01 enero 2013

Festividad de Santa Mª Madre de Dios


Hoy es martes 1 de enero, festividad de Santa María Madre de Dios.
Me detengo hoy un instante, al comenzar el año. Un año nuevo es como una página por escribir. Caben tantas posibilidades, aciertos, errores, decisiones. Me esperan en el camino muchos rostros, muchas palabras. Seguramente algunas lágrimas también. Como le ocurrió a María, a quien hoy recordamos. María, que al abrazar por primera vez a su hijo, no intuía todo lo que estaba por venir. Hoy te pido Señor, que allá donde vaya, pase lo que pase en este nuevo año, tú seas mi luz, tu palabra sea mi guía y tu evangelio mi horizonte.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 2, 16-21):
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Pienso por un momento en María. Trato de contemplar sus gestos. Como acuna al niño, como le mira con ternura. Es una escena de amor, un amor radical, profundo, incuestionable. Dejo que ese amor me envuelva a mí también.
Contemplo a María. Está sentada. Tiene los ojos cerrados. María piensa en lo que está ocurriendo. Y en su mente se suceden alegría e incertidumbre, confianza y temor por todo lo que ocurre. Pero una y otra vez, repite desde dentro esas palabras que tan bien la definen: hágase.
Ahora soy yo el que miro a mi vida. En lo que tiene de llamada, de vocación y de proyecto. Traigo a mi oración nombres, historias, preocupaciones y expectativas. Y repito yo también: hágase.
Cuando María deje salir lo que va meditando en su corazón, un himno expresará con fuerza lo que ha aprendido. Es el magníficat, que seguimos repitiendo y recitando. Por eso, al leer ahora ese canto, le pido a Dios que también mi corazón y mi vida, sean capaces de proclamar su grandeza.
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Y ahora Señor, al comenzar este año, te ofrezco yo también mi canto, mi promesa y mi reconocimiento de tu grandeza. Proclama mi alma tu grandeza, Señor, mi alegría echa raíz en tu vida, en tu presencia, en tu promesa. Tu miras mi pequeñez, y a tus ojos y en tus manos soy la persona más grande del mundo. Tu traes salvación y prometes  amor allá donde reine el egoísmo. Prometes libertad a quien vive encadenado, ofreces encuentro a los abandonados, y abundancia a los que nada tienen. Lo hiciste en otro tiempo, y sigues haciendo en tantos que hoy viven y actúan en tu nombre. Yo quiero actuar en tu nombre, hablar con tus palabras, abrazar con tu ternura. Como María, como tantos otros, ahora y por siempre. Amén.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

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