09 noviembre 2013

Comentario al Evangelio de hoy, 9 noviembre

Una lectura un poco rápida del pasaje evangélico de hoy deja un cierto malestar en el corazón. Se describe a un amo que trata sin contemplaciones a su trabajador (esclavo) cuando vuelve del trabajo, sin darle tiempo ni a recuperarse... y ni siquiera merece una palabra de agradecimiento. Si esa imagen la utiliza Jesús para explicar cómo debe ser nuestro comportamiento con Dios... ¡se queda uno un poco alucinado!
Jesús se sirve de una realidad de su época: el esclavo. Podía ser un esclavo judío o uno pagano. En el primero de los casos, se le trataba un poco mejor que a los paganos, porque sus «derechos» estaban regulados por la Ley. Pero tenían una obligación: estar siempre disponibles y cumplir con sus obligaciones de esclavos, en cualquier momento que se le solicitara, sin quejas ni protestas, y sin que hubiera que agradecerle nada: para eso era «esclavo».
Jesús no pretende dar una imagen suya o de Dios como de un amo exigente y agotador. Se fija sólo (sin entrar en valoraciones sobre la esclavitud) en la actitud del trabajador: lo es las 24 horas del día. En nuestro terreno: uno es discípulo las 24 horas del día.
Y me viene a la cabeza el testimonio frecuente de tantas madres que trabajan fuera de casa, que están implicadas en alguna tarea parroquial o voluntariado, y además atienden con cariño a sus familias (hijos, pareja, nietos...)  a menudo sin ninguna palabra de «ánimo» o agradecimiento, cuando no reciben alguna que otra coz en cualquiera de esos ámbitos. Y tampoco ellas reclaman ese reconocimiento: lo viven con toda naturalidad, es «lo que tenemos que hacer». Me brota una oración espontánea de agradecimiento por todas ellas.
Ante esta llamada de Jesús a ser cristianos las 24 horas del día, uno tiene que reconocerse que no en todos los ámbitos en que nos movemos, nos resulta igual de «sencillo» o coherente, llevar nuestros valores cristianos a la práctica. Siempre hay algún lugar donde se nos «olvida» más fácilmente o nos cuesta más: el mundo laboral, la familia, la comunidad cristiana, la vida sexual, el tiempo libre, los dineros, los vecinos... Hay que emplearse un poco más a fondo en ellos, y no darse por satisfecho con que «ya cumplo» en otros de ellos.
Por otro lado, también está parábola nos trae otro mensaje, repetido de distintos modos por Jesús (y especialmente en Lucas): Los méritos. El creerse con «derechos» ante Dios (recuérdese al fariseo que fue al templo a orar, o a los dos hijos de la parábola del pródigo...) y con frecuencia sentirnos mejores (juzgarles) que los demás, los que no «hacen» o «cumplen» tanto como nosotros.  Dios no nos «debe» nada por ser como somos ni hacer lo que hacemos, ni tiene ninguna obligación de tratarnos mejor que al resto. Nuestro «premio» es ser colaboradores suyos. En definitiva lo que somos y podemos es un don suyo, aunque luego pongamos lo que sea de nuestra parte. Pero por convencimiento personal, porque es un «privilegio» estar a su «servicio».
Por cierto que no viene mal recordar, al meditar este Evangelio, ese otro lugar donde Jesús dice a los suyos: «No os llamo «siervos», sino «amigos». Y entre amigos nunca hay contabilidad. Sino cariño.
Enrique Martinez, cmf

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