02 noviembre 2011

Reflexión: Todos los Santos




Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es infinita. Con relación a Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar tanto las diferencias entre unos y otros?
La fiesta de “Todos los Santos”, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: “Todos santos”; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.
Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no le afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta.
Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad. Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad.
La plenitud de lo humano sólo se alcanza en lo divino. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta. Lo humano siempre será imperfecto. El verdadero santo no es el perfecto. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad sólo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que Dios ha derramado en vuestro ser.
Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa de atribuirnos méritos que no pueden ser del hombre.
Cuando un joven le dice a Jesús: "Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?
Cuando Jesús dice a sus discípulos: “No os dejéis llamar maestro, no os dejéis llamar jefes, y no llaméis a nadie padre...” ¿Qué hubiera dicho si hubiera existido, entonces, el concepto moderno de santo?
Santo es el que descubre el amor que es Dios. Todos somos santos, aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios.
La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. Sigue leyendo... Fray Marcos