27 octubre 2013

El discípulo se hace en el encuentro

Jesús invita a Zaqueo a alojarse en su casa, lugar del encuentro: «Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). El discípulo –Zaqueo- busca al Señor, pero es Jesús quien toma la iniciativa de entrar en su casa para “comer juntos”, para “estar con”. El encuentro de Zaqueo con Jesús transforma la relación, su corazón, y le rehace como discípulo (él ya le buscaba): es un encuentro que se alimenta y retroalimenta. No es cosa de un día: el discipulado es un camino jalonado de encuentros transformadores. Es una “conversión” permanente, un “camino”. Debemos vivir, como cristianos, “en estado de iniciación”.
UN TEXTO:
«El encuentro con Jesús siempre conlleva una llamada, grande o pequeña, pero una llamada; este encuentro se da a cualquier hora y es pura gratuidad; un encuentro que hay que buscarlo y a veces con una constancia heroica o con gritos, y en esa búsqueda se puede vivir el dolor de la perplejidad y la duda. El encuentro con Jesucristo nos conduce más y más a la humildad o a veces puede ser rechazado o aceptado a medias y si es rechazado produce dolor en el corazón de Cristo. No es una búsqueda y un encuentro aséptico, pelagiano, sino que supone el pecado y el arrepentimiento. El encuentro con Jesucristo se da en la vida diaria, en la búsqueda directa de la oración, en la sabia lectura de los signos de los tiempos y en el hermano.
El mismo Señor nos recomienda la vigilancia para este encuentro. Él me busca. No busca a boleo sino a cada uno y según el corazón de cada uno. La vigilancia es el esfuerzo para poder recibir la sabiduría de saber discernirlo y encontrarlo. A veces el Señor pasa al lado nuestro y no lo vemos o, de tanto “conocerlo”, no le reconocemos. Nuestra vigilancia es oración que nos haga retenerlo cuando él pase “como si quisiera seguir camino” (Mc 6,48; Lc 24,28)»
Papa Francisco, Mente abierta, corazón creyente, Publ. Claretianas, Madrid 2013, pág. 16. 
UN POEMA / ORACIÓN...:
1. Cuando llegas
Llegas,
acampas en mi tierra,
sacudes mis cimientos,
rompes mis fronteras,
abres mis encierros.
Llegas
y avivas
el hambre de Dios,
de verdad, de hermano, de justicia,
de vida.
Llegas
y sanas
heridas añejas
y tristezas nuevas.
Llegas
y amas
mi pobreza,
mi ayer entero,
el ahora en su calma
y su tormenta,
el mañana posible.
Llegas
y conviertes
el sollozo en fiesta,
la muralla en puerta,
la nada en poema.
Llegas
cargado de Ti, y de otros...
Palabra con mil promesas
humanas, eternas...
Llegas,
despiertas el amor dormido
y te quedas.
José María Rodríguez Olaizola, Contemplaciones de papel, Ed. Sal Térrea, Santander 2008, págs. 166-167.
2. Puestos a regalar...
Te voy a regalar
lo mejor de mi tiempo:
vamos a saborear
unos instantes de eternidad
en un lugar mágico.
Para ti
ese rayo de sol dorado
al caer la tarde
y esa mansa lluvia de otoño
llamándote a la ventana.
Quisiera tu escalera
para columpiarme en el arco-iris
y atrapar algunas nubes
para ti.
Puestos a regalar...
Hoy nosotros dos vamos a regalarnos:
a reír juntos
y mirarnos al fondo de los ojos
y acariciarnos el alma de la piel.
Te doy
la paloma de mi mano
para que la arrulles con la tuya.
Regálame el juego del viento
en tu pelo
y el perfume inconfundible
de tu cuerpo.
Regálame unos zapatos con alas
para salir volando
a tu encuentro.
Puestos a regalar...
Regálame los oídos
pronunciando mi nombre
como un cálido susurro.
Te voy a regalar
un botón grande y negro de arlequín,
una camisa de once varas
y una gabardina de coraje
y un paraguas
para afrontar las inclemencias
del tiempo en que vivimos.
Puestos a regalar...
¿Quién me regala un globo,
una cometa, un triciclo
para recuperar mi infancia olvidada?
Un verso para mi poema,
una nota para mi canción,
una foto para mi álbum,
una piedra para tender un puente.
Te regalo
una silla en mi casa,
una almohada en mi cama,
un plato en mi mesa.
Una vela encendida.
Puestos a regalar...
Joaquín Suárez, Los otros salmos, Ed. Sal Térrea, Santander 1992, págs. 212-213
UN GESTO o SÍMBOLO:
Poner una silla o una mesa con platos, etc., como signo de acogida.
Un póster de unas manos entrelazadas. Pero es bueno que hoy el presbítero –y también normalmente todos los domingos- saluden a todo los fieles, tanto a la entrada como a la salida, o una de las dos. Es el gesto del “encuentro”, esencial para, desde los pequeños detalles, hacer ayudar a crecer a las personas.

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