12 enero 2012

Parábolas para tiempos de intemperie




Por Angel Moreno

En el recio invierno, por motivo de dirigir una tanda de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, he permanecido unos días en la ciudad de Burgos. Aunque la nieve se resiste a caer, no así el hielo, y en estas circunstancias es aconsejable cubrirse bien la cabeza. Así, al menos, veía que lo hacían los nativos, cuando afrontaban el sano ejercicio de andar por el paseo del Espolón.
En mi estancia en la ciudad del Cid, aproveché para visitar los ámbitos de la Facultad de Teología, donde en 2006 defendí mi tesis doctoral, y saludé a los profesores amigos. En el encuentro con ello observé cómo trabajan, en el día a día, y siguen dedicados a la tarea noble de la investigación y la enseñanza.
Uno de ellos me adentró en la historia de una joven, Marta Obregón, que fue asesinada por resistirse a quien intentaba violarla, precisamente el día de la virgen Santa Inés, martirizada por la misma causa. El profesor me narró entusiasmado los pasos del proceso de canonización, recién incoado, de la joven burgalesa.
Al salir de la facultad, coincidí con otro maestro en Teología, que lleva sobre sí responsabilidades académicas importantes. En el caminar coincidente, compartió conmigo su circunstancia familiar: cada mañana, después de dar la clase, se dirigía a su casa para levantar a su padre anciano, asearlo, y ayudar así a su hermana en el cuidado amoroso e íntimo de quien veneraban como patriarca.
Son dos historias que conviven con otras muchas y que me despertaron la admiración, al ver a personas reconocidas por su saber dedicadas a tareas de extrema delicadeza y ternura.
No será noticia que un catedrático, después de sus horas de docencia, a primera hora de la mañana, dedique un tiempo a prestar sus manos y su cariño para que su padre anciano se sienta querido. Sin embargo, son muchos los gestos, muchas las manos tendidas, en el anonimato, que prestan a la vida la delicadeza, el amor, la sabiduría, hasta llegar incluso al heroísmo, si no del martirio cruento, sí de aquel otro modo de dar la vida, tal como comprendieron los monjes en su estancia orante en el desierto.
Entre nosotros sigue dándose la llamada “martiría blanca”, la de aquellos que viven en silencio, discreción, fidelidad, su opción de pasar por la vida haciendo el bien, como nos enseñó el Maestro Jesús.
Para este tiempo denominado ordinario, ayuda traer a la memoria la forma de vivir de los mejores.