12 febrero 2011

VI Domingo del T. Ordinario: Desarmar la Palabra


Por José Antonio Pagola


El conocido escritor italiano, Alessandro Pronzato, publicó un libro titulado En busca de las virtudes perdidas. Su tesis es clara: hemos de cuidar mejor actitudes como la paciencia, el respeto, la discreción, la dulzura, la honradez, el sentido del deber..., si queremos vivir de manera más humana en una sociedad donde el individualismo, la búsqueda de eficacia o el éxito fácil parecen invadirlo todo.
Entre otras cosas, Pronzato denuncia en su libro la «profanación del lenguaje» en nuestros días. No está de moda hablar respetuosamente y con delicadeza. Es más frecuente el lenguaje decadente y de mal gusto. Es fácil detectar tres hechos lamentables: la violencia verbal, la maledicencia en el hablar y la vulgaridad.
El hablar actual refleja con frecuencia la agresividad que habita el corazón de las personas. De su boca brota un lenguaje duro e implacable. Palabras ofensivas e hirientes, pronunciadas sólo para humillar y despreciar, para descalificar y destruir. ¿Por qué está tan extendido este lenguaje hecho de insultos e injurias? A veces, todo proviene de la agresividad, el rechazo o el deseo de venganza. Otras, de la antipatía o la envidia. A veces, de la ligereza e inconsciencia.
Otro rasgo del lenguaje actual es la maledicencia. Las conversaciones están llenas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza. Palabras que no alientan ni construyen.
Otro síntoma penoso es la vulgaridad, el lenguaje desvergonzado y hasta procaz. Hay quienes no pueden expresarse sin aludir de forma irreverente a lo sagrado, o sin utilizar términos groseros e indecentes. No está de moda el lenguaje amable o las palabras educadas. Impacta más el mal gusto y la transgresión.
No ha perdido actualidad la advertencia de Jesús pidiendo a sus seguidores no insultar al hermano llamándolo «imbécil» o «renegado» Cuando se tiene un corazón noble y una actitud digna, se habla de otra manera más respetuosa y pacífica.

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