20 noviembre 2013

Comentario al Evangelio de hoy, 20 noviembre

La primera lectura del libro de los Macabeos nos narra el martirio de los siete hermanos y su madre. Es un relato que por su dramatismo conmueve y edifica. La familia representa la unidad que debe mantener el pueblo. La mujer y sus hijos representan al pueblo de Israel frágil, inocente e indefenso.
Esta narración nos presenta una primera enseñanza para entender la radicalidad del martirio cristiano;  por ejemplo: el verdadero creyente prefiere morir antes que quebrantar la ley o el proyecto de Dios. Pero los que mueren por Él, resucitarán a una vida eterna en sus cuerpos mortales. Sí, Dios nos da la vida y por su causa hay que estar dispuesto a perderla. La fuerza y la ternura de la mujer, la madre de estos jóvenes, simboliza ese aliento de Dios, esa gracia que anima la decisión de los que se preparan para el martirio: sólo con la ayuda que viene de lo alto es posible el acto heroico del martirio.
Yo me siento especialmente interpelado por esta historia de la familia de los Macabeos, pues vivo en una comunidad dedicada a custodiar y transmitir el mensaje del Seminario Mártir de los Misioneros Claretianos en Barbastro en España. Si alguien está interesado en visitarlo virtualmente puede entrar en www.martiresdebarbstro.org. ¡Vale la pena!
Justamente hoy también recordamos la memoria del martirio de los beatos José Trinidad Rangel Montaño, presbítero, Leonardo Pérez Larios, laico, mexicanos y del claretiano Andrés Solá Molist, español, asesinados por su fe en México el año 1927. A todos ellos los unió, a pesar de la distancia geográfica la misma aclamación antes de morir: “¡Viva Cristo Rey!”
El texto del evangelista Lucas nos presenta una parábola muy semejante a la de los talentos. Es una llamada a trabajar incansablemente por el reinado de Dios en esta tierra. Y esta es la tarea que debe llevar adelante la comunidad cristiana en todos los lugares y en todos los tiempos.
La tarea del Mesías para muchos de los paisanos contemporáneos de Jesús, era un asunto que correspondía exclusivamente al Mesías, nadie tenía que intervenir ni para bien ni para mal, porque el Mesías se encargaría de todo y de un solo golpe su reinado quedaría instaurado, en una especie de golpe de suerte.
Con esta parábola, a las puertas de Jerusalén, justo antes de su entrada triunfal, Lucas advierte que Jesús el Mesías no ve así las cosas. Para Jesús en la tarea del Mesías y en la instauración del reinado de Dios están involucrados todos y cada uno de los creyentes, según sus capacidades y dones; todos debemos poner empeño en la instauración del proyecto de Dios. Nadie estamos dispensados. Pero ese reinado de Dios no llegará si nosotros no somos capaces de dar la vida por él.
Carlos Latorre, cmf

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