29 mayo 2011

VI Domingo de Pascua: El evangelista insiste en la Comunión entre Jesús y el Discípulo



1. Situación
Los discursos de la Cena, llamados también de «despedida», nos sitúan en el corazón de la vida pascual: el don del Espíritu Santo, que nos recrea en lo más íntimo y nos hace vivir la vida del Resucitado, la vida teologal. Pregúntate así, sin más preámbulos: ¿Te atreves a desear o, al menos, a pensar que estás llamado a ser un místico? No pienses en cosas raras, sino en experimentar tú, precisamente tú, la vida del discípulo tal como la describe Jesús en Jn 14-17. ¿Qué sientes al hacerte esa pregunta?
- ¿Identificación y deseo? ¿De dónde nace ese deseo? Quizá despertaste al sentido de la vida desde la experiencia de relación con Dios, y, lógicamente, permanece como anhelo.
¿Qué te ha enseñado la vida sobre esos deseos?
- ¿Vértigo, miedo a un mundo desconocido? Tú has sido, quizá, mucho más normal en tus sueños y proyectos. Pero tal vez comienzas a estar desconcertado, porque Dios te está metiendo, imperceptiblemente, en horizontes insospechados de vida interior.
¿O prescindes de estas cuestiones, porque das por respuesta que la mística es para gente rara o muy especial?
2. Contemplación
Los Hechos: También a los samaritanos se les concede el Espíritu Santo. Para que no pienses que la plenitud de la vida teologal es para una minoría selecta. El salmo celebra el poder de Dios. ¡Qué mal pensamos de Dios cuando creemos que no puede hacer maravillas con nuestra pequeñez!  El Evangelio insiste en la comunión entre Jesús y el discípulo, obra del Espíritu Santo. Se trata de una relación única: conocimiento íntimo, pero inobjetivable; es experiencia de vida nueva, pero no puedo disponer de ella, sino sólo recibirla; consiste en amar a Jesús, pero la verdad de este amor está en cumplir su mandamiento, el amor al prójimo. Esta comunión con Jesús es la máxima alegría del Padre. Está dada, y es inagotable; iniciada con la Resurrección, abarca la eternidad.
3. Reflexión
Un buen test de la calidad de nuestra vida teologal es confrontar nuestra experiencia espiritual y los discursos de la Cena. Si te parecen muy bonitos, pero «música celestial», todavía no has descubierto lo mejor. Nunca terminaremos de personalizar esa Palabra. A ella han vuelto siempre, como referencia esencial, nuestros místicos. Sin embargo, es importante que percibas dentro de ti aquellas experiencias que conectan directamente con esa vida pascual del discípulo. Se dan en la mayoría de los creyentes que han hecho un cierto proceso de liberación interior; pero no saben valorarlas. Lo peor de todo es que tienen miedo a darles paso: - Ese poner tu vida, confiadamente, en manos de Jesús, y experimentar que pierdes miedo al futuro, al riesgo, al sufrimiento.
- Descubrir que la vida crece «de dentro afuera», no por cumplimiento de normas ni por esfuerzos de voluntad.
- Haber cambiado de mirada en tu relación con el prójimo, de modo que ahora ya no piensas en los demás por justificar tu vida ni por impulsos de compasión, sino porque sientes que tu vida no te pertenece.
- Sabiduría para concentrar tus energías en lo esencial, el amor, de modo que todo lo que haces, oración y acción, trabajar y perder el tiempo, se unen en tu corazón.
- Esa ternura agradecida ante Dios y ante la vida, como subsuelo en que se asienta la actitud básica de la existencia.
¿Que todo esto es sólo inicial? Sin duda. Con todo, ¿no ves que has recibido el Espíritu Santo para que esa vida se despliegue? Tus miedos y tus cálculos se resisten a dejar que la Vida te crezca. El Espíritu es el Defensor, y El se encarga de salir a favor del Don de Dios. Confía, y El te irá fortaleciendo por dentro, suavemente, como quien nada hace. La obra de Dios suele ser pacífica, con la violencia liberadora del amor.
4. Praxis
Que alguna frase de los discursos de la Cena vaya resonándote durante el día, en medio de tus quehaceres.
Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario