03 septiembre 2013

Reflexión a las lecturas de hoy

La carta a Filemón, texto auténticamente paulino, encierra en subsuelo la posibilidad de soñar y caminar hacia un mundo sin clases, sin estratificaciones, sin divisiones sociales por causas históricas. Es la sociedad de hermanos/as, de personas iguales, de elemental fraternidad. Efectivamente, este breve texto no contiene grandes planteamientos ideológicos. Pero, desde el punto de vista social, si se lo entronca con los fondos que mueven el existir humano, no pocas de sus sugerencias conservan aún todo su vigor.

De salida hay que reconocer, con evidencia, que, mentalmente, Pablo es esclavista. O sea: él ve que los esclavos hacen parte de la realidad social de una forma natural. En casi todas las ciudades importantes había mercado de esclavos, en muchas familias clánicas servían gentes esclavas. Funcionar con mentalidad de igualdad social en los modernos parámetros de la conciencia de los derechos humanos, sería excesivo para el Pablo histórico. Pero el mensaje de Jesús ha impactado en la vida del apóstol. Este mensaje encierra en sí mismo la noción de libertad e igualdad, la de respeto y valoración de la persona por encima de cualquier otra realidad (aunque no esté formulada en estos términos, aunque no haya textos explícitamente antiesclavistas).

El gran paso que se pide a Filemón es considere al esclavo Onésimo como “hijo”, o como “hijo muy querido”. Se crea un nuevo tipo de relación: aquel que, por medio de una valoración de la persona, lleva a relativizar los planteamientos legales para dar el salto al corazón de la persona, a la utopía de la posibilidad de generar fraternidad en el supuesto de la simple igualdad y del aprecio mutuo. Puede parecer un planteamiento ingenuo desde lados históricos, pero el Evangelio es así: cree en el valor hondo de la persona y, aceptando el primer paso de una ley que ha cumplirse, quiere ir más allá. Es una ética de máximos, pero hacerla desaparecer de la utopía cristiana es empobrecer el horizonte creyente.

Onésimo es para Pablo “como su propio corazón”. Es decir, todo este anhelo de una relación distinta no es posible si “el corazón”, lo hondo y verdadero de la persona, no entra en danza. Mientras toda la reordenación social brote de propuestas meramente administrativas, será difícil aspirar a la desaparición de la estratificación social. La experiencia nos dice que quien legisla, lo hace también a su favor. Mientras que quien ordenare el hecho social desde la hondura de la persona en la que se ha metido la realidad del otro, es fácil que dé con una senda distinta.

Hay una identificación entre el esclavo huido y Pablo: “recíbelo a él como si me recibieras a mí”. Es decir, los anhelos de una sociedad nueva se mantienen en la medida en que está viva la fraternidad social, la amistad cívica, la ciudadanía común. El egoísmo bloquea todo avance social. Por eso, para abolir esclavitudes hace falta generosidad personal y social, sentido de la justicia común y lucha contra toda indebida apropiación. Por esas sendas amanecerá la nueva sociedad soñada por el nazareno.

Fidel Aizpurúa Donázar

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