunica su Espíritu para penetrar, empapar y transformar el corazón de la persona.
El Espíritu Santo es considerado por los evangelistas como «Espíritu de vida». Por eso, dejarnos bautizar por Jesús significa acoger su Espíritu como fuente de vida nueva. Su Espíritu puede potenciar en nosotros una relación más vital con él. Nos puede llevar a un nuevo nivel de existencia cristiana, a una nueva etapa de cristianismo más fiel a Jesús.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de verdad». Dejarnos bautizar por él es poner verdad en nuestro cristianismo. No dejarnos engañar por falsas seguridades. Recuperar una y otra vez nuestra identidad irrenunciable de seguidores de Jesús. Abandonar caminos que nos desvían del evangelio.

El Espíritu de Jesús es «Espíritu de amor», capaz de liberarnos de la cobardía y del egoísmo de vivir pensando sólo en nuestros intereses y nuestro bienestar. Dejarnos bautizar por él es abrirnos al amor solidario, gratuito y compasivo.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de conversión» a Dios. Dejarnos bautizar por Jesús significa dejarnos transformar lentamente por él. Aprender a vivir con sus criterios, sus actitudes, su corazón y su sensibilidad hacia todo lo que deshumaniza a los hijos e hijas de Dios.
El Espíritu de Jesús es «Espíritu de renovación». Dejarnos bautizar por él es dejarnos atraer por su novedad creadora. Él puede despertar lo mejor que hay en la Iglesia y darle un «corazón nuevo», con mayor capacidad de ser fiel al evangelio.

DIOSES PARA NO CREER 
Sabemos que las gentes que conocieron a Jesús quedaron impresionadas porque enseñaba con una autoridad nueva. Pero, tal vez, más de uno se pregunte: «¿qué puede enseñarnos Jesús a los hombres de este siglo? ¿Qué nos puede decir que ya no sepamos?
Sin duda, lo primero que Jesús enseña es a creer en el Dios verdadero. De ordinario, los hombres nos ponemos ante Dios con la misma actitud de egoísmo, engaño y autodefensa con que nos ponemos ante los demás. No acabamos de fiarnos de El. Nos tememos que venga a estorbar nuestros planes, deseos y ambiciones. Y, así, sin apenas darnos cuenta, nos vamos construyendo esos falsos dioses que el teólogo catalán Josep Vives llama «dioses para no creer».
Está, en primer lugar, «el Dios tapagujeros». Son muchos los que acuden a El, como si Dios tuviera que emplear todo su poder en favorecerles a ellos y en arreglar el mundo según sus gustos. Luego se quejan de que Dios no hace tal o cual cosa, no remedia los problemas como ellos entienden que debiera hacer.
Jesús nos enseña, por el contrario, que Dios no está ahí para complacer nuestros gustos o suplir nuestra falta de responsabilidad, sino justamente para hacernos más responsables ante nuestra propia vida.
Entonces se puede pensar fácilmente en un «Dios apático», un Dios lejano y frío, insensible a nuestras penas y necesidades.
Jesús nos revela, por el contrario, a un Dios cercano, enemigo de todo lo que esclaviza y hace sufrir al hombre, interesado en conducir la historia y la conducta de las personas hacia el bien y la felicidad de todos.
Otros siguen creyendo en un «Dios sádico», convencidos de que a Dios le agrada más el sacrificio y sufrimiento de los hombres que su vida gozosa y feliz. Incluso piensan que Dios sólo ha quedado satisfecho gracias a la sangre de su Hijo, cuando todo el Nuevo Testamento nos está diciendo que Dios nos perdona y nos ama de manera absolutamente gratuita, y la muerte de Jesús es precisamente el testimonio más evidente de que Dios nos sigue amando, incluso aunque los hombres crucifiquemos al Hijo que más quiere.
Otros se imaginan a un «Dios interesado». Estamos tan acostumbrados a que entre nosotros casi nada se dé gratuitamente, que no podemos pensar que Dios sea absoluta gratuidad. Sin embargo, Jesús nos revela que Dios es amor gratuito, puro gozo de dar. Que Dios nos ama porque sí, porque ser Dios es precisamente amar, darse, comunicarse, dar la felicidad total al ser humano.
Está también «el Dios policía, juez y verdugo» que nos acecha por todas partes para pillarnos en pecado y descargar sobre nosotros el peso implacable de su Ley, «el Dios del orden y la seguridad», que defiende los intereses de aquellos a los que les va bien... Verdaderamente los hombres somos capaces de imaginar cualquier cosa de Dios.
Estoy convencido de que muchos que se dicen hoy ateos o increyentes volverían a hacer un sitio a Dios en sus vidas si alguien les ayudara a intuir y conocer al Dios verdadero que se nos revela en Jesucristo.
Jesús no es un teólogo, ni siquiera un profeta más. Como dice el Bautista, «éste es el Hijo de Dios». Puede hablarnos de El.

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