01 octubre 2011

Evangelio y reflexión, 1 de octubre




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 17-24

Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. SI, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»

Compartiendo la Palabra
Por Fernando Torres Pérez, cmf

Hay una corriente extendida por el mundo cristiano, a veces especialmente entre los jóvenes de los grupos de parroquias y colegios, en la que parece que ser cristiano es algo muy difícil, que uno siempre tiene que estar en contra de la marea y de las tendencias más generalizadas en la sociedad. Es decir, de alguna forma parece que ser cristianos hoy, vivir como cristiano en nuestra sociedad es algo así como una suerte de martirio continuo, alargado en el tiempo. Vivir así la fe genera inevitablemente una cierta tensión, estrés. No se puede estar permanentemente en contra. Y la persona que vive sometida a una situación de ese tipo es muy difícil que viva contenta y feliz.
El Evangelio de hoy nos habla de los setenta y dos discípulos a los que Jesús había enviado a predicar la buena nueva del reino por delante de él. Han ido a los lugares donde les había mandado. Ahora vuelven a encontrarse con Jesús. Y vuelven “muy contentos”. La misión en este caso al menos no parece haber generado tristeza, agotamiento, depresión, sino exactamente lo contrario. Los discípulos se sienten felices, contentos. Dicen que “hasta los demonios se someten en tu nombre.” Jesús lo confirma cuando dice que “veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”
Jesús también se siente alegre y contento. Le sale del corazón dar gracias a su Abbá, porque ha revelado la buena nueva del Evangelio del reino a los humildes y sencillos. Termina volviéndose a los discípulos y declarándolos “bienaventurados”.
Es un Evangelio para pensar un poco que los cristianos no podemos vivir en tristeza ni cabizbajos. Es posible que en la sociedad haya muchos que no piensen como nosotros. ¿Y qué? También son hijos e hijas de Dios. También son hermanos nuestros. Es posible que tengamos algún día triste y difícil. Pero el tesoro del reino, el mensaje del amor y la misericordia de Dios está con nosotros. Por eso estamos contentos y alegres.