09 junio 2013

Reflexión domingo 9 de junio

Hoy es domingo, 9 de junio.
En medio de mil ajetreos que nos distraen y las prisas que nos anestesian, Dios se las arregla para arrancarnos de las distracciones y llevarnos al desierto para hablar al corazón. Cada momento de oración es una oportunidad para abrir las puertas al Dios que siempre trae algo nuevo y gratuito. El evangelio de hoy nos va a hablar de una madre viuda y su hijo. El canto del Magníficat es, al comenzar la oración, una forma de hacer presente a María y a todas esas madres que viven desde el amor profundo, incondicional, que es reflejo del amor de Dios.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 7,11-17):
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
La soledad y el sufrimiento no son ideas. Tienen siempre nombre y rostro. Ante el dolor, Jesús se conmueve. Imagina esa escena, mira, escucha, acércate a esa viuda desconsolada porque ha perdido a su único hijo. Lo último que le quedaba, su razón de vivir y su porvenir. Déjate también conmover a ti.
Jesús no cura ni resucita para ganar seguidores o generar dependencias. Jesús entrega el hijo a su madre. Imagina también esa escena, a esa madre recibiendo de manos de Jesús lo que más quería.
La gente daba gloria a Dios diciendo, Dios se ha ocupado de su pueblo. Hoy el Señor sigue visitándonos con su ternura. Lo ves, eres capaz de ver los gestos cotidianos y silenciosos, que son cauce de la misericordia de Dios en nuestro mundo.
La viuda de Naím representa, de alguna manera, esta humanidad nuestra, llena de dolor y pérdidas. Y representa también el compromiso de un Dios con los pobres, con los rotos, con los hambrientos de abrazo y de futuro. Al leer de nuevo el texto déjate contagiar por la audacia y la alegría del Dios de la vida.
Nada es lo mismo
 
Olvidemos el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa de su entidad de ayer.
¿A qué llorar por el caído fruto,
por el fracaso de ese deseo hondo,
por ese acontecimiento vivido que no puedo borrar?
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:
nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas
para la nueva historia
y es preciso abrirse a ellas para que nos puedan cambiar.
 
adaptación de un poema de Ángel González
Todo lo que hay en nosotros de mortecino y estéril, todo lo que quizá esté debajo de los poderes de la muerte, como la desesperanza, la angustia y la indiferencia. Todo puede ser vencido por aquel que nos hace participar de su vida. Habla con Jesús, sabiendo que viene a convertir nuestro luto en danza. Que esta oración te acompañe a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, esa certeza. Tú eres el Dios de la vida… Tú eres el Dios de la vida…

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