23 enero 2014

Homilía para el domingo 26 de enero

El Evangelio de este domingo sitúa a Jesús en Cafarnaún, es decir, en la frontera entre el mundo religioso y el mundo pagano y en la periferia respecto al centro, Jerusalén. Frontera y periferia son dos símbolos que nos permiten captar mejor el alcance de lo que se nos narrará: la identidad y la misión de Jesús, un motivo que ya apareció en los domingos precedentes.

Si el domingo anterior Jesús había sido presentado como el Cordero de Dios y el Hijo de Dios, ahora se nos presenta como luz. Es una imagen que encontramos en la primera lectura, en el salmo y en el Evangelio. La luz que es Jesús irá expandiéndose poco a poco, alcanzando a todos. Abierta al mundo pagano, Cafarnaún es un signo prometedor de la llegada del Evangelio al mundo gentil. Las fronteras empiezan a diluirse. Todas las periferias, habitadas por tinieblas, empiezan a ser alcanzadas por la luz que es Jesús.
Mateo destaca el lugar en el que Jesús inicia su misión: Cafarnaún. Este hecho es leído por el evangelista a la luz de Isaías 8,23b-9,3 que hemos proclamado en la primera lectura. Cafarnaún está situada en el límite de Zabulón y Neftalí, en el camino del mar. La decisión de Jesús de fijar su residencia allí es un símbolo significativo de su misión evangelizadora. Importa la significación simbólica porque Cafarnaúm es una ciudad fronteriza entre el pueblo de Israel y el mundo pagano. Jesús va a adoptar una forma nueva de proclamación de la Palabra de Dios: el desplazamiento hacia las fronteras y las periferias. Será un itinerante permanente durante su ministerio. Es una característica que le permite alcanzar a pueblos y aldeas para anunciarles la Buena Nueva.
Si el domingo anterior, Juan Bautista anunciaba la llegada del Cordero de Dios, del Hijo de Dios, Jesús cambia la referencia: anuncia la llegada del Reino. Esta es la razón de ser de la misión que está a punto de iniciar: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.». La proximidad de lo que ya está llegando es una llamada a la movilización del corazón anquilosado, adormecido. Y lo que lo movilizará no será el mismo anuncio sino la pasión con que Jesús se implicará “Recorriendo toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.”
Finalmente, en el relato evangélico contemplamos a Jesús llamando a los primeros discípulos. Todo comenzará con este encuentro y poco a poco se irá despertando en ellos el deseo de una mayor vinculación (más con Jesús) y una identificación (más como Jesús). Comienza la misión de Jesús pero también comienza el discipulado.
Ignacio Dinnbier Carrasco

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