03 octubre 2013

Hoy es jueves 3 de octubre

Hoy es jueves, 3 de octubre, festividad de San Francisco de Borja.
En la rutina de mi día a día, hago un alto para encontrarme contigo y presentar mi vida ante ti. Despejo mi mente, respiro pausadamente y hago silencio en mi corazón. Siento tu presencia que me envuelve y me acompaña. Me dispongo a dejarme seducir por tu palabra. Me un en silencio a la alabanza y gozo de Dios.
La lectura de hoy es del libro de Nehemías (Neh 8, 1-4a.5-6.7b-12):
En aquellos días, todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua y pidió a Esdras, el escriba, que trajera el libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. El sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día primero del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo –pues se hallaba en un puesto elevado– y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie.
Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: -«Amén, amén.»
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas explicaron la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura.
Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.»
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley.
Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
Los levitas acallaban al pueblo, diciendo: «Silencio, que es un día santo; no estéis tristes.»
El pueblo se fue, comió, bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta, porque había comprendido lo que le habían explicado.
Igual que Nehemías se hizo con su pueblo, hoy  se te invita a escuchar con otro corazón y otro entendimiento esa ley que Dios había dado a Moisés, tan llena de sacrificios y normas. Se te invita a comprender la ley, no como una serie de preceptos, sino como una guía para un corazón lleno de alegría.
Nehemías, viendo como la gente lloraba al escuchar la palabra de Dios, dice, no llores ni estés triste, no ayunes sin más, que al Señor le gusta que estés fuerte y alegre. No cumplas los mandamientos sin más, que al Señor le gustan los corazones misericordiosos. Le gusta que los actos broten de un corazón solidario y agradecido. ¿Cómo es tu corazón a la hora de afrontar la ley del Señor?
Imagina que hoy se te dice a ti, vete a casa y celebra que hoy es un día santo. Que Dios está contigo, come buenas tajadas, bebe vinos generosos y comparte con los que no tienen nada, porque así se complace el Señor nuestro Dios. La tierra prometida es para el que ama, el que abre la mano hoy, el que se pone debajo del hermano, y le sirve con alegría.
El banquete
 
La mesa está llena.
Se sirven manjares exquisitos:
la paz, el pan,
la palabra
de amor
de acogida
de justicia
de perdón.
Nadie queda fuera,
que si no la fiesta no sería tal.
Los comensales disfrutan
del momento,
y al dedicarse tiempo
unos a otros,
se reconocen,
por vez primera, hermanos.
La alegría se canta,
los ojos se encuentran,
las barreras bajan,
las manos se estrechan,
la fe se celebra...
...y un Dios se desvive
al poner la mesa.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Termino este tiempo de oración dando  gracias por este momento. Recojo todas aquellas sensaciones y sentimientos que me han resonado con más fuerza en este rato de encuentro contigo y te las ofrezco. Señor, que entienda en mi corazón, que tu ley, antigua o nueva, me lleva a servir con amor y a celebrar con alegría. Amén.
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.

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