18 febrero 2013

Reflexión: Auditoría Cuaresmal


El Miércoles de Ceniza iniciábamos el tiempo de Cuaresma, y tomábamos como punto de partida las noticias que ocupan los grandes titulares en prensa, radio y televisión y que  se refieren a diferentes tipos de corrupción que, presuntamente, se han producido en las clases dirigentes. Decíamos que ello ha provocado que se vea más necesario que nunca que se hagan auditorías, que más allá de lo referente a temas económicos, son una revisión sistemática de una actividad o de una situación para evaluar el cumplimiento de las reglas o criterios objetivos a que aquellas deben someterse. Y por eso, tomando este ejemplo, vamos a someternos a una “auditoría cuaresmal”, vamos a dejar que el Señor nos ayude a revisar en profundidad nuestra actividad, nuestra situación, para que evaluemos el grado de cumplimiento de nuestro ser cristianos, de las reglas y criterios que deben guiar nuestro seguimiento del Señor, para detectar las posibles “irregularidades” que estamos realizando en nuestro actuar de cada día.
Al ver en las noticias a los protagonistas de esos presuntos casos de corrupción, a menudo nos preguntamos: “¿Cómo es posible que estas personas, que ya disfrutaban de una posición económica, política o social envidiable, se hayan metido en esos líos?” Y pensamos que “han caído en la tentación”. Pero debemos reconocer que todo estamos expuestos a caer en la tentación.
En este Domingo I de Cuaresma hemos contemplado que incluso Jesús sufrió la tentación. Él, verdadero Dios y verdadero hombre, aceptó ser tentado. Con Él, vamos a someternos a otro aspecto de la “auditoría cuaresmal” que estamos realizando, comprobando nuestras tentaciones.
Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Podemos traducir para nosotros: “Si tienes ocasión, busca la vida fácil, no te esfuerces, que otros se compliquen la vida, desentiéndete.”
Te daré el poder y la gloria de todo eso [el mundo]… Si tú te arrodillas delante de mí. Podemos traducir para nosotros: “Lo importante es estar por encima de los otros, al precio que sea, aunque tengas que “venderte”, que renunciar a tus principios, valores e ideales, aunque tengas que pasar por encima de otros.”
Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo. Podemos traducir para nosotros: “Actúa como te dé la gana, haz lo que quieras, no pienses en las consecuencias, no te pillarán, nadie se enterará.”
Pero como escucharemos en el Prefacio, Jesús al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado. Con Él, veamos cuál debe ser el criterio a seguir, para evaluarnos: No sólo de pan vive el hombre: hay cosas más importantes y necesarias que la vida fácil. Lo bueno normalmente “cuesta”, pero el compromiso y el esfuerzo merecen la pena por conseguir lo mejor.
Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto: sólo merece la pena “venderse” a Dios, porque sólo desde Él reconoceremos y valoraremos nuestra dignidad y la de los demás. Ya disfrutamos de una posición envidiable, porque somos verdaderos hijos suyos.
No tentarás al Señor tu Dios: como bautizados tenemos una gran responsabilidad, y por eso todo nuestro actuar debe ser coherente con esa confianza que el Señor nos deposita.
¿Me siento tentado en alguno de los aspectos que hemos contemplado hoy? ¿Busco la vida fácil, o el poder y la gloria a toda costa, o hago un mal uso de mi libertad? ¿Qué hago para no caer en la tentación? ¿Soy consciente de la confianza que Dios ha depositado en mí?
Tenemos una posición envidiable: somos hijos de Dios. No necesitamos buscar otros “honores”, pero hemos de tener en cuenta que siempre estaremos expuestos a la tentación. Como decía San Pablo en la 2ª lectura, el Señor es generoso con todos los que lo invocan. Sigamos poniéndonos sin miedo en las manos del mejor “auditor”, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y dejémonos cuestionar en profundidad por su Palabra. Con Él, realicemos una revisión profunda de nuestra actividad y situación, identificando las tentaciones que encontramos y superándolas siguiendo su ejemplo, para que llevemos a cumplimiento con fidelidad las reglas y objetivos que, como cristianos, deben guiar nuestra vida y seamos testigos creíbles del Evangelio, de la salvación que Jesús, crucificado y resucitado, nos ofrece.
Fuente: Alforjas de Pastoral

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