23 noviembre 2013

Comentario al Evangelio de hoy, 23 de noviembre

“Como no hay más vida que esta terrena, se trata de aprovecharla al máximo y disfrutarla, coronémonos de rosas que mañana moriremos”, se dice que decían los antiguos y también los modernos descreídos. Algo así era pensaban los saduceos, que no creían en la resurrección. Quieren justificarse ante Jesús e intentan enredarlo con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato establecida en el libro del Deuteronomio 25, 5-10. La respuesta de Jesús hace ver, en primer lugar, que el matrimonio es una realidad natural y necesaria para la prolongación de la especie humana en la tierra, además de ser origen de la vida de las familias.
En segundo lugar, la resurrección no es la simple prolongación de esta vida terrena con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer.
En tercer lugar, Jesús prueba con la Escritura, que también los saduceos aceptaban como base de su fe judía, que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto el destino de todo hombre y de toda mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
El Dios de los antepasados, el Dios de la alianza, es un Dios fiel a sus promesas de una vida sin fin. Por eso, Dios no puede abandonar al hombre al poder de la muerte. En su fidelidad tiene que resucitarlo. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de esta promesa de vida plena y total
La costumbre de cuidar y adornar las tumbas de nuestros familiares difuntos no es sólo una expresión de cariño hacia ellos. Es más. Es la expresión de que el amor no puede morir para siempre: hemos sido creados para amar, para vivir una vida que no tiene fin.
Nuestros Mártires son testigos extraordinarios de esta fe en la vida eterna, en la resurrección. Continuamente aparecen en sus escritos expresiones como ésta: ¡Adiós, hasta el cielo! Por eso eran capaces de afrontar tantos sufrimientos en esta tierra sin renegar de su fe.
Carlos Latorre, cmf

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