01 enero 2013

La Paz, don y tarea


Antes había una especie de acuerdo tácito por el cual el día de Navidad se detenían las guerras y los combates. Sin embargo, no es extraño que ese acuerdo tácito no se respete, a gran y pequeña escala, y en estos días continúen surgiendo muchas noticias violentas que todos los días se producen. La ausencia de paz, en distintas formas, en mayor o menor grado, más cerca o más lejos, nos rodea. Y sin embargo, el deseo de paz es uno de los grandes anhelos de la Humanidad.
En este primer día del año, desde que sonaron las famosas campanadas, nos repetimos unos a otros: “¡Feliz año nuevo!” Y dentro de ese deseo, va implícito el deseo de que haya paz. Así lo expresa, de un modo más completo, la 1ª lectura, con la fórmula de bendición: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz. El Señor es la fuente de toda bendición, la fuente de la verdadera paz, de esa paz que no es una simple ausencia de enfrentamientos, que no es tampoco “la paz de la tumba”, sino la paz que brota del corazón, de lo profundo de las personas que no se dejan guiar por sus intereses y partidismos, sino que se dejan iluminar por Dios.
De ahí que el Papa todos los años haga llegar su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Porque trabajando por la justicia como Dios quiere, respetando a la persona, se promueve la paz. Y construyendo la paz se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones. La paz, como escuchábamos en Nochebuena, es un don de Dios, porque nos ama, para quienes acogen a su Hijo en sus vidas. Por ese motivo, la paz es también una tarea, porque acoger a Jesús en nuestra vida conlleva esforzarnos en la convivencia, la justicia y la solidaridad.
Para que la paz, don y tarea, sea posible, Dios mismo nos pone el modelo a seguir: María, cuya fiesta más importante celebramos hoy. María, Madre de Dios, nos muestra el camino para que se haga posible en nuestra vida, en nuestro corazón, la paz. Y ese camino consiste en estar dispuestos a acoger la Buena Noticia, dejar que Dios nos llene, actuar en consecuencia y “meditar en nuestro corazón” lo que observamos para que el Señor nos ilumine y muestre el camino a seguir. Y todo esto, en un proceso repetitivo pero que cada vez va calando con mayor profundidad en nuestro ser, para que Jesucristo, nuestra paz, habite realmente en nuestro corazón e impregne nuestras palabras y obras.
Que el deseo de felicidad en el nuevo año no sea sólo una fórmula vacía de contenido. Las noticias de violencia nos tienen que servir de estímulo para, siguiendo el ejemplo de María, meditar en nuestro corazón y, como creyentes, comprometernos en ser promotores de paz, porque la paz es un don de Dios y una tarea nuestra.
Por eso el Papa todos los años nos hace un llamamiento para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable a favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos. El cristiano no se debe cansar de implorar a Dios el bien fundamental de la paz, como don suyo, pero a la vez sentirá el compromiso de asumir la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente aquellos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien.
Jesús, naciendo entre nosotros nos ha revelado que «Dios es amor», y que la vocación más grande de cada persona es el amor. Son razones suficientes para agradecer profundamente ese don y a la vez hacernos constructores de la paz. Hoy comenzamos un año nuevo, y aunque rodeados de incertidumbre, o precisamente por eso, nos hemos deseado que sea feliz. Que María, la Madre de Dios, nos enseñe en su Hijo el Camino de la Paz, e ilumine nuestros ojos para que sepamos reconocer su presencia aun en medio de las dificultades y así encontremos la paz que necesitamos.

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