27 enero 2013

Reflexión: ¿Nos conmueve y nos remueve?


De Alforjas de Pastoral...
Seguramente todos recordamos algún libro que, por el motivo que sea, nos ha conmovido. Empezamos a leerlo y no lo podíamos dejar, y su lectura nos emocionaba hasta el punto de abstraernos completamente de lo que ocurría a nuestro alrededor. Son libros que recordamos a lo largo de los años, que volvemos a leer varias veces, y que recomendamos a otros, porque han supuesto para nosotros algo muy especial. Y aunque la palabra “conmover” normalmente la asociamos a mover a ternura, a emocionarnos, tiene también otros significados: Perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia. Algo o alguien puede conmovernos no sólo porque nos emocione, sino porque nos remueve por dentro, nos saca de nuestra rutina y nos pone en marcha. 
La Palabra de Dios en este domingo nos ha mostrado diversas “conmociones”. En la 1ª lectura hemos escuchado el efecto que una lectura tiene sobre el pueblo: Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea… leyó el libro en la plaza… y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Y como los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura, el pueblo se conmovió: el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley. Y el pueblo se conmueve porque en la lectura de “ese libro” de la ley está reconociendo al mismo Dios.
En el Evangelio también hemos escuchado el comienzo de “un libro”: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros… Un libro que tiene también la intención de conmover al lector: para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. Un libro que tiene un protagonista, Jesús, que también conmueve y remueve a sus oyentes: se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías… Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír.
Nosotros, semana tras semana, escuchamos las lecturas en la Eucaristía. En la Constitución Dogmática Dei Verbum, del Concilio Vaticano II, se dice (21): La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor (…) puesto que, inspiradas por Dios (…) comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles (…) Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos va con amor al encuentro de sus hijos y habla con ellos.
Y el Papa Benedicto XVI, en su exhortación apostólica Verbum Domini (La Palabra del Señor) indica (22): cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre. Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. La Palabra de Dios nos puede conmover porque es una Palabra de Amor, que como dice el Papa, alcanza su máxima expresión en la encarnación del Verbo (11): La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso… Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús… la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad. (12) Ahora la Palabra no sólo se puede oír… sino que tiene un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret. 
Y el encuentro con Jesús de Nazaret nos remueve, porque (11) produce en el corazón de los creyentes una reacción de asombro ante una iniciativa divina que el hombre, con su propia capacidad racional y su imaginación, nunca habría podido inventar. Y ese encuentro nos impulsa a continuar con su misión evangelizadora, para que “hoy” se siga cumpliendo la Palabra que oímos.
¿La Palabra de Dios me conmueve y me remueve? ¿Siento que es Dios mismo quien me está hablando, quien sale a mi encuentro? ¿Qué pasajes tengo grabados en mi corazón? ¿Cómo influye la Palabra de Dios en mi actuar diario, “hoy”? ¿Qué hago para conocer mejor la Palabra de Dios?
En la oración colecta hemos pedido que podamos dar en abundancia frutos de buenas obras. Para que esto se cumpla, es indispensable dejarnos conmover y remover por la Palabra de Dios, porque como dice el Papa (VD 3): La Iglesia se funda sobre la Palabra de Dios, nace y vive de ella. A lo largo de toda su historia, el Pueblo de Dios ha encontrado siempre en ella su fuerza, y la comunidad eclesial crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios. 

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