21 abril 2012

Evangelio del día y reflexión, 21 abril




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
 según san Juan 6, 16-21
Al atardecer de ese mismo día, en que Jesús había multiplicado los panes, los discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaúm, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento.
Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. Él les dijo: «Soy Yo, no teman». Ellos quisieron subirlo a la barca, pero ésta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.

Compartiendo la Palabra
Por Carlos Latorre, cmf
Las primeras comunidades cristianas vivieron momentos de mucha turbación. Recordaban el episodio de peligro y miedo que experimentaron durante la tempestad en el lago. Lo que sucedió aquella noche les servía a ellos y nos sirve a nosotros para saber cómo salir airosos de las situaciones más difíciles. Jesús les quita los miedos con su palabra divina: “Soy yo, no temáis”. Tempestades y peligros parecidos nos asaltan cada vez que por nuestra increencia nos alejamos de él. Por otra parte, las desavenencias en los grupos humanos son el pan de cada día. Y cuando se trata de nuestra comunidad cristiana, se pueden convertir en verdaderas pruebas de fe. En lugar de ver fantasmas, tenemos que afinar nuestra mirada y agudizar nuestro oído para ver y escuchar a nuestro único Señor y Maestro. Sólo él con su presencia puede hacer florecer en el corazón de la comunidad, de cada discípulo, la armonía y la paz. Hoy en la liturgia recordamos a San Anselmo. Vivió hace casi mil años, pero su búsqueda de Dios tiene máxima actualidad. No me resisto a recordar estas famosas palabras del santo:
“Sal un momento de tus ocupaciones habituales; ensimísmate un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos; arroja lejos de ti las preocupaciones agobiadoras, aparta de ti tus trabajosas inquietudes. Busca a Dios un momento, sí, descansa siquiera un momento en su seno. ¡Oh corazón mío!, di con todas tus fuerzas, di a Dios: Busco tu rostro, busco tu rostro, ¡oh Señor!
Y ahora, ¡oh Señor, Dios mío! , enseña a mi corazón dónde y cómo te encontrará, dónde y cómo tiene que buscarte. Si no estás en mí, ¡oh Señor!, si estás ausente, ¿dónde te encontraré? Nunca te he visto, Señor Dios mío; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, Señor omnipotente, este tu desterrado tan lejos de ti?...” Son estos testigos de la fe de todos los tiempos quienes nos ayudan con su testimonio y con su palabra a enfrentar momentos de oscuridad y de tormenta en la vida personal y en la vida de la comunidad.