19 octubre 2013

El discípulo confía siempre

DOMUND: “Fe + Caridad = Misión”
El discípulo mantiene siempre la esperanza a pesar de las dificultades, porque confía siempre en Dios. Por eso no deja de insistir, no por desconfianza, sino todo lo contrario, porque ha puesto su confianza en el Dios que atiende a los pobres, a huérfanos y a las viudas, y les hace justicia. Por eso el misionero no deja de insistir y de pedir la justicia de los empobrecidos de la tierra, y les anuncia a todos la Buena Noticia de Jesús, amigo y liberador de los últimos. Así, a los misioneros, la fe, con amor, les mantiene en la misión.
UN TEXTO:
Pedir a Dios no es fácil. Persiste en nosotros la imagen de “nosotros acá” y “Dios allá”: un Dios que nos observa desde el cielo y, de vez en cuando, nos envía alguna ayuda... Entonces, naturalmente, hay que dirigirse a Él, llamarlo para que acuda, pedirle que intervenga y, si es posible, convencerlo. Pero no hace falta convencer a Dios: “ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis” (Mt 6,8).
Sin embargo, necesitamos “pedir” a Dios. Jesús mismo insiste en ello. Y no siempre, cuando “pedimos”, tenemos la intención de “convencer” a Dios o de “informarlo”. A menudo se trata de un desahogo, de una búsqueda de contacto que lleva implícita -o incluso explícita- la confesión de la propia indigencia y el reconocimiento de la bondad divina...; en otros casos es la solicitud por las necesidades de los demás y por las miserias de la humanidad, el deseo de despertar la sensibilidad y crear solidaridad...
El problema no está en dejar de pedir, sino en la imagen de Dios, del hombre y de la relación entre ambos que subyace a la petición. Una oración sin petición es prácticamente imposible, pero si no genera maduración personal y compromiso solidario, entonces sí que es alienante. La oración de petición brota de la indigencia, tanto moral como física. Por eso se puede pedir a Dios protección y ayuda... Al referirnos a Él rompemos el círculo cerrado del diálogo con nosotros mismos y abrimos nuestra inmanencia a lo trascendente. Y es que toda oración, incluso la acción de gracias o la alabanza son, en el fondo, expresión de esta diferencia entre la limitación humana y la plenitud de Dios que debe llenar esa indigencia. Por eso la oración -sea la que sea- es inevitable como la expresión religiosa por antonomasia. Y el Nuevo Testamento nos anima a la petición insistente, no para arrancarle algo a Dios, que siempre quiere dárnoslo, sino para que nos comuniquemos desde lo que somos y vivimos.
UN POEMA:
ESTÁS EN MANOS DE DIOS
Piensa que estás en manos de Dios,
tanto más fuertemente agarrado
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz, te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz. Ni la fatiga psíquica.
Ni tus fallos morales.
Haz que brote y conserva siempre en tu rostro una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor continuamente te dirige.
Y en el fondo del alma coloca, antes que nada,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda: cuanto te reprima o inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso cuando te sientas apesadumbrado y triste adora y confía...
Pierre Teilhard de Chardin 
UN SÍMBOLO:
Tal vez podemos tener una cepa de vid y presentarla en el Ofertorio. Es prodigioso el paso del invierno al otoño en los pueblos mediterráneos. Pasa de ser un palo aparentemente seco, a una planta llena de verdor –resucitada- en primavera, y apuntando las uvas otoñales. Así es la insistencia confiada de la fe. Así es también el trabajo de los misioneros: es obra de Dios, pero con los brazos del hombre. Por eso, junto con la cepa (u otra planta) ponemos una serie de instrumentos de jardinería
Recordando las palabras de Pedro Casaldáliga: “al final del camino me dirán ¿has amado?, y yo no diré nada, abriré mis manos vacías y el corazón lleno de nombres”... invitar a los presentes a abrir y extender las manos vacías y recordar los nombres que están escritos en su corazón.

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