24 marzo 2011

III Domingo de Cuaresma: Si conocieras el Don de Dios



Son bastantes las personas que, al abandonar las prácticas y ritos prescritos por la Iglesia, han eliminado también de su vida toda experiencia religiosa. Ya no se comunican con Dios. Ha quedado rota toda relación con El. Esta incomunicación con Dios no es buena. No hace a la persona más humana, ni da más fuerza para vivir. No ayuda a caminar por la vida de manera más sana. Por otra parte, es bueno recordar que hay muchos caminos para comunicarse con Dios, y no todos pasan necesariamente por la Iglesia. Yo diría que hay tantos caminos como personas. Cada vida puede ser un camino para encontrarse con ese Dios Bueno que está en el fondo de todo ser humano. Dios es invisible. «Nadie lo ha visto», dice la Biblia. Es un Dios escondido. Pero, según Jesús, ese Dios oculto se revela. No a los hombres grandes e inteligentes, sino a los «pequeños y sencillos», estén dentro o fuera de la Iglesia. Dios es inefable. No es posible definirlo ni explicarlo con precisión. No podemos hablar de El con conceptos adecuados. Pero podemos hablarle a El y, lo que es más importante, El nos habla, incluso aunque no abramos nunca las páginas de la Biblia. Dios es trascendente y gratuito. No está obligado a nada. Nadie lo puede condicionar. Es Amor libre e insondable. Ningún hombre o mujer queda lejos de su ternura, viva dentro o fuera de una comunidad creyente.
A veces, podemos captar su cercanía en nuestra propia soledad. En el fondo, todos estamos profundamente solos ante la existencia. Esa soledad última sólo puede ser visitada por Dios. Si escuchamos hasta el fondo nuestro propio desamparo, tal vez percibamos la presencia del Amigo fiel que acompaña siempre. ¿Por qué no abrirnos a El? Otras veces, lo podemos encontrar en nuestra mediocridad. Cuando nos vemos cogidos por el miedo o amenazados por la depresión y el fracaso, El está ahí. Su presencia es respeto, amor y comprensión. ¿Por qué no invocarle? Podemos intuirlo incluso en nuestras dudas y confusión. Cuando todo parece tambalearse y no acertamos ya a creer en nada ni en nadie, queda Dios. En medio de la oscuridad puede brotar la claridad interior. Dios entiende, ama, lo conduce todo hacia el bien. ¿Por qué no confiar en El?
Dios está también en las mil experiencias positivas de la vida. En el hijo que nace, en la fiesta compartida, en el trabajo bien hecho, en el acercamiento íntimo de la pareja, en el paseo que relaja, en el encuentro amistoso que renueva. ¿Por qué no elevar el corazón hasta Dios y agradecerle el don de la vida? Hemos de recordar aquella verdad que decía el viejo catecismo: «Dios está en todas partes. » Está siempre, está en todo. Nadie está olvidado por su amor de Padre, todos tienen acceso a El por medio de su Hijo, en todos habita su Espíritu. Dios es un regalo para quien lo descubre. «Si conocieras el don
de Dios... El te daría agua viva. »

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